Un golpazo del no: el Ferdydurke, la tradición y la crítica

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Un golpazo del no: el Ferdydurke, la tradición y la crítica

La revista Invisibles emprende una reseña crítica de Ferdydurke en la que se debate el sentido filosófico del libro y se reivindica su comicidad. El artículo es de Daniel Fara, pueden leerlo por acá o desde el link:

http://revistainvisibles.com.ar/index.php/ferdydurke

 
ferdydurke revista invisibles 
 

Intentar aquí una presentación crítica, integral, y a la vez breve, del Ferdydurke sería, además de imposible, totalmente ridículo, dada la compleja riqueza del libro. Aunque nos dirijamos a alguien que no haya leído la novela, sólo podemos presentarle algunos aspectos de la misma. Hemos creído que el criterio para elegir tales facetas debe estar puesto en el señalamiento de cómo el libro la emprende contra la narrativa tradicional y contra los juicios críticos en general. Lejos de sentirnos por encima de ningún intérprete, lo nuestro ha sido comparar lo que se dice del libro con lo que el libro dice. Lo demás viene solo: toda la novela está orientada a hacer algo productivo con las soporíferas manifestaciones narrativas tradicionales y la ceguera de ciertos reseñistas, comentadores, estudiosos, todo esto contando con la participación constante del lector. Hacer algo productivo es distinto de pretender, en un acto iconoclasta, destruir, por antiguo, por no fundamentado, algo que puede ser reciclado. Louis Ferdinand Céline, en De un castillo a otro demostró cómo la furia puede ser recreada en favor de una revolución discursiva. Y mucho antes que Gombrowicz, que Céline, Cervantes hizo del Don Quijote el más perfecto modelo de reescritura que dio la literatura..

Traducción y reescritura

Antes de comentar algunos aspectos de la novela según el criterio propuesto, se hace imprescindible recordar (o informar) que Witold Gombrowicz (4/8/1904 – 24/6/1969) escribió dos Ferdydurkes, uno en Polonia, en polaco, en 1937. Del otro ¿habría que decir: «Es una traducción al español»?. No, habría que decirlo si se tratara de cualquier otra obra, (aún si habláramos de las versiones al español del Finnegan’s Wake o de La disparition) pero para el Ferdydurke que editó Argos en 1947, en Buenos Aires, la novela de 1937 es solamente un pre-texto. El propio Witoldo nos dice en el prólogo que este libro argentino/cubano «…sólo de lejos se parece al texto original» y agrega, más adelante, «¡Me alegro que Ferdydurke haya nacido en castellano de tal modo, y no en los tristes talleres del comercio libresco!». Con esto se refiere al proceso de esa traducción que no fue tal, que fue una recreación colectiva. Virgilio Piñera (de quien hablamos la vez pasada) y Humberto Rodríguez Tomeu, por Cuba, y Adolfo de Obieta (hijo de Macedonio Fernández), Alejandro Rússovich, Luis Centurión y otros, por la Argentina, se sumaron a Gombrowicz e inventaron entre todos un idioma nuevo, de extraña sintaxis, lleno de signos de exclamación e interrogación y de una gran cantidad de neologismos, para nombrar algunas características del resultado.

El proceso de reescritura empezó en un caos total: mientras Witoldo, que a pesar de sus seis años en el país no sabía casi nada de español rioplatense, los traductores cubanos y argentinos ignoraban el polaco y el francés, era para todos un espejismo que se hacía pasar por lengua compartida. Además, las primeras reuniones tuvieron lugar en un bar-billares y ocasionalmente el comité de traducción consultaba a los parroquianos sobre cuestiones temáticas y léxicas. Parece que luego se organizaron mejor y tomaron conciencia de que al reescribir estaban creando algo inédito. De todos modos el Ferdydurke «traducido» se vendió muy poco y fue ignorado por la crítica, hasta que otro argentino, Jorge Lavelli, puso en escena, en Paris El matrimonio, una obra teatral de Gombrowicz y obtuvo un éxito tan grande de crítica y público que la intelligentsia decidió hacer una revisión de la obra del polaco ¿y desde entonces se los reconoció como lo que valían, Witoldo y el Ferdydurke argentino? No, sólo se hizo una reedición (por Editorial Sudamericana) en la que habían desaparecido el prólogo del autor y el de los traductores. En lugar de éstos, aparecía un prefacio de Ernesto Sábato… ¡que había fastidiado a todo el mundo en el proceso de reescritura y que había obstaculizado seriamente, como agregado a Sur, la edición de Argos! Vaya esto a cuenta del apartado siguiente, en el que hablamos de la relación entre la novela y la crítica.

La inmadurez y la forma

«Los dos problemas capitales de Ferdydurke son: el de la Inmadurez y el de la Forma» afirma, muy serio, Witold Gombrowicz casi al comienzo del prólogo, y al promediar este escrito presentativo leemos: «La necesidad de encontrar una forma para lo que todavía está inmaduro, sin cristalizar y subdesarrollado, así como el gemido ante la imposibilidad de tal postulado, constituyen el principal motivo de mi libro».

Muchos críticos (de esos a los que Borges llamó «lectores supersticiosos» porque temen pronunciarse sobre una obra antes de haber consultado «opiniones autorizadas» al respecto) creyeron en la sinceridad de frases como las citadas y otorgaron y siguen otorgándole un valor filosófico a la novela fundamental de «Witoldo». En realidad todas las cosas que los escritores dicen sobre sus producciones son tomadas como ciertas (y hasta podrían llegar a serlo) pero cuando los que explican sus «intenciones» o juzgan sus propios méritos y deméritos son seres demoníacos como Roberto Arlt y Gombrowicz, mejor harían los críticos en darse cuenta de que están siendo merecedoras víctimas del sarcasmo autoral. Los críticos, en la mayoría de los casos, no leen los libros que parecen analizar tan profundamente, se limitan a combinar comentarios ajenos y juicios emitidos por los autores. De Arlt, por caso, todos tomaron en serio su «la maestra me hizo echar de la escuela porque no podía pronunciar mi apellido». En cuanto al polaco, esa manifestación de estar presentando los temas de la inmadurez y la forma con un objetivo filosófico, la lectura del primer capítulo del libro demuestra a las claras que es al revés, que Gombrowicz toma de la filosofía temas y juicios que, tergiversados, reducidos al absurdo, revelan su productividad estética. Leemos en Ferdydurke:

Sé que constituyes parte de la humanidad de la cual yo también soy parte, y que parcialmente participáis en una parte de una parte de algo que a su vez es una parte y de la cual yo también soy una parte, por lo menos en parte, con todas las demás partículas de partes de partes de partes de partes de partes de partes de partes de partes. ¡Socorro! ¡Oh, malditas partes! ¡Oh sanguinarias y horripilantes partes, de nuevo me asaltáis, perseguís, ahogáis y atragantáis por todas partes!

Este enloquecimiento del enunciador (un «Gombrowicz» creado al efecto) ha comenzado con una seria enunciación referente a la Forma. El que así termine dice claramente que eso de las preocupaciones filosóficas es para los críticos. Insistimos, Witoldo fue un fustigador de la estupidez jerarquizada (cuánto más inteligentes, más estúpidos, dicen que dijo) y su fusta fue una crueldad extrema, tan intensa, que hasta se manifestó admirador de Ernesto Sábato en más de una oportunidad.

Reirse a carcajadas de la solemnidad, llevar todo al plano de lo grotescamente absurdo, relativizar y hasta contradecir afirmaciones categóricas recién formuladas, tal es el modus operandi que se despliega ante nuestra vista.

Volvamos a las citas textuales que abren este apartado: los temas de la inmadurez y la forma son designados como problemas y con eso se abren, por lo menos, dos posibilidades de interpretación: WG puede estar diciendo que esa problematicidad es natural de los temas en cuestión (lo que daría pasto quienes lo pretenden filósofo), o puede indicar su intención de problematizar esos temas al jugarlos en un plano estético. De hecho habla luego de una doble necesidad: hay que darle una Forma a lo Inmaduro y hay que tomar conciencia de que darle una Forma a lo Inmaduro es imposible, por lo cual debe enfocarse «el gemido» consecuente de esa imposibilidad.

La odisea de un niño grande

El Ferdydurke permite a Pepe, su protagonista, partir de una ridiculización del aparato crítico para lograr momentos muy cómicos de la novela. La crítica, para Pepe, que se ha visto tratado de mocoso por haber debutado con un libro llamado Memorias del Tiempo de la Inmadurez, es una tía, llena de bondad familiar; sencilla, pero temible:

¡Tía, tía, tía! ¡Ah, quien no se vio llevado nunca al taller de la tía cultural, ni fue operado por esas mentalidades trivializantes y que privan de vida a la vida, quien no leyó en el periódico un juicio tial sobre su propia persona, no sabe en verdad lo que es la bagatela, ignora lo que significa la tía-bagatela!

A Pepe le tocará ser bagatelizado y más aún, cuando la tía tome la personalidad del Profesor Pimko. Aclaremos: Pepe ha tenido un sueño atroz y premonitorio (con eso empieza la novela): ha soñado que volvía a ser adolescente. Luego de un duro debate interno que se desarrolla a la vista del lector, el atribulado protagonista consigue reconectarse con su edad real, treinta años y, creyendo haber superado toda rémora de inmadurez -de inmadurez onírica y de la que percibe en su vigilia- decide ponerse a escribir cosas serias en la misma cama donde ha despertado angustiado un rato antes. Está en eso de escribir cuando entra de golpe al dormitorio un antiguo docente suyo, el mencionado Pimko, que de algún modo se ha enterado de que Pepe ha recuperado su madurez. Interrogado, Pepe niega haber estado escribiendo, pero Pimko, que sigue metido en el campo pedagógico, ahora como inspector, encuentra rápidamente el manuscrito. «¡Ta, ta, ta, autor! En seguida opinaré, aconsejaré y animaré…» Pepe se desespera, Pimko se ha sentado «muy sabiamente» en su cama y su estar sentado obliga a Pepe a permanecer, también, sentado. «¡Por Dios, todo menos el Maestro! ¡No el Maestro! -gemí.»

En el momento de hacer el joven un esfuerzo supremo por levantarse, Pimko lo mira indulgente por debajo de sus anteojos y, de pronto…

…me achiqué, mis piernas se transformaron en piernecitas, mis manos en manecitas, mi nariz en naricita, mi obra en obrita y mi cuerpo en cuerpecito… mientras que él se agigantaba y permanecía sentado, contemplando y asimilando mis carillas in saecula saecoulorum, amén… y sentado. (…) ¡Ah, achicarse dentro de una tía! Es algo extremadamente impúdico, ¡pero em-pequeñecerse en un notable maestro notorio, constituye la cumbre misma de la indecente pequeñez! (…) Algo terrible ocurría conmigo y no obstante fuera de mí, algo estúpido, algo insolentemente irreal.

-¡Espíritu -exclamé- ¡Yo…, espíritu! ¡No un autorcito! ¡Un espíritu! ¡Yo vivo! ¡Yo!

(…)

– ¿Qué espíritu? ¡por favor!

– ¡El mío! -exclamé.

– ¿El suyo? -preguntó él entonces-. Es decir, claro está, el espíritu patriótico de la Patria…

– ¡No! ¡No el espíritu de la Patria, sino el mío!

– ¿El suyo? -dijo él bondadosamente- ¿Así que creemos tener un espíritu propio? Pero ¿acaso conocemos por lo menos el espíritu del rey Ladislao? -Y permaneció sentado…

¿Qué rey Ladislao? ¡Me sentía como un tren desviado de golpe y porrazo a la vía muerta del rey Ladislao! Frené y abrí la boca, dándome cuenta de que no conocía el espíritu del rey Ladislao.

A partir de ahí Pimko somete a Pepe a un interrogatorio sobre temas escolares y, ante el desconocimiento que su ex alumno revela con su callar, decide que Pepe debe volver a la escuela. Lo lleva él mismo y lo inscribe. Este proceso de crítica pedagógica rinde inmensamente pero no, como se suele afirmar, en un sentido sociocultural. Para nada, el resultado es de orden estético y aporta tanto al logro de una comicidad nueva como a la creación de nuevos vocablos.

Crítica literaria y nopodermiento

En el capítulo 2 de Ferdydurke, un profesor de literatura apodado «el Enteco» explica a un curso por qué les encanta el poeta Slowacki. Su explicación se prolonga hasta que «uno de los alumnos se movió con suma nerviosidad y gimió: ¡Pero si a mí no me encanta! (…) Dios mío, socorro, ¿cómo me encanta, si no me encanta?» el Enteco sufre un ataque de  pánico ante la transgresión: Slowacki es uno de los héroes de la poesía polaca, no se puede decir algo así de su obra. El chico que habló, Kotecki, es acusado de no saber lo que dice y  amenazado con llevar un uno pero él también está desesperado: «¡Yo no puedo comprender cómo es que me encanta, si no me encanta!» y el profesor: «¿Cómo es que no le encanta, si le he explicado mil veces, Kotecki, qué le encanta?».

El Enteco despliega todo un sistema argumentativo para hacer desistir al rebelde de su posición, pero no lo logra; entonces recurre a un método diferente: «Kotecki, yo tengo mujer y un hijo. ¡Tenga piedad por lo menos del niño, Kotecki!» (luego mostrará al alumno desencantado una foto de su esposa e hijo).

Entre los alumnos de ese curso se encuentra Pepe, el protagonista de la novela, el hombre de treinta años infantilizado por Pimko y llevado por éste a la escuela, a la rastra. Pepe quiere huir, del curso, de la escuela, reencontrarse con su perdida treintena pero Pimko le ha hecho un culeíto, es decir, ha convertido su culo en un culito infantil y ahora, toda vez que Pepe pretende fugarse, su empeño se limita un solo movimiento: hacer girar el dedo gordo de su pie derecho dentro del zapato, más no puede hacer.

La clase del Enteco, incluido el tironeo con Kotecki, produce agotamiento en el curso y pronto todos, que quisieran escaparse al patio, terminan por no poder hacer más que girar el dedo gordo del pie, como Pepe. Éste, que también es el narrador, nos explica que todos son víctimas del nopodermiento.

Entre situaciones absurdas, frases pronunciadas desde la desesperación (que nos hacen reir de un modo incontrolable), continua creación de neologismos y una velada, pero no por eso débil, apología de la inmadurez, el Ferdydurke avanza sin detenerse un segundo, a una velocidad que produce un regocijo vertiginoso en el lector.

Los viejitos progres

Además de escolarizarlo, Pimko lleva a Pepe a vivir en la casa de los Juventones: un matrimonio que se pretende joven, revolucionario, propiciante del amor libre, la maternidad sin padre de por medio y muchos otros clisés de la modernidad. Los Juventones viven con su hija, Zutka, y el diabólico Pimko hace que Pepe se enamore de ella (que lo ignora completamente), y que  con eso se aparte cada vez más de su treintena. Entre sus padecimientos en la escuela y su malhadado enamoramiento, Pepe va entrando en un estado en que todo le da lo mismo, en una pérdida total de autoestima y de expectativas. Tal estado no ha sido previsto por el causante de todos sus males. Pepe se da cuenta de que, rodando cuesta abajo, ha encontrado un camino de salida. Hostiga a los Juventones y a Zutka por medio de situaciones absurdas y de un continuo espionaje y urde una trampa en la que caerán todos, Pimko como pedófilo, Zutka como una pobre infeliz, hueca, y los Juventones como víctimas de haberse dado cuenta de golpe de que su modernosidad es una fachada que encubre las ideas más retrógradas. Concretamente, todos los nombrados, más el estudiante Kopeida (el equivalente masculino de la indolente Zutka) terminan en una pelea grotesca en la que los miembros de los combatientes se mezclan y se anudan.

Hallazgo del peón y huída final

Pepe puede irse ahora, ni siquiera se siente feliz de su triunfo, pero está ya por volver a sus asuntos cuando Polilla, un compañero de escuela, lo intercepta y le ruega que busquen, en el campo, a ese peón que Pepe ha idealizado ante sus ojos y convertido en la razón de ser de su existencia. Aunque Pepe ha tenido motivos espúreos para ilusionar al otro con la búsqueda del roussoniano peón, no se niega a secundarlo y así es que ambos emprenden juntos una larga caminata al cabo de la cual, ya llegados al campo, quedan acorralados por una jauría temible. Los rescata ¡una tía de Pepe! que casualmente pasaba por ahí en su limousine y los lleva a su aristocrática finca donde Pepe descubre que convencer de su superioridad a los criados y peones es la única finalidad de ser rico. Su tío golpea a los pobres, los obliga a realizar tareas humillantes y lo hace todo para que ellos no acaben con su vida, para que sigan sometidos y obedientes. Esto pone loco a Polilla, que ha encontrado al fin a su peón y está tan embelesado con él que le ruega le dé un  sopapo. El peón no entiende nada, no quiere pegarle a Polilla, pero la insistencia es tal que un sonoro cachetazo suena en medio de la noche para horror de los dueños de casa y hasta del propio Pepe. Cuando todos los subordinados se enteran de los sopapos (porque el peón toma confianza y menudea en el castigo) se produce una rebelión que no perdona ni a la bondadosa tía. Pepe huye de la casa y, de paso, rapta a su prima Isabel. Luego de haber vagado con ella por el campo, con un calor insoportable, el infinitamente desafortunado narrador protagonista descubre que está a punto de ser dominado nuevamente. Entonces huye, con destino incierto y se acaba la novela.

Si muchos fueron los críticos que ubicaron a Gombrowicz como autor de una novela filosófica, otros tantos le atribuyeron el haber creado una suerte de sátira sociocultural de  Polonia a principios del siglo XX. Por lo demás esa atribución, ordenada por los editores, no difiere para nada de la primera.

Ferdydurke propone otro modo de escribir, una nueva estrategia para captar en favor de una comicidad tonificante tanto las gastadas alternativas de la novela psicológica como los inoperantes intentos de un vanguardismo que en nada aportó al cambio literario. De la misma manera, anticipándose a los juicios impertinentes de un aparato crítico servil a los editores y a la intelligentsia de turno, los incluyó, distorsionados y los volvió legibles en tanto regocijantes.

Y ya que hablamos de la comicidad como esencial a la obra, como fuerza avasallante de la misma, ¿por qué no vincular este tipo de humor cáustico con el de Buster Keaton, el impertérrito? ¿No nos reímos, acaso, de Pepe, alguien que no bromea, que no sonríe, que no se atrevería siquiera a soñar la trama de las aventuras que le toca protagonizar en calidad de víctima vitalicia de la estupidez humana?