Gombrowicz o la inmadurez

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Gombrowicz o la inmadurez

Acá les dejamos “Gombrowicz o la inmadurez”, un artículo publicado en el número 14 de la revista Nuevo Mundo en el que K. A. Jelenski recorre la obra de Gombrowicz en torno a sus temáticas más relevantes: la inmadurez, la forma, el erotismo. Además, la revista incluye tres textos de Gombrowicz: “Virginidad”, un cuento anterior a su viaje a la Argentina, “Diario transatlántico”, escrito en Berlín en 1963, y “Entrevista imaginaria”, publicada originalmente en el número 27 de la revista La Quinzaine Littéraire, en París. Pueden leer el artículo de Jelenski por acá, o seguir el link al PDF de la revista y encontrar, además, los “Textos en el tiempo” de Gombrowicz:
http://www.periodicas.edu.uy/o/Mundo_Nuevo/pdfs/Mundo_nuevo_14_agosto_1967.pdf

NUEVO MUNDO NRO 14

En su prefacio a la última edición de Ferdydurke (Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1964), Ernesto Sábato recuerda que cuando la novela apareció por primera vez en castellano, en 1947, con el sello de Argos, el escritor cubano Virgilio Piñera, que por aquel tiempo vivía en Buenos Aires, escribió en la solapa: “Resulta difícil prever la suerte de este mensaje, sobre todo cuando no nos llega de París. Creo, sin embargo, que con estas breves líneas no hago otra cosa que disparar el primer tiro en la batalla que tarde o temprano van a librar los ferdydurkistas en Hispanoamérica”. Hoy, cuando Witold Gombrowicz tiene fama internacional, es justo recordar que fue una mujer argentina, Cecilia Debenedetti, quien decidió e hizo posible la edición castellana de Ferdydurke, y rendir homenaje a aquel pequeño grupo de creyentes que logró la primera y mejor traducción extranjera.

Ferdydurke es la novela de la inmadurez y de la forma. El hombre, nos dice Gombrowicz, es un ser opaco y neutro que debe expresarse a través de ciertos comportamientos y en consecuencia resulta exteriormente -para los otros- mucho más definido y preciso de lo que es para sí mismo, en su propia intimidad. De donde la desproporción trágica entre su inmadurez secreta y la máscara que debe llevar en su relación con los demás. Termina por adaptarse interiormente a esta máscara como si fuera realmente aquello que él parece ser. Se trata de dos clases de inmadurez: una innata, consubstancial al hombre, la otra impuesta por los otros, por las condiciones sociales, por la cultura.

El héroe de Ferdydurke –transposición grotesca del autor mismo- es un hombre de treinta años que, “infantilizado” por el terrible profesor Pimko, es obligado a entrar en la escuela, que luego abandona por otras aventuras, hundiéndose siempre cada vez más en ese proceso de “inmaduración”. En lugar de ser ellos mismos, los personajes de la novela se mueven en función de diversos mitos sociales que Gombrowicz definirá como los ideales ajustados o insertados en la realidad íntima del hombre (el mito del palafrenero, del peón, de la colegiala moderna, de la tía, etc.) De ahí el problema de la forma estereotipada que toma corrientemente toda expresión humana, engendrando “estilos” que no corresponden a ninguna realidad interior y que ejercen, el uno sobre el otro, una influencia determinante. El hombre de Ferdydurke es de este modo creado por los otros, pues para Gombrowicz los hombres se crean entre ellos imponiéndose a sí mismos la forma, o lo que nosotros llamamos “manera de ser”.

¿Pero Ferdydurke es una novela? Me parece que es más una encuesta existencial en acción “avant la lettre” y también un poema, lo cual determina su carácter único. Gombrowicz, como Sartre, cinco años antes de El Ser y la nada, se apega a la importancia del instante, a las potencialidades de un cambio brusco de orientación, de una toma de posición nueva frente a un pasado que él no puede cambiar. He encontrado en El ser y la nada pasajes que son como las formulaciones abstractas de ciertos temas esenciales de Gombrowicz. Por ejemplo: “Todo acto hecho contra otros puede, en principio, ser para los otros un instrumento que le servirá contra mí.” (Ver los dos duelos de Mientus y de Siphon, de Philifor y de Antiphilifor.) Pasa lo mismo con la teoría general de la “mirada ajena” de Sartre y de la frase célebre de Huis-Clos: “el infierno son los otros”, que podría haber servido como epígrafe de Ferdydurke.  Por lo tanto no es necesario hacer demasiado hincapié en las significaciones intelectuales de Ferdydurke. Autodidacta, Gombrowicz tiene una extraordinaria intuición filosófica y psicológica que demuestra sobre todo en su Diario: el zeitgeist, como un buitre, se abatió sobre este hidalgo de Sandomierz, muy satisfecho de ser aliado de los Borbones. El zeitgeist, como se ve, viene como la gracia, Ubi Vult, y sus elecciones pueden ser muy escandalosas. Pero después de todo, sobre todo hoy, treinta años después de la publicación de Ferdydurke, estos temas pueden ser traducidos en términos de psicoanálisis existencial, marxismo, behaviorismo. Lo que es original en Gombrowicz, es haber encontrado para expresar ideas abstractas un estilo antropomórfico que las hace crueles, casi obscenas. Jamás se insistirá bastante sobre el papel que juegan en la obra de Gombrowicz las diferentes partes del cuerpo: las manos, las bocas, los dedos, las piernas, tienen en Ferdydurke una autonomía simbólica, mientras que toda mecánica esencial de la vida social está resumida en las categorías de “gueule” (facha) y de “cucul” (culeíto).

La facha que los personajes de Ferdydurke llevan como máscaras incómodas, que el héroe está condenado a llevarse consigo en su fuga última, es esa cosa cuyo menor error en la expresión directa de nosotros mismos nos pone en ridículo. Los límites de la traducción debilitan el alcance de la palabra polaca “pupa”: trasero rosado y rechoncho de niño burgués, que en su desesperación los traductores la han hecho proliferar en prefijos y sufijos. “Upupiony” (el que se reduce a un culito, a falta de mejor expresión), es en lo que el hombre se convierte en Ferdydurke bajo la presión de los idealismos sociales, de la bobería universal: este universo lampiño y sin rostro…

En su Diario, Gombrowicz da una muestra de su técnica creadora. Esta parece –en un primer momento- basarse en la escritura automática. (“Entra en un sueño despierto. Comienza a escribir no importa qué historia que te venga a la cabeza.”) Pero Gombrowicz no está satisfecho de esta poesía accidental. Después de tres nuevas versiones (“tú percibirás nuevas asociaciones que definirán más claramente tu terreno de acción”), llegará a tener conciencia de la corriente obsesiva de la obra: “Antes de que te hayas dado cuenta, habrás creado ciertas escenas-llave, tendrás en la mano una estructura libre y simbólica, como las partes del cuerpo en Ferdydurke…” Estas partes separadas del cuerpo, partes separadas del ser, partículas del universo, oscilan entre la tentación de la unidad representada por la forma cristalizada, pero siempre sospechosa de la madurez, y la adolescencia verde, plena de brotes, lujuriosa y viscosa.

Los términos “adolescencia” o “inmadurez” toman en Gombrowicz una significación  que sobrepasa a los individuos y se aplica a los pueblos y a las culturas “adultas”. Ferdydurke está atado por un cordón umbilical a una Polonia que se le parece. El mismo Gombrowicz lo expresó al comienzo de su libro: “Cómo se ha originado en mí –pensaba yo- esa esclavitud de lo informe, esa fascinación por lo verde; ¿acaso porque provenía de un país rico en seres nada pulidos, primitivos y transitorios, donde ningún cuello queda bien a nadie, donde más que la melancolía y el destino son los incapaces y perezosos quienes quedan por el campo gimiendo?” Puede ser que así se explique la paradoja de que sea Gombrowicz, emigrado desde 1939, quien tenga hoy en Polonia la mayor influencia, incluso extraliteraria.

Este espíritu universal parte de antecedentes polacos arquetípicos. Gombrowicz sale de esa rica nobleza provinciana cuya inconsistencia y opacidad describe tan bien en Ferdydurke. En rebelión contra su clase, desarraigado, es sin embargo el siglo XVIII polaco, de los macarronismos latinizantes de sus antepasados, senadores borrachos de vino húngaro y de Liberum Veto, que él extrae su riqueza verbal. El primer libro de Gombrowicz –se le verá mencionado en esa autobiografía onírica que es Ferdydurke– fue las Memorias de los tiempos de inmadurez, publicado en 1933. Cuentos de un muy joven precursor, extraño no obstante a cualquier clan de vanguardia literaria, fueron acogidos con una mezcla de asombro y desconfianza. Cuando cinco años más tarde apareció Ferdydurke, fue como si una piedra hubiera sido arrojada en las aguas tranquilas de la literatura “literaria” polaca. Las controversias en torno de Ferdydurke fueron apasionadas; Gombrowicz pareció por lo tanto consagrado al destino, si no de un “poeta maldito”, al menos de un eterno “outsider”. Ahora bien, cuando un semanario literario preguntó a Jaroslaw  Iwaszkiewicz, en 1958, cuál era el escritor polaco que admiraba más, respondió: Gombrowicz. Iwaszkiewicz era en Polonia el tipo mismo del escritor-clásico-vivo. Es como si, en Francia, Mauriac, declarara que Jean Genet es el más grande escritor francés.

Algunos días antes de la guerra de 1939, Gombrowicz desembarcaba en la Argentina: vivió veinticuatro años en Buenos Aires, curioso destino, que parecía condenar al héroe de Ferdydurke a otro mundo “verde” indefinido, el de América Latina, donde ganó su vida dando cursos de filosofía en un café, preservando de este modo el adolescente genial en el hombre maduro.

Ernesto Sábato comprendió bien la significación profunda de este reencuentro de Gombrowicz con la Argentina: “No hay casualidades en el reino del espíritu –escribe- ni tampoco causalidades. En buena medida el hombre es libre para construir su destino,  y no creo que fue por puro azar el que este polaco haya permanecido veinticuatro años entre nosotros.” Las lecciones de Gombrowicz son válidas tanto para América Latina como para Polonia: “Es que nuestro país –continúa Sábato- como Polonia, forma parte de lo que en su lenguaje podríamos llamar Territorio de la Inmadurez… Polacos y argentinos estamos, sin embargo, llegando a valorar en medio de la gran crisis de nuestro tiempo (y se ve también por esto cómo “crisis” significa “enjuiciamiento”) lo que cabalmente somos y lo que podemos representar en el mundo, superando al mismo tiempo dos actitudes simultáneas e igualmente equivocadas: nuestro sentimiento de inferioridad y nuestra loca arrogancia con relación a Europa. Con toda la razón Gombrowicz les dice a sus compatriotas en su Diario que no traten de tomar conciencia de la fuerza que implica su propia y no acabada forma, su propia y no acabada inmadurez, con todo lo que ello supone de fresca y franca libertad en un mundo de formas fosilizadas. En suma, recomienda y practica él mismo la barbarie dionisíaca, haciendo de su juventud e inmadurez una potencia renovadora. Buena lección para nosotros.”

Comienzo de la experiencia argentina: el medio artificial de las legaciones, el drama de una guerra lejana, la inmigración polaca, produjo Transatlántico, publicado en 1953 por Kultura, autobiografía fantástica que injerta en el barroco suramericano de 1940 un superbarroco polaco del siglo XVIII, culminando en una cabalgata de carnaval por las calles de Buenos Aires. La obra a la que Gombrowicz da mayor importancia es su drama poético El matrimonio (publicada igualmente en 1953). En ella vuelve a tomar uno de los problemas principales de Ferdydurke: el problema de la forma, el eterno conflicto del contenido humano con la forma. Al mismo tiempo, el arte adopta otro sentido. Si en un drama clásico el hijo injuria a su padre, el conflicto reside en la ofensa formal, pero en un drama como El Matrimonio el conflicto se sitúa entre el que grita y su propio grito, puesto que el grito puede retumbar bien o mal, contribuir a la elevación del personaje o al contrario hundirlo en el desastre y la vergüenza. Esta obra casi confidencial, escrita para un millar de lectores, una centena de fervientes, ¿quién creería que podría penetrar en Polonia, que ella actuase allí? De este Ferdydurke publicado un año antes de la guerra en pequeña tirada, ¿cuántos ejemplares habrán sobrevivido a la destrucción de Varsovia, cuántos habrán escapado a los “infiernos” de las bibliotecas del régimen stalinista?

Lo que me llamó más la atención en el curso de mis primero encuentros  –libres desde 1955- con jóvenes polacos procedentes de Polonia, pertenecientes a la generación de posguerra, es la naturalidad con que empleaban –sin tan si quiera referirse a Gombrowicz- expresiones sacadas de Ferdydurke y asimiladas al lenguaje cotidiano: “Ellos nos han hecho una facha…”, “la violación por las orejas…” ¡Misteriosa difusión de un libro desaparecido! Y es que los intelectuales polacos han reconocido en Ferdydurke la imagen de su propia situación frente a la monstruosa escuela parroquial que les imponía el stalinismo. En 1957, un joven comunista, Jan Jozef Lipski, cuenta en Nowa Kultura cómo al término de un congreso de escritores en pleno período jdanovista, él había releído con sus amigos Ferdydurke; “Eso nos consoló. La imbecilidad es inmortal, pues no hace más que cambiar de forma, de intensidad, de escala. Pero, Dios mío, ¿por qué Gombrowicz no estaba entre nosotros en Varsovia? ¿Por qué no podía asistir a una reunión de Estudios Literarios, escuchar un discurso en la Unión de Juventudes socialistas, estudiar la preparación ideológica, las conferencias d prensa, las academias de gala? Solo habría tenido que escribir sin esperanza de ser publicado; Tácito describía del mismo modo los crímenes de los Césares. Qué gran diferencia: las lecciones de El Enteco y la poderosa máquina ideológica del stalinismo. Es la diferencia entre un molinillo de café y una central atómica. Únicamente entre nosotros Gombrowicz podría encontrar su gran tema.”

Gombrowicz ha contribuido así a preservar en Polonia esa suerte de catarsis determinada por la inteligencia y el humor.

Es significativo que Ferdydurke  se haya vuelto a publicar en Polonia un mes después del viraje de octubre de 1956 y agotado en dos semanas. La reaparición de esta obra fue saludada de una manera que no podía dejar de sorprender al mismo Gombrowicz, que espiaba los juegos literarios detrás de un árbol al igual que su héroe espía en Ferdydurke  los juegos alocados de sus camaradas. ¡Gombrowicz el “outsider” nato! El mejor critico polaco de vanguardia, Artur Sandauer, escribió: “Es difícil comprender cómo un escritor que es la gloria de la nación polaca ha podido ser  condenado a tan largo exilio.” Y otro critico dijo: la obra de Gombrowicz, considerada antes de la guerra como una excentricidad, asume hoy el carácter de un triunfo, que une a la nación polaca. ¿Cómo no pensar en esta frase de Malraux. “Ha sucedido, sucede, que los artistas sean lapidados por las buenas intenciones de sus defensores”?

La obra de Gombrowicz, la única obra polaca contemporánea que ha adquirido un renombre universal, está, más que ninguna otra, anclada en las realidades esencialmente polacas. No resulta asombroso que la acción de sus otras dos novelas, La pornografía y Cosmos, publicadas respectivamente (en polaco) en 1960 y 1965, estén situadas en esa Polonia que Gombrowicz no ha vuelto a ver desde 1939. Por otro lado, es fácil estudiar la historia o la cultura polaca a través del lente gombrowicziano: es lo que ha hecho Artur Sandauer, que escribió un provocador ensayo sobre la literatura polaca contemporánea asimilando a la escuela de Ferdydurke  todos los escritores “constructivos” y todos los escritores “progresistas” a la familia de los Jovencitos.

Ferdydurke es una rebelión contra la inmadurez, o más bien contra el sistema social que hace tan difícil el acceso a una madurez real. Pero, sin embargo, se ve en ella asomar el culto de la juventud,  de un mundo “verde” indeterminado y más libre. Esta evolución se acentúa a medida que Gombrowicz se aleja de su propia juventud. Él toma conciencia de ello varias veces en su Diario, como lo testimonia este pasaje sobre el Parque Retiro de Buenos Aires (1955): “La juventud me apareció como el valor más elevado en la vida…pero este ‘valor’ tiene una particularidad, inventada sin duda por el diablo: siendo  juventud se mantiene por debajo del nivel de toda valoración.” Es el tema mismo de La pornografía. La inmadurez no es siempre innata o impuesta por los otros. Existe también una inmadurez hacia la que nos precipita la cultura cuando nos sumerge, cuando no conseguimos elevarnos a su altura. “Somos infantilizados –escribe Gombrowicz- por toda forma ‘superior’. El hombre, atormentado por su máscara, se fabricara para su propio uso y a escondidas una especie de subcultura: un mundo construido con los desperdicios del mundo superior de la cultura, dominio de la chapucería, de los mitos impúberes, de las pasiones inconfesadas, dominios secundarios, de compensación.” Es ahí – nos dice Gombrowicz- “donde nace cierta poesía vergonzante, cierta belleza comprometedora”. La pornografía  pertenece a esta categoría por su tema: el  mayor sometido al menor, y también por su forma voluntariamente anticuada, conscientemente calcada de las viejas “novelas de provincia” polacas.

Es necesario no olvidar que Gombrowicz escribió en su Diario: “Yo no creo en una filosofía que no sea erótica.”  El erotismo está en la base de toda su obra, y su concepción del mismo es muy parecida a la de George Bataille: ella implica el horror, la degradación, la muerte y –única clave moderna de un tiempo “sagrado”- exige aunque no sea más que un simulacro de sacralidad (“la piedad es ab-so-lu-ta-men-te y ri-gu-ro-sa-men-te exigida e incluso el más mínimo de los pequeños placeres no puede prescindir de la piedad”, dirá en Cosmos  el terrible e irrisorio león). Sería por cierto absurdo reducir Ferdydurke  a la homosexualidad, La pornografía  a los cuadros eróticos, Cosmos al onanismo. Pero el genio de Gombrowicz expresa hasta las ideas más abstractas en relación al erotismo.

El narrador acecha en Cosmos todo lo que se trama en los cuerpos: las manos, las bocas, los dedos y las piernas, que tenían en Ferdydurke una autonomía simbólica, son aquí escudriñados de otro modo, como si Gombrowicz fuera consciente de lo que Freud descuidó: la participación del cuerpo entero en la vida imaginativa, las correspondencias que oscuramente y casi sin que lo sepamos se establecen en esa zona de sombra que existe entre lo físico y psíquico y que se halla en la base misma de nuestra existencia. Proust (que Gombrowicz, a juzgar por su Diario ha leído muy mal) fue uno de los primeros exploradores de este universo “psico-físico”, y antes que él Lichtenberg, que escribía hace doscientos años: “Todo hace algo en todo, y si retengo (a+x) X (a-x) = x2 -x2 es quizá mi pulgar el que retiene una parte por ínfima que sea, pero lo suficiente para que tal o cual hombre se acuerde de la formula al solo contacto con un objeto, o para que piense soñando o en un acceso de fiebre que esto no es más que un pedacito de tela.”

Incluso en Polonia, Gombrowicz es siempre interpretado en función de Ferdydurke, pues se limitan a ver en él al explorador de los temas Superioridad-Inferioridad, Madurez-Adolescencia, Formal-Informal. Sin embargo, los temas aparentemente nuevos de La pornografía  y de Cosmos están ya presentes en su primer libro, la colección de cuentos publicada en 1933. Allí vemos un crimen inexistente, que no se apoya mas que “indicios” tales como una chinche muerta, un sucio pedazo de manteca. En otro cuento, Acontecimientos en la goleta Bambury, ya en la realidad se anuncia amenazadora a través de “signos” que prefiguran Cosmos: “A decir verdad evito toda conversación, pues considero que el dibujo de la verga del mastelero se curva inútilmente en forma de S. Por la letra S comienza una palabra de mi cosecha que hubiera preferido no conocer. No solamente la verga por otra parte. Existen sobre este barco otras formas, otras grietas desagradables.“ En fin, siempre en la misma colección, Virginidad es uno de los textos más obscenos que conozco (de una obscenidad muy gombrowicziana, que escapa a toda censura). Si La pornografía y Cosmos ofrecen un sonido más grave, más amenazante que estos primeros escritos, no es solo debido a la evolución del genio de Gombrowicz. Hay en los primeros cuentos un humor juvenil, una despreocupación que exorciza la muerte, que sin embargo cada falla y cada grieta secretan. Esa muerte –y la muerte de Dios- Gombrowicz las escruta ahora con una seriedad “mortal”, mientras que lo cotidiano, lo trivial que él deforma con tanta profunda fidelidad, incluso la irrisión, por contraste no hacen más que aumentar la gravedad de la “ceremonia”.

Hemos visto que Gombrowicz duda continuamente entre la madurez y la inmadurez, entre el mundo de la forma y el mundo indeterminado, se podría arriesgar la hipótesis de que el conflicto mismo, y dentro de este conflicto las vacilaciones del escritor, provienen de un cierto desequilibrio: por más adulto que sea intelectualmente Gombrowicz, parece sufrir de una inmadurez psíquica. Al mencionar su madurez intelectual no hago alusión, evidentemente, a su inteligencia aguda y original: por más brillante que sea podría faltarle madurez. Más bien quiero decir que Gombrowicz es capaz de un asombroso mimetismo de la madurez psíquica, que él ve su «superioridad”, su necesidad, en la obra de la “salvación” humana. Habría sido fácil para Gombrowicz considerar su obra como una lucha por una madurez real. Pero su inteligencia no tiene nada de exterior: es la respiración natural de todo su ser y no admitiría una nota falsa. Su inmenso orgullo no le permite, por otra parte, aparentar nada. De ahí –aunque el conflicto entre la madurez y la inmadurez, entre la forma y la indeterminación continúa siendo motivo central de su obra- una alternación de motivos. Es cierto que Gombrowicz escribe aun: “Ninguna presión histórica podrá extraer palabras importantes de hombres clavados en la inmadurez.” Pero él tiende ya hacia otra cosa: fundir en bronce su propia inmadurez, fijar su indecisión, erigir su indeterminación en oráculo. Una empresa tal –tener entera consciencia de sí mismo, reivindicar la responsabilidad, sacar las consecuencias últimas de lo que se ha elegido hacer- presenta siempre un aspecto heroico y nos es familiar en la poesía. Jean Genet ha utilizado un método parecido para hacer reconocer al pederasta, al ladrón, al traidor. Pero por lo general tenemos que lidiar con una sacralización de las pasiones extremas, con una forma de mitología negra. La empresa de Gombrowicz es nueva en el sentido de que quisiera llevar hasta el paroxismo rasgos en sí mismos contrarios al paroxismo: “No hay casi posición psíquica –escribe- que consecuente y llevada al extremo no inspire respeto. La fuerza puede existir en la debilidad, la seguridad en la indecisión, la coherencia en la inconsecuencia, y también la grandeza en la mediocridad; la cobardía puede ser valiente, la debilidad, cortante como el acero, una fuga agresiva.”

Este programa moral de Gombrowicz nos deja perplejos. ¿Se trata de “llevar hasta el paroxismo” un complejo de rasgos opuestos a la forma y la madurez o solamente de tomar consciencia de ellos? Por lo que concierne personalmente, Gombrowicz se inclina hacia la toma de consciencia: “Pienso haber demostrado con mi propio ejemplo que la toma de consciencia de una ‘falta’ –falta de forma, falta de evolución, inmadurez- no solamente no debilita, sino que aun da fuerza.” Pero he aquí que el propio ejemplo de Gombrowicz está precisamente ligado a una heroica empresa poética: Gombrowicz puede pensar de sí mismo lo que quiera, mas lo cierto es que su obra no es ni «indeterminada» ni «inevolucionada». Al rechazar la inmadurez y la forma Gombrowicz se siente más libre, pero no puede olvidar que ha hecho, todo lo más, una transferencia particular: en su obra tiende -¡con qué eficacia!- hacia la madurez y hacia la forma definitiva.