Pepe y sus Memorias del tiempo de la inmadurez

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Pepe y sus Memorias del tiempo de la inmadurez

Cuando en 1933 Gombrowicz publicó en Polonia su primer libro de cuentos lo tituló Memorias del tiempo de la inmadurez, y no fue hasta 1957 que cambió el título por Bacacay, la calle en la que vivía en Buenos Aires. Sobre esto vamos a estar hablando hoy en el curso de lecturas, en la Gandhi de Corrientes. Y sobre algo de esto habla también Pepe, el protagonista de Ferdydurke:

Las agujas del reloj de la naturaleza eran implacables y terminantes. Cuando las últimas muelas, las del juicio, me hubieron crecido, fue necesario crecer: el desarrollo se había cumplido, había llegado el momento del asesinato ineludible, el hombre debía matar al mozalbete, elevarse en los aires como mariposa, dejando el cadáver de la crisálida. Debía, pues, entrar en círculos adultos.

¿Entrar? ¡Cómo no! Hice la prueba, y una risita me convulsiona aun al recordarlo. Para preparar la entrada me dediqué a escribir un libro… deseaba primero mediante un libro aclarar mi caso y conseguir de antemano los favores del mundo adulto, preparando así el terreno para las relaciones personales, y me parecía que si lograba sembrar en las almas un concepto positivo sobre mi persona, ese concepto, por su parte, me formaría a mí; de modo que aunque yo no quisiera sería llevado a la madurez. ¿Por qué, sin embargo, la pluma me había traicionado? ¿Por qué el santo pudor no me había permitido escribir una novela notoria y chatamente madura, y por qué, en vez de engendrar pensamientos y conceptos nobles con el corazón y con el alma, los generé con la parte inferior? ¿Por qué puse en el texto no sé qué ranas, piernas, qué sustancias fermentadas, aislándolas sobre el papel solo por medio del estilo, de la voz, del tono frío y disciplinado, y demostrando: he aquí que quiero dominar el fermento? ¿Por qué, en perjuicio de mi propósito, intitulé el libro Memorias del período de la inmadurez? En vano los amigos me aconsejaban que dejara aquel título y me cuidara en general de cualquier alusión a lo inmaduro. No hagas eso -decían-, la inmadurez es un concepto drástico; si tú mismo te vas a considerar inmaduro, ¿quién, entonces, te considerará maduro? ¿No comprendes, acaso, que la primera condición  para lograr la madurez es declararse maduro a sí mismo? Pero yo creía que en verdad no convenía de modo demasiado barato y fácil pasar por alto al jovencito en mí encerrado y que los adultos son en demasía perspicaces, penetrantes para dejarse engañar; y que, por fin, el que es perseguido sin cesar por el mocoso no debe aparecer en público sin mozalbete. A lo mejor encaraba yo en forma demasiado seria la seriedad, valorizaba en exceso la madurez de los maduros.

¡Recuerdos! Con la cabeza hundida en la almohada, con las piernas bajo la frazada, dominado ya por la risita, ya por el temor, hice el balance de mi entrada entre los adultos. Pensaba en mi triste aventura con el primer libro y recordaba cómo, en vez de procurarme la estabilidad anhelada, me hundió aun más, provocando contra mí una ola de juicios torpes.