Una literatura privada

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Una literatura privada

“Una literatura privada” es un artículo de Juan Pablo Parchuc en el que analiza la intimidad en la obra de Gombrowicz apoyándose en los conceptos de Forma e Inmadurez. Pueden encontrarlo siguiendo el enlace o, si no, pueden leerlo por acá.

http://www.elortiba.org/pdf/Juan_Parchuc_-_Una_literatura_privada.pdf

Encarar una investigación sobre Gombrowicz es siempre problemático. El mismo material parece forzarnos a no decir nada de manera terminante. Más aún: al leer los comentarios sobre sus libros, sorprende ver que todos parecen moverse en los límites de las interpretaciones trazadas por el propio autor en una larga serie de escritos sobre su obra (prólogos, comentarios, prefacios, el diario mismo). Asumiendo esa falta, me propongo indagar sobre una cuestión que Gombrowicz presenta como modalidad productiva y cuyo desarrollo abarca casi toda su producción, en especial su Diario (1953-1966); es lo que él llama en algún prólogo una literatura privada, una escritura de la intimidad.

Gombrowicz llega a la Argentina a bordo del crucero Chrobry en agosto de 1939, pocos días antes de la ocupación nazi de Polonia, su tierra natal. Aunque tiene la posibilidad de volver a Europa, decide quedarse en estas costas en un largo exilio que se extenderá por casi 24 años. Las circunstancias lo obligan a llevar una vida anónima y, por momentos, cercana a la miseria. Describirá en varias oportunidades el sabor amargo, trágico, poético de los primeros años y la marca indeleble que dejaron en él. Sin embargo, saluda desde su fuero interno el golpe que lo aniquila y lo lanza fuera del orden establecido. Convive en su interior con la catástrofe (la de Europa, la de Polonia, la de su familia, la suya propia). La situación libera algo que no estaba nombrado ni formado, pero cuya presencia no le era ajena: un elemento “inferior”, más bajo, un refugio frente a los valores establecidos. Sorpresivamente, empieza a vivir una nueva juventud.

Ahora bien, contrariamente a lo que se podría esperar, en el diario Gombrowicz habla muy poco de su vida íntima. Pese a la declaración explícita de que lo publica para que lo conozcan en la intimidad, la mayoría de las veces trata más problemas generales que acontecimientos o simplemente se dedica a relatar sucesos –por momentos banales- de la vida cotidiana. Las alusiones personales aparecen transformadas en debates intelectuales.

Un dato importante: Gomrbowicz escribe el diario durante catorce años y publica la mayor parte en la revista Kultura de los exiliados polacos en París. Esta visibilidad atenta contra la supuesta reserva del género. Sin embargo, podemos decir a su favor que un diario íntimo no es nunca una expresión puramente individual en tanto su escritura articula voces, formas y experiencias ajenas. Pero esta estrategia adquiere un sentido más profundo: Gombrowicz comprende que lo público es condición de posibilidad de lo privado. No hay esfera privada antes de la constitución de lo público como escena. No podemos separar los espacios, tan sólo entenderlos como dos polos mutuamente implicados.

Para profundizar esta idea debemos antes explicar un concepto fundamental desarrollado por Gombrowicz a lo largo de toda su obra y que encuentra tal vez su primera plasmación importante en Ferdydurke (1938, trad. al español en 1947); este concepto es el de la Forma. Gombrowicz entiende que es una condición del género humano tener que formarse incesantemente. De la interacción humana surge en cada momento una forma. Incluso en un grupo reducido de personas, se ve esta necesidad de acoplarse cada cual a una forma, una función que se crea independientemente de las voluntades individuales, por mera fuerza de adaptación mutua. La necesidad de organización crea una forma que es el resultado de muchos impulsos, que se presenta como imprevista, casual (aunque no incondicionada), y que no se deja dominar por quienes la componen. Una vez puesta en funcionamiento, se reproduce mecánicamente. De esta manera, la forma se vuelve un movimiento autónomo en mutación constante e independiente de quienes la crean y la sustentan. Del encuentro entre personas surge una zona más o menos determinada de conducta (que puede ser estudiada por la psicología o la antropología). Pero hay un sector en que el comportamiento no está determinado de antemano y se va ajustando de a poco desde un caos inicial hacia cierta estructura.

Cada persona es creada por la forma desde el exterior. Por lo tanto, hay un suelo de inautenticidad insuperable. Una categoría recurrente en la caracterización de estos temas es la “artificiosidad”: ser hombre es actuar, asumir -o aceptar- máscaras e interpretar papeles. “Ser una persona –dice Gombrowicz- equivale a no ser nunca uno mismo.” La persona segrega forma constantemente pero también lucha contra la propia forma.

No podemos salir de ese juego: existe la forma que deforma… el resto es silencio. Sólo podemos ser siendo de una forma. Existir es formarse, deformarse, conformarse (o no conformarse). No hay modo de eludir ese conflicto porque ese conflicto es constitutivo. En esa lucha se configura el mundo. Podemos someternos al Dios terrenal de la forma y ofrecerle una plegaria; o podemos –como hace Gombrowicz- mofarnos de él. Y aquí se abre todo un campo de acción.

Junto al problema de la forma está el de la inmadurez. El hombre está obligado a ocultar su inmadurez, pues sólo se exterioriza lo ya maduro. La realidad íntima es irreductible a la madurez que expresamos como una ficción. Un hombre empuja al otro a la inmadurez del mismo modo que la “cultura” crece dándole la espalda a la inmadurez y ocultándola con vergüenza. No podemos estar a su nivel y, como todo lo superior, nos pueriliza, nos hace “peores” -según la suposición de que lo que todavía está en desarrollo es siempre peor que su definitiva realización. La inmadurez queda fuera del campo de acción de la forma. El hombre, pues, está tironeado por la forma y la inmadurez, dos fuerzas antinómicas. Dice Gombrowicz:

La persona, torturada por su máscara, se construye en secreto, para su uso privado, una especie de su subcultura: un mundo hecho con los desperdicios del mundo cultural superior, un dominio de la ratería, de los mitos informes, de las pasiones inconfesadas… un secundario dominio de compensación. Es allí donde nace una poesía vergonzosa, una cierta comprometedora hermosura…

Gombrowicz halla en el diario una escuela de estilos. Un sitio donde mostrar esa tensión entre la inmadurez y la forma. Su diario es un escenario donde ensayar diferentes papeles a los ojos del público. A medio hacer, construido por su obra, practica movimientos para saber hasta qué punto existe una conciencia propia. Esto no es privativo de su escritura. Sus amigos cuentan cómo siempre representaba un papel –aunque nunca fijo- y cómo las largas discusiones con él podían extenderse por horas en las que muchas veces incluso llegaba a contradecirse o asumía puntos de vista opuestos. En una entrevista con Le Roux, afirma que él era conciente de representar varios estilos para no dejarse atrapar por ninguno de ellos.

Gombrowicz escoge un lugar público para pensar sobre sí mismo y, a la inversa, un lugar privado para hablar públicamente. Escribe sobre sí mismo pero no en la oscura noche de su habitación, sino en un periódico, en medio de la gente. La escritura no le sirve únicamente para expresar su realidad, sino para crearse frente a los demás y a través de ellos. Lo dice explícitamente en el diario: “Debería tratar este diario como un instrumento de mi devenir ante ustedes.” Es conciente de que todo depende del efecto que puedan tener sus palabras. Necesita un lector, no para comunicarse con él, sino para emitir señales de vida. Jugar con la forma es, pues, la única manera de sostener un cuerpo.

Paradoja de la autenticidad: cuanto más se busca lo propio, más aparece lo ajeno. Siente que es objeto de un deseo insaciable que le otorga una identidad para absorberlo y huye entregando como sustituto el texto donde los demás puedan saciar su necesidad. Pero la estrategia encierra una trampa. Haciéndose máscaras, es decir, tomando distancia de ellas, busca romper la jaula estrecha de nociones en que se intenta aprisionar al ser. Quiere dejar de ser un enigma demasiado fácil de resolver y se empeña en hacer del encuentro con el lector algo difícil e incómodo. Al introducir al lector detrás de la fachada de la forma, en su historia privada, en los terrenos vírgenes, indecentes, de la cultura, se obliga a él mismo a internarse aún más lejos en lo inferior y permanecer lejos, inasible. La huída es un movimiento característico en las novelas de Gombrowicz y -podríamos agregar- en toda su vida.

En el prefacio a Diario Argentino Gombrowicz opone literatura privada a literatura comprometida. ¿Qué implicancias tiene esta distinción? En primer lugar, podríamos pensar que el compromiso político es para Gombrowicz una capitulación ante la forma, una renuncia –sin miramientos- en favor de lo colectivo. Gombrowicz considera sumamente aburrido que todos los escritores repitan los mismos argumentos al unísono. Además, los dogmas, demasiado rígidos -demasiado “superiores”- consumen las fuerzas de las personas, sometiéndolas, para existir. Pero más importante aún, cree que al hombre sólo le corresponde un lugar limitado para actuar. El hombre recupera su poder cuando se limita. Frente al Universo, frente a la Humanidad, frente a la Nación con mayúsculas, es impotente. Si se aceptan los términos del juego, ya no hay más posibilidades que las que fijan sus reglas. Gombrowicz propone patear el tablero, destruir el juego para plantear nuevos problemas. Estrecharse, limitarse frente a la universalidad devoradora; salir a la libertad de lo limitado. Se trata de percibir una posición concreta y asumir una acción en consecuencia. Se trata de una opción política. Recupera la potencia de lo menor:

… no hay actitud espiritual que, llevada hasta sus últimas consecuencias, no resulte digna de respeto. Puede haber fuerza en la debilidad, decisión en la vacilación, consecuencia en la inconsecuencia, y también grandeza en la pequeñez. Cobardía valiente, blanduras agudas como el acero, huida agresiva.

Decíamos al comienzo que para Gombrowicz no existe oposición entre la idea de escribir sobre la vida privada y hacer de esto un debate público. Podríamos poner esto en relación a que Gombrowicz no cree en ninguna filosofía no-erótica; no se fía de ningún pensamiento desexualizado. Intenta no dejar ninguna parte de la vida afuera. Si la cultura esconde vergonzosa nuestra intimidad, habrá que sacarla a la luz. Lo bajo, lo inconfesado obtiene así su llave de acceso a la literatura. “El problema no consiste –dice- en que el artista tenga complejos, sino en que pueda convertirlos en valores culturales.” Propone asumir la condición inferior como un nuevo y fecundo punto de partida. Luis Guzmán dice en un texto que Gombrowicz dejaba más fisuras que Borges para imaginarse lo que podía ser un escritor; su estética era un manifiesto para oponerse al sistema literario instituido.

A Gombrowicz no le interesaba el género; poco importaba si escribía novelas, cuentos, dramas o un diario íntimo. Más allá de las diferencias específicas, creía que uno debe ser el mismo en todos los niveles de la escritura, así en un poema como en la prosa más vulgar. Pero llegó a afirmar –como cuenta su amigo Jorge Di Paola- que el género del futuro sería el diario, pues las otras formas ya no podían contener un paralelo con la estructura del mundo actual.

Sostenía que la sinceridad no conduce a nada, que cuanto más artificiales somos, más posibilidades tenemos de llegar a la franqueza. Otro de sus amigos Juan Carlos Gómez, dice que nada era espontáneo en él, todo era fruto de un trabajo. Nunca natural, siempre en pose, Gombrowicz abre una brecha entre la imagen y la acción (entre lo que aparenta y lo que hace) para dejar habilitadas todas las posibilidades de la situación. Así -como dice César Aira- nunca es objeto de nadie porque no se somete al juicio, sino apenas a la sospecha. Gombrowicz sigue tejiendo sus maquinaciones cada vez que abrimos uno de sus libros.