Un manuscrito que debía salvarse de las llamas

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Un manuscrito que debía salvarse de las llamas

En 2013 se publicó en Polonia Kronos, el diario privado de Witold Gombrowicz que se escribió en paralelo al Diario y que funciona como su complemento. A propósito de esta edición, La Nación publicó fragmentos de la introducción de Rita Labrosse, que pueden leer por acá o siguiendo el link:

http://www.lanacion.com.ar/1610998-un-manuscrito-que-debia-salvarse-de-las-llamas

Me enteré de la existencia de Kronos en el curso del año 1966, no recuerdo bien qué día. Entré en la habitación de él como lo hacía a veces, cuando dejaba la puerta abierta. Estaba sentado en su mesa de trabajo y, casi enseguida, me dijo: «Ya ves, me dispongo a escribir en mi diario íntimo; cada tanto anoto aquí mis cosas privadas». Pude ver que no se trataba del papel blanco habitual sino más viejo y de un formato más grande; era un documento como un gran libro abierto con hojas sueltas. Me pareció natural que tomara notas ya que estaba escribiendo un Diario para Kultura [la revista de los emigrados polacos en Francia]. No experimenté especial curiosidad. Yo no me metía con sus escritos, yo no leía ni hablaba polaco.

La segunda vez fue en el verano de 1968. Cansado, enfermo, desbordado por el trabajo administrativo que le exigía cada vez más su obra, me pidió que lo ayudara y me puso al tanto, también, de sus «negocios». Me enseñó cómo leer un contrato, cómo responder la correspondencia. Me mostró distintas carpetas que guardaban su correspondencia y algunos manuscritos. Me indicó, sin abrirlo, dónde se encontraba su diario íntimo que él había denominado Kronos, y me dijo: «Si se incendia la casa, recoges Kronos y los contratos y corres lo más rápido posible». En el momento de su muerte, en julio de 1969, cuando me instituí en su legatario universal, la única directiva que yo tenía acerca de ese manuscrito era la de salvarlo de las llamas antes que todos los otros archivos. Comprendí que Kronos era, para él, la cosa más preciosa. Lo coloqué en el centro de mi vida como una fuerza secreta pero activa. Consagré muchos años a recoger los testimonios pendientes que había en aquella época, a reunir los documentos que podían echar luz sobre ese manuscrito.

A comienzos de 1970, seis meses después de su muerte, yo me instalé en Italia, cerca de Maria y Bodhan Paczovski, nuestros amigos más afines, quienes me asesoraron sobre los asuntos polacos durante ese período difícil. Yo llevaba conmigo, en el auto los archivos, entre los que figuraba Kronos. Llevaba todo en dos valijas. Maria y yo nos abocamos al trabajo. Pasamos a revisar el contenido de las carpetas y Maria me iba traduciendo lo esencial. Así fue que abrimos por primera vez Kronos. Guardado en su carpeta rosa salmón en forma de carterita, en cuya portada se veía, escrito a mano por Witold en letras mayúsculas: KRONOS. Había numerosas páginas totalmente cubiertas por su bella escritura regular, sobre el papel del Banco Polaco [de Buenos Aires]. Yo iba pasando las grandes hojas amarillas. Miraba desfilar su vida, año tras año. Era sobrecogedor. Un enigma. Un tesoro.

Tiempo después Maria y yo comenzamos a traducirlo sistemáticamente de principio a fin. Hice una fotocopia -todo en un solo ejemplar- de la totalidad del manuscrito, en el mismo gran formato. Deposité el original en una caja de seguridad de un banco cercano a mi domicilio. Durante nuestras sesiones de trabajo, Maria tomaba entre sus manos una de las hojas de esa fotocopia y me dictaba su traducción, palabra por palabra, a menudo con giros gramaticales polacos. [.] Concluimos la primera versión en francés de ese desciframiento [de nombres] en el curso de 1972. Yo agregué, a continuación, las notas de Gustave Kotkowski, de Alejandro Rússovich y las de Wojciech Karpinski. Continué para integrar mis propios descubrimientos con el correr de los años. Fui corrigiendo y tipié de nuevo todo en mi pequeña Olivetti portátil. [.]

En abril de 1952 Gombrowicz lee el Diario de André Gide durante sus vacaciones en Salsipuedes [Córdoba]. De regreso a Buenos Aires, escribe su diario de Salsipuedes, el primer boceto de su Diario, publicado algunos meses después en Kultura. El 6 de agosto de 1952 le escribe una carta a Giedroyc [director de la revista] que revela que ha reflexionado seriamente sobre la manera de escribir su propio Diario: «En este momento escribo una suerte de diario -como ese de Salsipuedes que le envié-. [.] El Diario de Gide no me ha inspirado especialmente; me ha permitido, sin embargo, vencer ciertas dificultades esenciales que me obstaculizaban hasta el momento de realizar ese proyecto (yo pensaba que un diario debía ser ‘privado’, y él me ha permitido descubrir la posibilidad de un diario privado-público)». [.]

Así es que Kronos es el complemento escondido, privado, del Diario. Según entiendo, ambos fueron escritos al mismo tiempo en dos planos diferentes. [.]

Kronos es la búsqueda obstinada del armazón de su ser. [Witold] retrocedió hasta los límites más lejanos de su memoria para reencontrar su pasado. Exploró el conocimiento de sí mismo para que fuera útil a su Diario público. Me impresionó la manera con la que él se trataba, como en su vida, con distancia y objetividad. Me reencontré con su voluntad y su disciplina para atenerse a los hechos, y solo a los hechos. Ni más ni menos. [.] Hay que considerar, sin embargo, que Kronos es una sucesión de marcas o señales tan personales que no dan una idea exacta del papel que cumplieron en su vida ciertas personas. Kronos disipó también las ambigüedades sobre su sexualidad, algo tan importante para una obra en la que juega a tal punto lo existencial. [.] Su amor de juventud es el punto de partida de su reflexión acerca de su concepción del hombre ferdydurkiano. Su total despojamiento, su condición de desposeído durante los años de guerra, a veces me recuerda a Job. Es su grandeza, esa de haberse mostrado en toda su humanidad, tanto en sus pasiones como en su miseria.