Nuestro rostro o el rostro de la Gioconda

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En un artículo de Ricardo Halac sobre la historia del espectador en el teatro, se incluye el fragmento de una nota de Gombrowicz para La Nación de 1944, en la que, en la misma línea de «Contra los poetas», desmitifica la relación entre el arte y sus espectadores. La nota de Gombrowicz se llama «Nuestro rostro o el de la Gioconda»; el fragmento se puede leer por acá o siguiendo el link:

 

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De vez en cuando resulta muy provechoso sacudir un poco (aunque con todo respeto) las viejas y consagradas verdades para ver si todavía sirven. Sabemos, por ejemplo, que el arte enaltece, espiritualiza al hombre, y tanto lo sabemos que ahora habrá que ver si, acaso, el arte también no rebaja a veces y ridiculiza al ser humano. Cuando se me ocurre ir a un museo me preocupo mucho más por los rostros de los visitantes que por los rostros pintados. Mientras los rostros pintados miran con una tranquilidad soberana, en los rostros vivientes y reales se nota algo convulsivo y desesperado, falso y ficticio, que hasta puede asustar a una persona poco acostumbrada. Ah, esas miradas piadosas o conocedoras, ese esfuerzo para estar a la altura , esa seudo-profundidad que se junta con todo un mar de seudo-impresiones, seudo-sentimientos, seudo-juicios. La Gioconda es una hermosa tela, pero si Leonardo da Vinci hubiese podido presentir las convulsiones que originaría su cuadro, es posible que hubiese aniquilado el rostro pintado para salvar los rostros reales.

Lo mismo ocurre con la música. Un buen concierto es una cosa digna de aprecio, pero muy a menudo caemos frente a un concierto en disonancias psíquicas y espirituales que solamente con gran dificultad se puede soportar. ¡Ah, el lenguaje pretencioso de losconocedores , los elogios mundanos de las damas mundanas, el lenguaje exaltado de los exaltados, el lenguaje sincero de los sinceros, el lenguaje inteligente de los inteligentes y todos los demás lenguajes de todas las demás personas! ¿Por qué cuando uno toma café con leche está siempre en su lugar y cuando se confronta con Richard Strauss pierde de repente todo el equilibrio y se vuelve presuntuoso o ingenuo? (…) Cuando hombres normales e inteligentes en todas sus demás realidades se pierden de modo tan lamentable frente a cierta clase de fenómenos, esto quiere decir que hay algo de falso y de malo en su relación con esos fenómenos. (…) Creemos que si la gente va a un concierto, es porque le encanta la obra, y si uno se queda horas mirando la Gioconda, es porque la Gioconda es hermosa. A los que fingen esas admiraciones los llamamos snobs , matándolos con esa palabrita cruel, y todo se resuelve de modo muy fácil, según la máxima, «el poeta con canto inspirado encanta al oyente y el oyente, encantado, oye».

Permitidme. Tales simplificaciones resultan ya anacrónicas y tendremos que analizar más de cerca el estado de un alma de oyente que asiste a un concierto en el Teatro Colón. (…) En realidad, durante un concierto, son muy pocos los que gozan de modo espontáneo e individual, y aun es posible que la mayoría se aburra un poco; pero cada uno está persuadido de que los demás gozan y se adapta al goce general. De tal modo todos gozan, aunque nadie goza individualmente, y si la sala estalla en aplausos esto no quiere decir que todos en verdad queden encantados, sino que uno aplaude porque aplaude el otro y que todos mutuamente se obligan al entusiasmo. (…) De ningún modo podríamos despreciar tales sentimientos, pero, cuando se toma en cuenta que todo el arte se realiza en un ámbito colectivo, es imposible pasar por alto este factor que cambia por completo nuestra convivencia con las musas.

El segundo factor importantísimo es el que se podría llamar factor religioso . Asistimos a un concierto o a un recital poético más o menos en el mismo estado de alma que experimentamos al asistir a misa. Participamos de un acto divino y ya la participación misma satisface nuestros deseos de sublimación.

Ahora, el tercer factor pertenece ya al orden puramente individual y personal. Todos saben, o por lo menos sienten, que el artista, bajo ciertos aspectos, es realmente superior a los demás hombres: él tiene más conciencia, más sensibilidad e imaginación, comprende y siente mejor. (…) Pero frente a la superioridad empiezan los sufrimientos de la inferioridad y he aquí por qué resulta tan difícil emitir juicios sobre una obra de arte y por qué enseguida todas nuestras ambiciones se ponen en juego.

Por falta de espacio puedo señalar solamente de modo superficial estos factores, no mencionando siquiera varios otros que tampoco tienen mucho que ver con la estética pura. (…) Así que el arte, que nosotros encaramos casi únicamente como un goce estético y espiritual, es en realidad algo incomparablemente más turbio y complicado. Es una lucha de ambiciones, un rito casi religioso, una autosugestión colectiva, un proceso de mitologización, una carrera deportista, hasta a veces una manía mental. Y estos factores rigen tanto las reacciones del público en general como las de los más finos aficionados y aun de los artistas mismos, porque nadie sabe evadirse de ellos por completo. Aquí nada es puro; todo es impuro, todo constituye una mezcla de los más diversos elementos, y justamente esa grandiosa impureza del arte debe agradar a los que se dedican a él. ¿Cómo es posible reducir todo eso a la pura estética y a una retórica estéril y vacía sobre la grandeza del arte , etc.? (…) Nuestra vida artística se desarrolla en un clima de perpetua mentira, y es por eso que la clase culta no tiene casi ningún real contacto con la cultura. (…) Mientras no tengamos el valor necesario para dejar las ilusiones, mientras no lleguemos a una mejor conciencia de las fuerzas que nos dominan, siempre el rostro pintado de la Gioconda va a transformar nuestro propio rostro en algo… algo… en fin, en algo bastante dudoso.