La vida por un dispenser

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La vida por un dispenser

Sofía Alemán

Hace un año y 24 horas estaba coordinando con un tipo para que retirara de la Biblioteca Nacional el dispenser de agua que habíamos usado durante el Congreso. Diez meses antes de ese día había visto en una repetición de “Los siete locos” a un colorado de unos 30 años que decía ser el organizador de un congreso sobre Gombrowicz. Le escribí un mensaje al Facebook e inconscientemente me libré al servicio de la cúpula organizativa, sin tener noción de lo que íbamos a engendrar.

Bola de nieve.

En la primera reunión de producción me encontré con tres sujetos nada solemnes, muy instalados en una mesa chica de Bellagamba: en la reunión del lunes previo a que arrancara el Congreso tuvimos que juntar tres mesas, y quien estaba en una punta no alcanzaba a oír a quien estaba en la otra.

Nunca había imaginado que iba a gozar tanto una sobredosis de adrenalina: un libro de ilustraciones, un city tour gombrowicziano, un documental, una verdadera Operación Bochinche, un japonés disertante, un par de extranjeros que no cazaban una de castellano y que solo fueron a exponer sus trabajos (otros vinieron a algo más); bases de datos, presupuestos, fotos, agua oxigenada, instructivos, correcciones, pepas y saquitos de café, incluso un potencial incendio en la comida de despedida en la Casa Polaca, manejado con tanta discreción y profesionalidad, que nadie se enteró. Además, EL extra: un equipo de trabajo alucinante con el que planear, por ejemplo, cómo conseguir un helicóptero para la apertura del II Congreso Gombrowicz.

2014-06-14 12.39.45