Adiós, Russo

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Adiós, Russo

Alejandro Rússovich, filósofo, amigo y discípulo de Gombrowicz, murió la noche del miércoles pasado. Rússovich fue una figura clave del ferdydurkismo: participó de la famosa traducción del Ferdydurke en el café Rex y, más tarde, tradujo con Witoldo El Casamiento. Se lo puede ver evocando a Gombrowicz en los documentales Gombrowicz o la seducción Gombrowicz, la Argentina y yo. Desde acá decidimos homenajearlo con una pequeña miscelánea con textos suyos y sobre él.

Rússovich, según Gombrowicz

En esta entrada de su Diario, de 1954, Gombrowicz arma un retrato de Alejandro Rússovich que puede también servir para describir a los argentinos.

Domingo

He ido a la quinta de Cecilia, cerca de Mercedes, con «Russo», Alejandro Rússovich.

Russo es para mí la personificación de la genial antigenialidad argentina. Lo admiro. Mecanismo cerebral, infalible. Inteligencia, espléndida. Capacidad de percepción y asimilación. Imaginación, inventiva, poesía, humor. Cultura. Una percepción del mundo sin complejos y llena de desenvoltura…

La facilidad. Esta facilidad le proviene del hecho que él no quiere -¿o no sabe?- sacar provecho de sus ventajas. Un europeo las cultivaría como un campo fértil. Se inclinaría sobre sí mismo como sobre un instrumento. En cambio, él permite que sus virtudes florezcan en estado natural. Pudiendo ser célebre, no quiere -¿o no sabe?- destacarse… No quiere luchar contra la gente. Discreción. No quiere imponerse.

La bondad. La bondad lo desarma. Su actitud ante los demás no es suficientemente aguda. No combate con ellos, no se les echa encima. No necesita a los demás para ser alguien. El hombre no constituye para él un obstáculo que salvar, él es el hijo del relajamiento argentino: aquí cada cual vive su vida, aquí la gente no se amontona, aquí el hombre (en el campo espiritual) no utiliza al hombre como pértiga para saltar hacia arriba, ni tampoco el hombre es para el hombre (espiritualmente) un objeto de explotación. A su lado, yo soy un animal salvaje.

La Argentina. No es el único en ser así. Este es un país todavía «no poblado» y carente de dramatismo.

Witold Gombrowicz, Alejandro Rússovich, su mujer Rosa María y Sergio, hermano de Alejandro.

Juegos y amistad

Entre las entrevistas que realizó Rita Labrosse para su libro Gombrowicz en Argentina, aparece el testimonio de Alejandro Rússovich, uno de los más largos. En este fragmento, define su relación con Witoldo a partir de una anécdota al rededor de un sobrenombre.

Para volver a mi relación personal con Gombrowicz; a veces me reprochaban que era demasiado sumiso.

Que quería dominarme, lo sabía yo perfectamente. Pero lo aceptaba porque prácticamente era la única manera de mantener una relación con él. Y eso era posible, porque yo era joven. Tenía veintiún años cuando lo conocí. Yo no pensaba en nuestra amistad en términos de sumisión y de dominio, sino más bien de diferencias. Lo aceptaba por completo tal cual era. Por mi parte, aprendía, me desarrollaba, evolucionaba. Witold en su borrador define nuestra relación de un modo demasiado simplista: dice que él era el maestro, yo el alumno. Era algo mucho más complicado y lleno de matices.

Witold Gombrowicz y Alejandro Rússovich, rumbo a Goya

Al principio fue preciso ajustar algunos de nuestros modos de comportamiento, definir el estilo de nuestra amistad. El primer hecho característico que me viene a la memoria es la historia del pavo. Witold siempre ha tenido la costumbre de poner apodos, sobre todo a los jóvenes, subrayando así ciertos rasgos ridículos de su personalidad. Un día empezó a llamarme en público pavo; lo que no había hecho nunca, cuando estaba solo conmigo, en nuestra vida cotidiana. Al principio yo estaba sorprendido, después me pareció de mal gusto. Y como Witold lo repetía sin parar, me encontré en un estado de rabia contenida. Se dio cuenta e insistió todavía más que antes. Una tarde, en un café de la avenida Corrientes, nos fijamos en un hombre que ayunaba por dinero. Lo habían metido dentro de una especie de jaula de cristal que habían colgado del techo. El público podía contemplar noche y día a «Urbano, el ayunador» y comprobar que ayunaba. Aquel personaje nos intrigaba cada vez más. Íbamos a verlo todos los días aunque teníamos que pagar un peso (lo que para nosotros era caro). Con motivo de una de esas visitas, de repente me acord´de de un relato de Kafka donde también hay un personaje que ayuna, pero por falta de apetito. Al final del relato ya nadie se interesaba por él, y lo barren junto a la basura. Le conté esta historia a Witold, que me respondió: No sea pavo. Yo me puse pálido de rabia y le dije: «Si me llama otra vez de ese modo será el fin de nuestra amistad». Witold cambió de expresión hasta tal punto que casi lamenté haber sido tan brutal. Poniéndose colorado y sonriendo, me dijo: «No se enoje, Russe, nunca hubiera imaginado que era usted tan sensible, tan impresionable». Y nunca volvió a adoptar una actitud semejante hacia mí. En lugar de molestarme, podría haberlo tratado de la misma manera. Yo había sido incapaz de reaccionar con humor. Pero creo que tuve razón. Cuando se bromea sin cesar, la amistad se arriesga a ser superficial. Durante sus discusiones filosóficas con Gómez, o literarias con Dipi, se originaba una situación como de lucha. una parodia del duelo que, vista desde afuera, resultaba atractiva. Pero todo el que la emprendiera debía tener cuidado del modo en que se defendía y saber expresar el contenido auténtico de su pensamiento. Entonces se convertía en un juego. Entre nosotros no había competencia, sino una armonía fundada en el intercambio de ideas. Cuando una de nuestras discusiones iban bien, Witold repetía siempre Motus animi continuus. Según él, era la fórmula de Cicerón para calificar a este tipo de acuerdo espiritual.

Rússovich, según Tomás Abraham

En esta entrevista a Tomás Abraham, el filósofo habla sobre la conformación del CAF (Colegio Argentino de Filosofía), y se así refiere a Rússovich:

A Rússovich lo había conocido en septiembre/octubre de 1983, gracias a una recomendación de Di Paola, porque tenía intenciones de escribir acerca del polaco Gombrowicz. Rússovich me pareció encantador. Era un profesor de filosofía retirado de la vida, no solamente del ámbito universitario. (…) Alejandro era realmente un pensador, se había formado con Gombrowicz, como un discípulo suyo. Lo que significa muchas cosas: cultura humanista, Goethe, Thomas Mann, la cultura alemana, la cultura europea del siglo XIX, Schopenhauer y la sorna eslava que era la que tenía el propio Gombrowicz. Es decir, la cultura alemana e incluso la francesa pero vista desde un país menor. Por eso Gombrowicz se llevaba bien con la Argentina: porque era tan provinciano como nosotros, tan periférico como nosotros. Imaginemos a Polonia permanentemente ocupada, invadida, aplastada y sojuzgada por alemanes y rusos. La tragedia rusa, principalmente Dostoievski, y la pesadez alemana como las culturas fuertes. Los polacos hicieron lo suyo, las travesuras. Entonces Gombrowicz le transmite eso al ruso Alejandro: una buena cultura humanista y este punto de vista humorístico y chispeante.

Alejandro en el Campo de Corrientes

 

¿Quién es Witold Gombrowicz?

Un fragmento de “¿Quién es Witold Gombrowicz?”, de Alejandro Rússovich, que va definiendo al polaco desde su posición sobre la forma. Para leer el texto completo, por acá: http://goo.gl/pGljSG

Podríamos preguntar, ya que tanto lo obsesionaba, ¿cuál es la Forma de Gombrowicz? El mismo en un fragmento de Diario Argentino nos dice: Ningún animal, batracio, crustáceo, ningún monstruo imaginario, ninguna galaxia me son tan inaccesibles y ajenos como yo. ¿Una idea fútil? ¿Te has esforzado durante años en ser alguien? ¿Y qué has llegado a ser?: un río de acontecimientos en el presente, un torrente tempestuoso de hechos fluyendo en el presente hacia el momento frío que padeces, y que no logras referir a nada. El abismo. He aquí lo único tuyo.¿Qué amaba Gombrowicz? El mismo nos lo dice: Amaba a la juventud. No la idea de la juventud, no la promesa ni el porvenir ni la esperanza de madurez, fijación, seguridad, posesión mezquina de un codiciado yo. Amaba a la juventud humana oscura, aplastada por todos los valores de la cultura, sofocada por la seriedad, la historia, las precedencias y las consecuencias, deslumbrada por la majestad de las ideas que su propio ser provoca y genera sin saberlo. Que se refieren sólo a ella, aunque parecen dirigirse a Dios, a la humanidad, al destino sagrado del hombre. Valor en sí, la juventud no lo es, sin embargo, para sí misma. La madurez carente de belleza produce la belleza juvenil. Sólo a través del maduro el joven es consciente de sí, se reconoce como valor. La mediación, lo que a la vez comunica y separa al joven del adulto, es la forma. Como el agua a los peces, la forma nos incluye, nos limita y determina, nos vivifica y nos mata. Existir es formarse, informarse, deformarse, conformarse y no conformarse. Ser ser es ser forma. No hay salida, no hay modo alguno de eludir el conflicto, porque el conflicto nos constituye. En esta lucha se configura el mundo humano. Emerge o se hunde la cultura. Se crea y se desvanece a cada instante la inaprehensible esencia del hombre. La madurez, la inmadurez, la forma, son los grandes temas que resuenan con mil matices, con tonos iridiscentes, violentos, armónicos, disonantes, obsesivos, a través de la obra escrita de Gombrowicz, fragmento privilegiado de la obra total que fue su vida.