Gombrowicz, crítico de la heroicidad

Gombrowicz, crítico de la heroicidad. Entrevista a María Rosa Lojo

Branco Troiano

 

Branto Troiano: ¿Qué te sedujo de la obra de Gombrowicz para el acercamiento inicial?

 

María Rosa Lojo: Empecé a leer a Gombrowicz de una manera nada convencional. Fue debido a su amistad y admiración por un escritor argentino que hasta hoy la crítica hegemónica local mira con la ceja levantada: Ernesto Sabato. Yo hice mi tesis de doctorado sobre Sábato y en el decurso de estas investigaciones y tareas me tropecé con este vínculo, y con las Cartas a un amigo argentino, donde Gombrowicz le elogia muchísimo (a Juan Carlos Gómez) Sobre héroes y tumbas, así como espera, ansioso, un prólogo de Sabato para Ferdydurke. En realidad se elogiaban en privado y en público mutuamente y tenían como una especie de alianza. Gombrowicz se fastidia un poco porque “Arnesto” se demora bastante en escribir ese prefacio, pero cuando al fin llega le dice a “Goma” que está lleno de “brillos y hechizos” como todo lo que Sabato hace. De ahí me fui a Ferdydurke y me encantó. La desmesura, la rebelión, un estudiado “caos” escritural y un fuerte sentido del humor (negro), es algo que los dos tienen en común.

 

BT: ¿Qué aporta Gombrowicz de novedoso?

 

MRL: La primera palabra que se me ocurre cuando pienso en el “efecto Gombrowicz” es “antisolemne”. Hay algo siempre desfachatado y tragicómico. Sacude, divierte, hace pensar. La organización formal es rara, los personajes también. Todo se mueve todo el tiempo. Es un mundo en ebullición, inestable y al mismo tiempo repetitivo. Una especie de laberinto en círculos, desordenado pero orgánico, como los autitos chocadores que se sacan chispas en una pista pautada.

 

BT: En el Primer Congreso Internacional Witold Gombrowicz remarcaste la idea de las máscaras de la masculinidad. ¿Podrías desarrollar tu reflexión entorno a ese tema?

 

MRL: Gombrowicz es un durísimo, implacable crítico, de la heroicidad leída en clave guerrera, de las épicas machistas y sanguinarias, del “sacrificio del hijo” (la juventud en flor) durante las matanzas colectivas atroces que arrasaron la Europa del siglo XX. Comparto absolutamente su postura antifilicida; es uno de los aspectos de su mundo que me resulta más atractivo.

En mi trabajo del Congreso pasado me ocupé de la novela Trans-Atlántico, donde la homosexualidad de un personaje totalmente desestabilizador (Gonzalo Andes, el “Puto”, la “Criatura Extraña”) aparece como la cuña que se ha instalado entre el “Hijo” y el “Patriarca” para arrebatar al Hijo de la ferocidad de la guerra e impedirle que se embarque (literal y metafóricamente) hacia la épica nacional/ista que está aniquilando a millones de muchachos.

La visión del héroe que Trans-Atlántico propone se halla muy lejos de su dimensión mítica como figura creadora y salvadora de la comunidad, que pusieron de manifiesto estudiosos como Joseph Campbell, o de la concepción de los héroes como delegados del espíritu divino y motores de la Historia, exaltada por el romántico Carlyle. En las antípodas del mito y de la épica patria, el héroe exhibido y denunciado por Gombrowicz es en realidad un asesino muerto de miedo, al que se entrena mediante la (auto)represión masoquista y la tortura de los demás.

Es muy interesante el contraste entre esta posición que desarma todo mito del coraje viril, que muestra su absurdo y su inutilidad, y la ficción de Borges, quien por los mismos años en que Gombrowicz elabora esta novela, ha publicado el cuento “El Sur” y cultiva la estetización del coraje. Justamente en Trans-Atlántico también se deshace de manera ácidamente paródica, la escena épica criolla fundamental: el duelo.

El otro lado siniestro de la presunta heroicidad es la cámara de torturas, que aparece asimismo representada como farsa delirante y marca el apogeo de la vileza y de la cobardía.

Finalmente las violentas tensiones en la novela se neutralizan por la risa, en una carnavalización liberadora. El “Hijo” se independiza tanto del Padre opresor como del amante seductor: la monstruosa “Criatura”. El juego reemplaza a la guerra.

 

BT: ¿Quién creés que sería un lector ideal para Gombrowicz?

 

MRL: Una persona desprejuiciada y curiosa. Que no se enoje si siente que el autor se burla un poco del lector. Es parte del juego. Que tenga paciencia cuando le parece que no hay sentido alguno dentro del aparente desorden. También es parte del juego. Que esté dispuesto a reírse de sí mismo/a y que no profese un culto dogmáticopor ningún Toro ni Vaca sagrada de la literatura… Desde ya, ni siquiera por Gombrowicz.

 

BT: A pesar de que Gombrowicz se explayó en el tema, ¿cuál considerás que era su motor principal una vez que comenzó a escribir?

 

MRL: Él mismo ha hablado bastante sobre su propia poética. Es muy interesante todo lo que dice en Testamento, sus entrevistas con Dominique de Roux. La visión del absurdo social, el desenmascaramiento de las relaciones de poder a través de una forma excéntrica, y la búsqueda de la libertad personal, creo que son motores importantes.

 

BT: ¿Notás algún cambio en su narrativa a medida que fueron pasando los años?

 

MRL: No soy una especialista en el autor y no leí de manera exhaustiva toda su obra. Pero por lo que vi, me parece que esa efervescencia dionisíaca de los primeros libros se reseca un poco. También empieza a escribir más teatro, y a veces se acerca, un poco peligrosamente, a un teatro de ideas que puede empobrecer el despliegue creativo. Esa es la sensación que me dio por ejemplo, al leer El casamiento. Luego me reconcilié más con la obra al verla el año pasado en el Teatro San Martín porque la puesta en escena me pareció excelente, muy fiel a esa eterna danza fantasmagórica y carnavalesca, sombría y lúdica tan propia de sus personajes.

 

BT: ¿Qué rol juega la ironía a lo largo de su obra?

 

MRL: La ironía, y especialmente una forma más aguda, que es el sarcasmo, lo impregnan todo. Lo literal está siempre puesto en tela de juicio. El heroísmo, los honores, las dignidades, los puestos, los cargos, las certezas que los seres humanos tenemos sobre nosotros mismos y nuestra importancia, aparecen como máscaras que bailan en una farsa grotesca, permanente objeto de mofa y de irrisión.

 

BT: ¿Cuál fue el texto de Gombrowicz que más disfrutaste? ¿Por qué?

 

MRL: Me gustó especialmente Trans-Atlántico, por eso trabajé sobre él. Los motivos quedaron explicitados en la pregunta anterior. Y añadiría que hay también un elemento biográfico que me atrajo: el cruce. El transatlántico de la Historia deja realmente a Gombrowicz anclado en Buenos Aires, fuera del teatro de la guerra, para que arme entre nosotros su teatro privado y conozca la época de mayor libertad de su vida: bohemio, casi miserable por momentos, sin roles fijos, entregado al juego y al riesgo de la mera existencia y a una literatura admirada por un pequeño cenáculo que no era precisamente el de más poder e influencia entonces. Es un libro de toma de posición donde quema la nave que puede llevarlo de vuelta. El retorno será recién dos décadas y media más tarde. Quizá por eso me gusta leer Trans-Atlántico en contrapunto con el Diario Argentino y con las Cartas que ya mencioné.

 

BT: Si hubieras tenido la oportunidad de decirle algo, ¿qué hubiera sido?

 

MRL: Creo que le hubiera preguntado por Borges, como a Borges le pregunté hace muchos años por Marechal, cuando lo tuve a tiro. Para espolearlo un poco. Escribe contra Borges y en contra de Borges, sin dejar de reconocerlo a regañadientes…