PRÓLOGO A EL FANTASMA DE GOMBROWICZ RECORRE LA ARGENTINA

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PRÓLOGO A EL FANTASMA DE GOMBROWICZ RECORRE LA ARGENTINA

Un fantasma recorre la Argentina: el fantasma de Witold Gombrowicz, que no se queda quieto, no se deja encasillar y sigue siendo tan molesto como cuando estaba vivo. Podríamos decir que recorre Polonia, o que recorre Europa, y sería igualmente cierto, pero hay una diferencia fundamental: en Polonia Gombrowicz es uno de esos autores que llegaron al panteón de ser leído en las escuelas. Dudoso privilegio, pero muy real. En el resto de Europa su apellido es conocido y quizás hasta bien pronunciado desde hace décadas, cinco o seis por lo menos. En Argentina, en cambio, sus apariciones fantasmagóricas no fueron tan frecuentes, y parar por la calle a alguien y preguntarle qué opina de Ferdydurke es invitarlo a que salga corriendo, espantado, ante esa demostración de esnobismo. En Argentina son pocos los que oyeron hablar de él, muchos menos los que lo leyeron, y seguramente ínfimos los que lo disfrutaron. Porque es claro: hay quienes llegan a Gombrowicz, quienes dicen leerlo, quienes lo leen verdaderamente, y quienes se sienten a gusto con su literatura, que incomoda manifiestamente.

Cuando comenzamos a organizar el I Congreso Internacional Witold Gombrowicz suponíamos que iba a ser un evento chico, sencillo, de entrecasa, para pocos. Claramente la percepción estuvo muy equivocada, o eso pensamos después, al ver que más de mil personas habían asistido a las diferentes actividades, a lo largo de cuatro días, y que llegaron expositores desde trece países diferentes. Durante esos días el fantasma de Witoldo sobrevoló a algunos de los que los conocieron, a amigos, y a amigos de amigos que asistieron a la Biblioteca Nacional, al teatro, al city tour gombrowicziano. También vieron pasar su sombra escritores, periodistas, psicoanalistas, académicos, dramaturgos. Y jovencitos. Jóvenes inmaduros que fueron a escuchar, que participaron discutiéndole de igual a igual a algunos de los especialistas más prestigiosos del mundo, que terminaron en Buenos Aires sin imaginarse que algo de ese ímpetu rebelde y provocador sigue transmitiéndose de generación en generación. Algo de ese estilo que se degenera, que hace que mocosos de menos de veinte años crean que pueden leer a este polaco y entenderlo.

¿Por qué lo hacen? Porque pueden, porque quieren, porque evidentemente encuentran en sus palabras algún elemento con el que hacen empatía, que los identifica, que los interpela, que los impulsa a seguir leyendo. Son los menos, es cierto, pero existen, están ahí, acá, y por algún motivo enigmático, son cada vez más. Hace no mucho empezaron a reproducirse, a reconocerse, porque el significante Gombrowicz no es solo una palabra rara en Argentina, sino un password, un código de acceso. Si dos personas descubren que leyeron a Gombrowicz, esas dos personas van a descubrir que tienen en común mucho más de lo que creen. Gombrowicz funciona como una marca, como un sello, como un parte aguas que define claramente una pequeña porción del lugar que adopta cada uno. Hay en él, en su obra, en sus lectores, algo de esa frase que Luca Prodan, otro europeo que se terminó desarraigando en Argentina, impuso como un mantra: “Yo estoy al derecho. Dado vuelta estás vos”, que en cualquiera de sus acepciones puede ser leído como una manera de quebrar con un orden establecido. Con una manera predominante de pararse frente al mundo. De hacer algo con la mirada del otro, que nos condiciona siempre, pero no necesariamente determina nuestra existencia.

Gombrowicz conocía todo esto muy bien. Reflexionaba sobre eso, era lo que más le preocupaba, seguramente porque sabía que no hay forma de escapar a las formas, que estar al derecho o al revés en realidad es parte de la misma cosa, de la que uno no se puede disociar así como así. Sí se puede hacer algo con todo eso. En su caso, escribir, forjar un personaje, un estilo, una identidad que se impuso sobre la base de la resistencia que causaba. Gombrowicz dejó una obra, que no es poco, pero además dejó ideas que a medio siglo de su muerte resultan tan actuales como perturbadoras.

Y luego, de este lado, estamos nosotros, sus lectores. Los que al leerlo podemos reír, padecer, quizás las dos cosas a la vez, y que tenemos como punto en común el no poder escapar de los sentimientos encontrados que despierta su lectura. Es probable que más de uno, desprevenido, se enfrente a sus novelas, sus cuentos, su teatro, sus diarios, sus cartas, sus enseñanzas filosóficas, y huya despavorido, con la facha entre las manos. Pero no que esa lectura le pase desapercibida. Que olvide eso a lo que se enfrentó: una manera de organizar el discurso, una serie de argumentos, ciertas fijaciones temáticas, la posición subjetiva del autor, lo absurdo del lenguaje por momentos, la postura cínica, el rechazo al cliché, la provocación. Siempre, la provocación.

Este libro está compuesto por treinta y siete artículos que formaron parte del I Congreso Internacional Witold Gombrowicz. Originalmente lo pensamos como “las actas del Congreso”, que iban a ser un copy & paste funcional, rápido, aséptico. No pudimos. No supimos cómo hacerlo fácil, como no hubiera sabido hacerlo Gombrowicz. Y la edición y corrección (incompletas, seguramente con más erratas de las que hayamos visto en todo el proceso) nos demandó mucho trabajo, mucha energía, mucha libido. Felizmente.

Sería una locura no agradecerle a Sofía Alemán todo el tiempo, la vitalidad, la atención y la obsesión que puso para corregir y pensar estas páginas, tantas veces, con tantas idas y vueltas. Y otro agradecimiento muy grande también para Valentino Cappelloni, Wanda Wygachiewicz, Maru Drozd, Diego Tomasi, Mariana Gardey, Malena Low, Lucas Iranzi, Marielena Blay, Fernando Pagano, Fernando Tarragó y Soledad Hessel por la ayuda con la corrección. Una corrección que, como la traducción de Ferdydurke al español, fue colectiva, multitudinaria, con diferentes criterios que luego fuimos homogeneizando (relativamente) desde la edición.

Los agradecimientos son extensivos también a David Jacobson, Pau Freixa Terradas, Klementyna Suchanow, Lucía Vitteleschi, Carolina Quintana, Amanda Bouillet y Paula Hochman, por las traducciones consecutivas que realizaron durante el evento y en este libro, sin las cuales la comunicación hubiera sido mucho más difícil.

A Pablo Bernasconi le agradecemos cedernos la ilustración que se convirtió en tapa de este libro, y a Horacio Petre la ayuda invaluable para su diseño.
Y, claramente, el agradecimiento más importante es para los organizadores del Congreso Gombrowicz, que jamás hubiera sido posible sin el ímpetu que ellos pusieron: Marcos Urdapilleta, Javier Reboursin, Jonatan Di Rocca, Kacper Nowacki, Nadia Sandrone, Cecilia Crea, Yolanda Segura, Ariel Pukacz, Andrés Gatti, David Jacobson, Wanda Wygachiewicz, Sofía Alemán y Valentino Cappelloni.

Al poner a circular este libro con descarga libre y gratuita desde Internet, Copy Left mediante, buscamos que la obra de y sobre Gombrowicz continúe dando vueltas por ahí. Que lo haga cada vez más, con un público diverso, heterogéneo, impensable en otro momento en el que el acceso a los libros era más complicado. Nuestra ambición es que al descargar este volumen cada uno lea lo que quiera y lo que pueda, y que las ideas volcadas acá adentro hagan mella en las suyas. Ojalá que entre tantas reflexiones, hipótesis, conjeturas y sospechas en torno a Gombrowicz encuentren algo que los conmueva, que los movilice, que les provoque hacer algo con eso. Es la mejor manera que encontramos de ayudar a que su fantasma siga apareciendo por ahí, asustando a los maduros, rompiendo lo establecido, riéndose un poco mucho de cada uno de nosotros.

Nicolás Hochman Buenos Aires, noviembre de 2015

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.