YVONNE EN BARCELONA. ESPACIOS, ECOS Y RESONANCIAS DE “YVONNE, PRINCESA DE BORGOÑA”, Ivan Alcázar Serrat

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YVONNE EN BARCELONA. ESPACIOS, ECOS Y RESONANCIAS DE “YVONNE, PRINCESA DE BORGOÑA”

Ivan Alcázar Serrat

Vitrac, Ionesco… Gombrowicz

Barcelona, 2008: en el Teatre Lliure, el director Joan Ollé pone en escena la obra “Yvonne, princesa de Borgonya” de Witold Gombrowicz. Ollé es un director muy curtido en las tablas, siempre original y con fama de ser enfático en sus planteamientos plásticos y respetuoso con los textos originales. En sus puestas en escena conviven lo revulsivo y lo excéntrico (en verano del mismo año 2008, Ollé estrenó una versión escénica de la película de Luis Buñuel, “El ángel exterminador”), la revaloración y la experimentación con la tradición (de Pirandello a Sanchis Sinisterra, pasando por Lorca), cierto humor y una buena dosis de regocijo sentimental, con tendencias melancólicas (el “Tío Vania” de Chéjov, “La plaça del diamant” de Mercè Rodoreda), y la presencia constante de un trasfondo poético (ha montado espectáculos sobre textos literarios de Vicent Andrés Estellés, Salvador Espriu, Peter Handke…). En su currículo como director, algunos de los montajes inmediatamente anteriores a esta “Yvonne” que nos ocupa son, por ejemplo: “Víctor o los niños al poder”, de Roger Vitrac (una pieza de 1928, que Ollé estrena en el 2002), y “La cantante calva”, de Eugene Ionesco (de 1950, estrenada por Ollé en el 2006). Obras que, en el currículo del director, acompañan de forma coherente (por su cronología, por cierta proximidad en sus planteamientos e intenciones) a la “Yvonne” de Gombrowicz (que fue escrita en 1935).

Espacios: primer marco de “Yvonne” en Barcelona. El edificio teatral

Veamos ahora algunos detalles que nos parecen significativos para valorar y contextualizar la puesta en escena de esta “Yvonne” en el Teatre Lliure de Barcelona. Primero, el marco físico más general, el del teatro donde tuvo lugar el espectáculo. Esta sede del Teatre Lliure, ubicada en la montaña de Montjuic, se sitúa en un edificio 

reformado y restaurado, el Palacio de la Agricultura, en el que había sido uno de los pabellones del complejo del Mercat de les Flors de la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Se trata de un ejemplo de arquitectura “noucentista” con referencias a la arquitectura florentina, que para su reinauguración como teatro en el año 2001 fue debidamente remozado en su parte exterior, y vaciado, reorganizado y equipado en sus dependencias interiores, para guardar las apariencias históricas y convertir el edificio en un equipamiento totalmente funcional. Nos interesa comentar ahora la curiosidad o la anécdota: en este edificio, antes de la remodelación que le dio el aspecto actual, que homologó sus formas y las hizo visibles y comprensibles a la ciudad, cuando aún estaba sucio y desvencijado, aún con la función de almacén municipal, en 1988 la directora Carme Portaceli montó la pieza “Combat de negre i gossos”, de Bernard-Marie Koltès, y en 1993 en el mismo sitio se montó la obra de teatro “Roberto Zucco” del mismo autor, con dirección de Lluís Pasqual. El espacio en ese momento no estaba pues ni homologado como teatro ni preparado a base de convenciones espaciales o arquitectónicas. En un ambiente aún sucio y marginal, el propio de un gran almacén en un edificio viejo y un tanto periférico, se representaba un texto virulento, protagonizado por un personaje crítico y desagradable. Roberto Zucco, alguien que, como Yvonne, no se amolda a las formas y nos induce al malestar.

Segundo marco: la sala del teatro

Creo interesante haber comentado este primer marco físico, el del edificio teatral, y este antecedente teatral excepcional, para poder pasar ahora a otro marco físico de una escala menor, un segundo marco: el de la sala teatral. El diseño general de la sala fue obra del principal impulsor del Teatre Lliure, el escenógrafo y director Fabià Puigserver (1938-1991), alguien que precisamente se había formado artísticamente en Polonia. La sala del Teatre Lliure, su configuración espacial y su decoración, tal como funcionan desde la reforma del edificio en 2001, tuvo como referente y como inspiración para los arquitectos autores de dicha reforma el Teatro Farnese de Parma, en Italia. Es esta una obra del arquitecto Giovanni Battista Aleotti, de inicios del siglo XVII, y que es considerada el primer “teatro a la italiana”. Parece importante destacar esto, porque el director Joan Ollé, en su puesta en escena de “Yvonne” del 2008, decidió organizar el espacio escénico siguiendo la organización del espacio que tenía ese teatro de Parma, o 

sea: disponiendo un espacio escénico con el grueso del público situado longitudinalmente, en los dos costados más largos del escenario. Con esta estrategia que enlazaba con la historia (del Teatro en mayúsculas, y de ese teatro histórico, de ese edificio teatral, en particular), el director Ollé conseguía aproximar la acción a los espectadores, a la vez que simular un largo salón palaciego.

Tercer marco: escenografía

Avancemos ahora sobre el tercer marco en el que esta “Yvonne” barcelonesa de 2008 se desarrollaba: la escenografía. El escenógrafo Jon Berrondo y el iluminador Lionel Spycher idearon un espacio escénico que sacaba provecho de un dispositivo técnico de este teatro: nos referimos a un sistema de plataformas modulares que se elevan a alturas regulables, con los que el espacio puede variar sin dificultad su apariencia y distribución. Estos módulos, en la “Yvonne” de Ollé, estaban cubiertos con paneles que irradiaban una luz blanca, y formaban pues un pavimento abstracto, extraño y mágico, de apariencia futurista, atemporal u onírica, según se quiera ver. Quizás ahí se escenificaba el sentido del personaje de Yvonne como “hoja en blanco”, del que hablaba el director de la obra en una entrevista justo antes del estreno barcelonés (Ragué, 2008). La blancura irradiada daba relieve a los personajes, los descontextualizaba y los ponía de entrada en un limbo despegado de la realidad o de la Historia. Ese escenario recordaba en cierto sentido a la white box de la famosa puesta en escena que Peter Brook hizo de la obra de Shakespeare, “A midsummer night’s dream” (1970): también ahí había una apuesta por el fondo blanco y el colorido de los vestuarios, para enfatizar lo artificioso, incluso farsesco y circense. En el Teatre Lliure, en la “Yvonne” del 2008, uno de los módulos del espacio escénico podía elevarse y servir como pedestal para la muerte de la desgraciada protagonista, por ejemplo. O cuando el príncipe Felipe e Yvonne saltaban graciosamente, podían hacerlo recorriendo todo el salón reluciente, de punta a punta del escenario, con la disposición del pavimento plano. Lo mismo para la escena de la presentación de Yvonne en el palacio: las reverencias y el catálogo de gestualidad teatral y protocolaria, ahora exagerada y caricaturizada, se convertía en un desfile que recorría ese largo salón blanco y brillante. Las distancias con el escenario dispuesto así ofrecían unas perspectivas y lejanías que parecían adecuadas a una corte con mucho tiempo que perder, y también con mucho espacio por el que deambular ociosamente. Una corte cuya principal preocupación parece ser precisamente la pérdida de tiempo, la búsqueda de distracciones: pues Felipe divaga aburrido y encuentra en Yvonne la vía de escape caprichosa a esa melancolía y ese aburrimiento. Pero también el rey con sus abusos criminales, o la reina con sus poemas patéticos, deambulan por ese espacio blanco, radiante, homogéneo. El espacio brillante de un tiempo que no pasa, un tiempo detenido o muerto.

Habla el director de escena, habla el crítico

Veamos qué es lo que comentaba Ollé sobre su puesta en escena de “Yvonne”. Poco antes de estrenarse el espectáculo en marzo del año 2008, en la citada entrevista del diario español El Mundo, se le preguntó a Ollé si su Yvonne era fea o guapa, a lo que respondió:

¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo? Todos llevamos etiquetas. Yvonne es una página en blanco que los otros clasifican. Todos somos las máscaras que nos ponen. La base está en el baile de máscaras. La actriz que interpreta el personaje es una bailarina, es una estrategia metateatral. En mi puesta en escena intento decir al público lo que decía la obra de Gombrowicz. Pero en “Yvonne, princesa de Borgoña” hay una desconfianza radical en el género humano. Convenía un toque de vinagre.

Después del estreno, la crítica insistió en un aspecto del texto de Gombrowicz. Decía Joan-Anton Benach en La Vanguardia (2008: 36):

La comedia de Gombrowicz es una feliz parábola en torno a la imposibilidad de quebrar las reglas sociales, expresamente establecidas o firmemente instaladas en el inconsciente colectivo, incluso para quienes pueden transgredirlas con impunidad.

La crítica de Benach era en general positiva, y calificaba de coherente la actitud del director, aunque calificaba de “borrosas” las interpretaciones de parte del elenco, a su parecer el aspecto más mediocre del montaje. Benach afirmaba en su artículo:

En este marco suntuoso, esteticista si se quiere, el lenguaje grotesco a que se presta la obra de Gombrowicz habría sido devorado, sin duda, por la puesta en escena o convertido en un chiste chirriante. Optando, de entrada, por una lectura del texto que apostara más por la ironía que por la farsa, más por un humor afilado que por una caricatura sangrante, Ollé se diría que ha jugado a tratar la tremenda malicia de la obra con la aparente inocencia de un cuento. Hacer de Yvonne, más que un adefesio, una silenciosa muchacha con dotes de bailarina, es un indicio elocuente de ese planteamiento que busca más la sonrisa que la carcajada.

 

Sacrificio de Yvonne

La “Yvonne” presentada en el Teatre Lliure de Barcelona en 2008 fue como se ha visto un espectáculo que tuvo su sitio en un edificio teatral bello y moderno: un palacio, de hecho (aunque se trate de un “palacio de la agricultura”). En una sala teatral que recurría para la ocasión a una disposición de dimensiones majestuosas, y con ciertas referencias historicistas. Y el espacio escénico para esa “Yvonne” fue un escenario impoluto, brillante, impresionante, eficaz en su perfección técnica y diáfano en la limpieza de su concepción. De esta puesta en escena es interesante resaltar, por último, que la protagonista estaba encarnada por la bailarina Rosa Muñoz, componente de la compañía de danza Raravis. Una actriz esbelta y de bellos rasgos, que ofrecía una interpretación de movimientos tan dubitativos e ingenuos como graciosos, llenos de sutileza. En el texto de Julie Sermon (2008: 3) recogido en el dossier de prensa del Teatre Lliure se leía: “Mucho más que deforme, Yvonne acaba siendo una identidad informe: que se presta a todas las formas y todas las significaciones”. Pero cabe señalar que esta “Yvonne” barcelonesa quedaba perfectamente formalizada, bellamente enmarcada, graciosamente interpretada. El texto de Gombrowicz, con un mensaje contundente, se ofrecía en esta ocasión en una puesta en escena realmente majestuosa y agradable. El mensaje conflictivo y en principio perturbador del texto se nos ofrecía encapsulado en un envoltorio hipnótico y perfecto. Los rituales y las convenciones del teatro, sus elementos, mensajes, formas y espacios eran plenamente identificables para el espectador: el “mensaje” del teatro se ofrecía de manera elegante y previsible, sin sobresalto ninguno. La obra se ofrecía sin conflicto para el consumo de un espectador que sabía muy bien qué era lo que se le estaba explicando. El director de escena se había preocupado incluso de advertir en algunos medios de comunicación de qué manera el texto debía ser entendido. Como se ha visto en los comentarios del director de escena, él mismo se encargó de clasificar la obra de teatro de Gombrowicz, y la puesta en escena, quizás para evitar que la obra de teatro quedara como una “hoja en blanco”. Por otro lado, como se ha visto, según la crítica, la puesta en escena se había acercado a la “inocencia de un cuento”. O sea: la definición del teatro, de este texto teatral que trata sobre la forma y lo informe, sobre la indefinición, se había hecho en esta ocasión lo más comprensible, amable y digerible posible. Quizás así “Yvonne” perdía parte de su carga explosiva, de profundidad, envolviendo el discurso sobre lo informe y lo uniforme, lo aceptable y lo inaceptable, mediante una puesta en escena totalmente reconocible, identificable, comprensible e incluso agradable por su modernidad, sus dispositivos y su diafanidad. ¿Supone esto una contradicción? Sí, aunque una contradicción inevitable, que está ya en el propio medio artístico y en la propia obra. Pues, por un lado, las artes escénicas tienen esta capacidad de transformación de la que carecen otras artes. Un texto puede ir tomando una y otra forma a lo largo del tiempo, en las sucesivas puestas en escena que lo levanten del papel y lo lleven al escenario. Cabe esperar del teatro la capacidad de ir dando formas diversas a las mismas palabras, ir deformando los personajes, ir dando una u otra forma, intención e interpretación al propio texto, incluso al margen o en contra del autor. Por otro lado, la contradicción es algo fundamental en la obra de Gombrowicz, quien afirmó:

Sin duda existía una contradicción en la raíz misma de mi esfuerzo artístico: al replantearse la Forma, mis obras, que eran producto de la Forma, me definían no obstante cada vez más. Pero la contradicción, que supone la muerte del filósofo, es la vida del artista. Hay que decirlo una vez más, nunca se insistirá bastante: el arte nace de las contradicciones. (1991: 83)

Atrae preguntarse si, en vez de una obra “con mensaje”, de un autor conocido y respetado, con una puesta en escena cautivadora, un director como Ollé se atrevería a acometer y ofrecer a los espectadores del Teatre Lliure de Barcelona una propuesta que fuera como el personaje de Yvonne: “Desmañada, apática, anémica, tímida, miedosa y aburrida” (49). ¿Cómo reaccionarían, ante esta afrenta, la crítica y los espectadores? Muy probablemente, se rebelaría el público, confuso y descontento, y daría la espalda a tal provocación. Y los críticos “matarían” la obra en el altar de sus periódicos.

 

Ecos: Yvonne en Buenos Aires

Yvonne es la presencia informe que hace estallar el conflicto, incomodando a todo el mundo. Yvonne es un desafío a la forma, a las formas preestablecidas, establecidas, y a la misma posibilidad de establecimiento de la forma. Pero el teatro trata, precisamente, de dar forma a las palabras, para encarnar personajes, tramas e ideas. Prueba de lo dicho anteriormente sobre las posibilidades transformadoras del teatro, sobre las innumerables encarnaciones y reencarnaciones del personaje teatral, sería la propuesta teatral de la “Yvonne” del director argentino Jorge Lavelli, en 1972. Lavelli había dirigido en 1963, en París, el estreno mundial de “El casamiento”, con un éxito rotundo de crítica y de público (Freixa Terradas, 2008: 101-111). En 1972, para el montaje de “Yvonne, princesa de Borgoña” en el Teatro San Martín de Buenos Aires, Lavelli concebiría un espacio escénico expresionista y grotesco, una corte palaciega ambientada en una escena oscura y repleta de armarios, roperos recubiertos de espejos, por los que sorprendentemente aparecían y desaparecían los personajes. He aquí una propuesta de puesta en escena distinta y distante de la “Yvonne” de Ollé del año 2008 en Barcelona. En un reportaje en la publicación Siete días ilustrados (Stevanovitch, 1972), el periodista afirmaba sobre la obra de Lavelli de 1972 en Buenos Aires, y sobre el método actoral que en esta se ponía en práctica: “El estilo conseguido es inconfundible; vastamente impregnado de una violencia expresiva, se equilibra con un humor agresivo, casi feroz”. Lavelli comentaba, al respecto:

La razón de un trabajo dramático asentado en la violencia se debe a que el teatro sustentado en formas realistas, anecdóticas, demostrativas, constituye parte del bagaje polvoriento y decadente del teatro burgués. Por eso apliqué un mecanismo de destrucción de todo lo estereotipado, obsoleto, que caracteriza a estos divertimentos, esos tranquilizantes pasatiempos que han sido el consuelo de la burguesía, adueñada del teatro.

El dinamismo ganaba protagonismo en el montaje de Lavelli, en el Teatro San Martín de Buenos Aires, como por otro lado cuarenta años después pasaría en el Teatre Lliure de Barcelona. Pero donde Joan Ollé parecía desear un mecanismo de relojería como una joya, en un espacio precioso, hipnótico y deslumbrante, para Jorge Lavelli en el escenario de “Yvonne” debía mostrarse el lujo oscuro y decadente donde “todo está podrido” (1972), en un ritual escénico violento y visceral, casi repulsivo y peligroso. Decía Lavelli: “¡Ah! Si pudiera haría una representación única. Los estrellaría contra el suelo, le prendería fuego a todo”.

 

Resonancias: de Winnie a Masako

La tragedia de la forma de Yvonne tiene una resonancia en otro texto teatral, “Los días felices” de Samuel Beckett (1961). En esta obra, asistimos a otro sacrificio femenino. La protagonista Winnie está enterrada hasta la cintura en la primera parte, y hasta el cuello en la segunda. Se encuentra enfrentada a su propia desaparición, pero ejerce una especie de resiliencia mediante una elocuencia excéntrica e imparable, basada en un optimismo desesperado. Winnie se nos aparece como un reverso de Yvonne, de esa princesa de Borgoña insípida, inexpresiva y muda. Winnie es alguien entrañable y plena y trágicamente autoconsciente, un ser que por momentos parece aceptar su destino, y que al borde del pánico habla y habla y habla sin parar. Si Yvonne es una víctima del capricho, de la forma y la convención, Winnie ha sido condenada por otro mecanismo que la llevará a la extinción: ¿el tiempo?, ¿la vejez?, ¿la locura?, ¿la soledad?

Posteriormente, Beckett en “Not I” (1972) retomaría algunos de estos temas y postulado: aquí la “presencia” (y es un decir, porque la obra se daría a conocer con una versión audiovisual para televisión) ya es únicamente la de una boca, que monologa refiriéndose a su pasado trágico y doloroso, mientras niega su identidad y ríe y cae en repeticiones perturbadoras. De nuevo: el sacrificio (del cuerpo, de la mujer), el desafío (de las formas, de las convenciones) y la búsqueda de un nuevo lenguaje (entre la farsa, la comedia y la tragedia… entre la alegría y el horror).

Más resonancias del personaje de Yvonne, estas aún más trágicas y esperpénticas, si cabe, tienen lugar en la vida “real”: real de realidad, y real de realeza. En el teatro de las monarquías y las artistocracias que aún perviven en numerosos países del mundo existe multitud de jovencitas y damas que, en algún momento, aceptaron dejar su condición de plebeyas para adentrarse en los laberintos de la vida palaciega. La razón por la que fueron invitadas a entrar al palacio fue o bien de nuevo el capricho de un príncipe aburrido, o en otros casos la necesidad por parte de la estructura del poder de renovar su imagen, que requería de una dosis de heterodoxia, de modernidad, y de una ración de carne fresca. Estas Yvonnes reales pronto se darían cuenta del craso error cometido. También, como en la obra de Gombrowicz, el “mecanismo de la forma” se pondría en marcha pronto y de manera eficaz, para acabar con cualquier riesgo, inconveniencia, novedad o desafío en palacio, cualquier tentativa extraprotocolaria. Como Yvonne, las princesas que en teoría estaban destinadas a renovar el rostro polvoriento de las estructuras de poder tradicionales, simbólicas y formales han debido desistir o han sido neutralizadas. Además, el mecanismo de la forma con ellas ha tenido una ocasión excepcional para mostrar a los súbditos lo que le ocurre a quien se resiste a la formalización, la homologación y la sumisión. Presionadas, uniformizadas, constreñidas, deformadas, manipuladas como títeres, borradas de la realidad… Ante tal situación, las Yvonnes reales se han deprimido, han padecido anorexia y han sido acalladas y apartadas, han sido perseguidas y secuestradas. En su huida imposible hacia adelante, algunas de estas Yvonnes que pueblan los teatros palaciegos y la literatura periodística rosa o amarilla, incluso han desaparecido aplastadas por la chatarra, en espectaculares y mediáticos accidentes de automóvil, perdiendo su forma definitivamente.

 

Citas

1 La obra, con traducción al catalán de Ferran Toutain y Maga Díaz Mrugasiewicz, estuvo en cartel del 26/3/08 al 27/4/08 en la Sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure de Montjuic de Barcelona. Contó en el elenco con los actores Rosa Muñoz, Ivan Benet, Lluïs Marco, Joan Anguera y Àngels Poch, entre otros.

2 Para más información sobre el proyecto artístico y la arquitectura del Teatre Lliure: Alcázar Serrat (2012).

 

Bibliografía

Alcázar Serrat, Ivan (2012). “Sobre el Teatre Lliure de Barcelona: antecedentes, proyecto, espacios”, en telondefondo No 16, año VIII, 12/12. goo.gl/r2tj40

Benach, Joan-Anton (2008). “Princesa de cuento”, en La Vanguardia, 3/3/08. Pág. 36.

Freixa Terradas, Pau (2008). “Recepció de l’obra de Witold Gombrowicz a l’Argentina i configuració de la seva imatge a l’imaginari cultural argentí”. Trabajo académico de tesis doctoral, inédito. Barcelona.

Gombrowicz, Witold (1991). Testamento, conversaciones con Dominique de Roux. Barcelona: Anagrama.

Ragué, María José (2008). “Ollé indaga en Gombrowicz”, en El Cultural (El Mundo), 20/3/08. goo.gl/GKBRJr

Sermon, Julie (2008). “Yvonne, princesa de Borgonya de Witold Gombrowicz” (texto introductorio al dossier de prensa). Barcelona: Teatre Lliure.

Stevanovitch, Emilio A. (1972). “Yvonne (I)”, en Siete días ilustrados, 10/7/72.

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.