El último Gombrowicz

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El último Gombrowicz

Gombrowicz llevó, en paralelo y como complemento a sus “Diarios”, otro diario íntimo: Kronos, que se publicó el año pasado en Polonia. Rita Gombrowicz cuenta en “El último Gombrowicz” cómo conoció el manuscrito, recorre la historia de su conservación, traducción y publicación. La nota original pueden encontrarla siguiendo el enlace, o pueden leerla por acá.

http://www.letraslibres.com/sites/default/files/gombrowicz-e.pdf

 

Kronos GOmbrowicz

 

Supe de la existencia de Kronos en 1966, no recuerdo la fecha exacta. Entré en su habitación, como solía hacer a veces, cuando dejaba la puerta abierta. Estaba sentado a la mesa de trabajo y me dijo algo así como: “Mira, estoy escribiendo mi diario íntimo, de vez en cuando anoto cosas privadas.” Vi que no se trataba del papel blanco habitual, era más viejo y de un formato más grande, era un documento como un gran libro abierto con las hojas despegadas. Me pareció natural que tomara notas, puesto que escribía un diario para Kultura. No me asaltó una curiosidad especial. No me mezclaba en sus escritos, no leía ni hablaba polaco.

La segunda vez fue en 1968. Cansado, enfermo, desbordado por el trabajo administrativo que, cada vez más, exigía su obra, me pidió que le ayudara y me puso al corriente de sus “asuntos”. Me enseñó cómo leer un contrato, cómo responder el correo. Me mostró diferentes clasificadores que contenían su correspondencia y algunos manuscritos. Me indicó, sin abrirlo, dónde estaba su diario íntimo, al que llamaba Kronos, mientras me decía: “Si la casa se quema, coge Kronos y los contratos y corre lo más rápido que puedas.” Cuando murió en 1969, yo era su heredera universal y la única directriz que tenía acerca de ese manuscrito era salvarlo de las llamas antes que el resto de sus archivos. Entendí que Kronos era la cosa más preciada para él. Lo puse en el centro de mi vida como una fuerza secreta pero eficaz. Dediqué varios años a recoger testimonios –mientras había tiempo–, a ordenar documentos susceptibles de aclarar el manuscrito.

A principios de 1970, seis meses después de su muerte, me instalé en Italia, cerca de Maria y Bohdan Paczowski, nuestros amigos más cercanos, quienes me aconsejaron sobre las cuestiones polacas durante ese periodo difícil. Me llevé los archivos, entre ellos Kronos, conmigo en el coche. Todo ocupaba dos maletas. Maria y yo nos pusimos a trabajar. Pasamos revista al contenido de los clasificadores y Maria me traducía lo esencial. Así fue como abrimos por primera vez Kronos. Encerrado en su carpeta rosa salmón, sobre la que estaba escrito de la mano de Witold en mayúsculas: “kronos. ii”. Había muchas páginas completamente cubiertas por su hermosa caligrafía regular sobre

el papel del Banco Polaco. Pasaba las grandes hojas amarillentas. Veía desfilar su vida, año tras año. Era conmovedor. Un enigma. Un tesoro.

Algún tiempo después, Maria y yo empezamos a traducir sistemáticamente de principio a fin. Hice una fotocopia –la única copia– de todo el manuscrito conservando el formato grande. Deposité el original en la caja de un banco cerca de mi casa. Durante nuestras sesiones de trabajo, Maria sujetaba entre sus manos una de las fotocopias y me dictaba su traducción, palabra por palabra, a veces con giros gramaticales polacos. Maria todavía no dominaba perfectamente el francés, pero tenía una intuición extraordinaria para entender la escritura de Witold. Subrayaba suavemente en rojo las palabras que no llegábamos a descifrar. De rodillas, yo tomaba notas en francés en mi cuaderno. Después lo pasaba todo a máquina. En Kronos hay nombres y algunas palabras abreviadas. Yo ponía entre paréntesis los nombres descodificados y las notas que añadíamos. Terminamos la primera versión descifrada en francés en 1972. A continuación añadí las notas de Gustave Kotkowski, de Alejandro Rússovich y las de Wojciech Karpinski. Seguí incluyendo mis propios descubrimientos a lo largo de los años. Iba corrigiendo sobre la marcha y lo mecanografiaba de nuevo en mi pequeña Olivetti portátil.

Para mí, el comienzo de la redacción de Kronos se sitúa entre finales de 1952 y principios de 1953. Es la fecha base a partir de la que Gombrowicz reconstituye su pasado hasta su nacimiento, e incluso su concepción. Para encontrar el momento en el que tuvo la idea de comenzar ese manuscrito, por qué y cómo, me apoyé en la correspondencia con su editor polaco, Jerzy Giedroyc, y naturalmente en Kronos. En abril de 1952, Gombrowicz lee el Diario de André Gide durante sus vacaciones en Salsipuedes. De vuelta a Buenos Aires, escribe su diario de Salsipuedes, el primer boceto de su Diario, publicado unos meses después en Kultura. El 6 de agosto de 1952 escribe a Giedroyc una carta que demuestra que había reflexionado hondamente sobre la manera en la cual escribir su propio diario: “En este momento escribo una especie de diario –como el diario de Salsipuedes que te envié–. Ya tengo muchas páginas y me produce curiosidad saber si lo he conseguido […] Creo que soy alguien que tiene la vocación de escribir su Diario. El Diario de Gide no me inspiró demasiado, pero sobre todo me permitió vencer algunas dificultades esenciales que me impedían, hasta ahora, hacer realidad este proyecto (pensaba que un diario debía ser ‘privado’ y me ha permitido descubrir la posibilidad de un diario privado-público).” Giedroyc le responde inmediatamente el 11 de agosto sin esperar a leer el texto: “La idea de un Diario es muy buena. Es la forma ideal para ti.” Witold cuenta con el aliento e incluso el entusiasmo de su editor. Había encontrado la solución: puesto que no podía decirlo todo en una revista sobre la emigración, escribiría otro diario más privado. Esto se confirma en la “Nota preliminar” a la primera edición de su Diario en Kultura en 1957, de la que hablaré más adelante. Es impresionante constatar que todo Kronos fue pensado y escrito bajo el ritmo mensual de la revista Kultura. Kronos es el complemento escondido, privado del Diario. En mi opinión, los dos fueron escritos al mismo tiempo bajo dos planes diferentes. En octubre de 1952, Gombrowicz anota en Kronos: “Nowinski me prohíbe escribir en el banco.” Transatlántico estaba terminado. No tenía ninguna obra en marcha. Así que, ¿qué escribía en el papel del banco si no el Diario o más probablemente Kronos?

Hay otros argumentos a favor de esas fechas. El primero es que Gombrowicz escribió la fecha 1953 arriba a la izquierda, debajo del año 1939. Para mí, eso prueba que escribió o releyó esa página en 1953. Tuvo que hacer un ejercicio de memoria considerable para reconstruir cuarenta y ocho años de su vida. Necesitó, sin duda, meses para hacerlo. Otro argumento: 1953 fue el primer año al que Gombrowicz consagra dos páginas a un único año. De ahí en adelante utiliza dos páginas para cada año durante los diez siguientes, hasta finales de 1962, excepto en 1955, al que le dedica tres, puesto que es un año excepcional: se producen su salida del Banco Polaco y la caída de Perón. Si nos fijamos en el año 1952, anotado en una sola página, encontramos sin embargo algunos huecos. Cuanto más retrocedemos en el tiempo, más se adelgaza el texto. Es posible que comenzara a escribir a finales de 1952, porque ¿cómo podría acordarse, ese año, de las fechas exactas de los envíos de las cartas o de sus discusiones con Nowinski si hubiera empezado en 1954, por ejemplo, o incluso a finales de 1953? Si lo hubiera comenzado en 1955, ¿cómo podría tomar nota de acontecimientos precisos sucedidos en 1953 y 1954, y que cada año ocupara dos páginas sin que haya ningún hueco en la memoria? Por eso propongo finales de 1952, principios de 1953.

La primera persona que leyó Kronos, aparte de Maria y de mí, fue Gustave Kotkowski, el primo alemán de Gombrowicz, durante una de sus estancias en Milán, en 1971. Estaban muy unidos desde la infancia y lo siguieron estando hasta el fin de sus días en Vence, adonde venía regularmente a visitarlo. En 1941 se reunió con Gombrowicz en Buenos Aires, donde vivió hasta su muerte, en 1978. Gombrowicz lo atrajo a Argentina, le escribió a Nueva York, donde Gustave estaba, diciéndole lo bien que vivía entre la aristocracia local. Gustave era como su doble, conocía sus secretos, pero era tan discreto como su primo. Es uno de los pocos amigos cercanos que lo conocieron durante la guerra. Su ayuda fue fundamental para descifrar los años polacos y argentinos. Se convirtió en mi cómplice en mi primer viaje a Argentina en abril de 1973 y en un apoyo infatigable para la preparación de mi libro Gombrowicz en Argentina, me guió en el pasado de Witold, me señaló a quién tenía que conocer, en especial a Alejandro Rússovich, que acabó siendo el principal descodificador de los años argentinos.

Mis dos libros, Gombrowicz en Argentina y Gombrowicz en Europa, publicados en Francia en 1984 y 1988, y más tarde en Polonia, están inspirados en Kronos. Quería transmitir a sus lectores, primero a los polacos, puesto que no podían viajar libremente durante el régimen comunista, el máximo de informaciones contenidas en Kronos, sobre todo, de su vida en Argentina, que solo se adivinaba a través del Diario, y solo podía leerse de manera clandestina. Hice que un amigo de la familia, Christian Leprette –otro gran discreto–, fotografiara extractos de Kronos que inserté en facsímil en mis dos libros. Quería señalar a los lectores que yo poseía notas privadas como lo había hecho el propio Gombrowicz en su Diario en dos ocasiones: para empezar, en la primera página del año 1958 al describir su “manía de agrandar el calendario. Fechas. Aniversarios. Periodos”. Y mucho más explícitamente en 1963 al principio del Diario París-Berlín, donde, sin mencionar el título, describe en cambio Kronos con precisión: “Una de las maletas de mi cabina contiene una serie de hojas amarillentas que llevan la cronología, mes tras mes, de los acontecimientos. Echemos un ojo, por ejemplo, a lo que sucedía exactamente diez años antes, en abril de 1953.” Y cita textualmente un extracto de Kronos omitiendo, sin embargo, lo que se refiere a su sexualidad.

Entonces no sabía que había otro texto en polaco desde 1957. Lo supe varios años más tarde, después de la caída del comunismo. Se trata de la “Nota preliminar” a la primera edición polaca de su Diario 1953-1956, publicada por la revista Kultura, que se ha conservado en las reediciones polacas sucesivas de Wydawnictwo Literackie. Por alguna razón que ignoro, esa nota no aparece en la edición francesa (ni en otras lenguas) que Gombrowicz tenía en sus manos en Vence. Son diez líneas situadas en la mitad de la página en blanco que precede el principio del texto. Se puede leer la siguiente frase: “Todavía me queda un manuscrito en la reserva –una cosa mucho más privada– que prefiero no publicar. No querría buscarme problemas. Quizá un día… Más tarde.” La decisión de dar a conocer Kronos en la primera edición de su Diario y al mismo tiempo el rechazo a publicarlo podría parecerle una paradoja a un lector extranjero. ¿Por qué avisar de su existencia si no lo quiere publicar? Evidentemente, no podía publicarlo bajo el régimen comunista. En mi opinión, esa nota preliminar es sobre todo la prueba de que Gombrowicz consideraba ese “manuscrito mucho más privado” la parte subyacente de su Diario, que debía ser leído algún día como su complemento necesario. “Un día… Más tarde.” ¿Cuándo?

La Historia vino en nuestra ayuda. El muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989. Un momento único para una obra como la de Gombrowicz. Polonia era libre y tomaba definitivamente el relevo de Kultura, a la que el escritor debía su supervivencia durante casi cuarenta años y sin la cual el Diario seguramente no existiría. Ahora había que establecer un programa: editar el Diario completo, los inéditos, la correspondencia, empezar una edición crítica. Un vasto proyecto del que se encargaría la editorial Wydawnictwo Literackie. Había que seguir un orden, puesto que las ediciones polacas servirían de modelo a las traducciones de todo el mundo. La situación de su obra en 1989 era desequilibrada. Todavía era, según su expresión, un “filete a medio cocer”. Sin duda, Gombrowicz tenía reconocimiento, pero sobre todo como dramaturgo. Sus obras de teatro se representaban en los teatros más grandes de Europa occidental. Sin embargo, en la mayoría de los países, excepto Alemania, Países Bajos y Francia, solo se conocía una parte de su obra y la que se ignoraba más y estaba peor editada era precisamente el Diario. En Estados Unidos había algunas ediciones, pero en muchas ocasiones traducidas del francés, y con pocos lectores. Los países del Este, donde estaba prohibido, iban a salir del comunismo con dificultades. Y era su primer público. Como responsable de su obra, no podía dejar que se publicara Kronos antes de que el Diario hubiera encontrado, por poco que fuera, su sitio –al menos, en las lenguas más extendidas–. Se puede leer el Diario sin Kronos, pero no al revés. Incluso en Francia, que le trataba tan bien y de donde salía su reconocimiento mundial, su Diario se había publicado fragmentariamente, en cinco volúmenes en tres editoriales diferentes. ¿Cómo encontrar, en ese caso, la unidad y la dimensión de una obra? ¿Cómo escapar del prejuicio de que su Diario era el diario típico de un emigrado polaco? El Diario acabó por triunfar, pero poco a poco, muy lentamente. No había que quemar etapas. Y había que tener en cuenta la situación internacional de su obra.

Así, a principios de los años 2000 descubrí por casualidad la “Nota preliminar” de la edición polaca de 1957: “Un día… Más tarde.” No era la directriz concreta que tanto habría necesitado en el momento de su muerte, pero me reconfortaba. Me había dado como fecha límite inquebrantable, fueran cuales fueran las circunstancias históricas, la duración de la explotación de los derechos, que es el uso admitido generalmente para la salida de un documento así: julio de 2019, es decir, cincuenta años después de su muerte. Pero cuando en 1995 supe que Europa había prolongado los derechos a setenta años, me pareció que había que publicarlo lo antes posible. En 2003, en vista del centenario de su nacimiento, tomé la decisión de separarme de mi manuscrito de Kronos. Mi intención era depositarlo en la Biblioteca Beinecke, en la Universidad de Yale, donde estaban los archivos de Gombrowicz desde 1989, junto a los de otros polacos como Czesław Miłosz. Aunque lo depositara en Beinecke, seguiría siendo la responsable de la publicación de Kronos en el mundo. Podía publicarlo en Polonia en el momento ideal. A principios de marzo de 2004, fui a Cracovia para la ceremonia del centenario de su nacimiento, organizada por Wydawnictwo Literackie. Era la ceremonia que a él le habría gustado: humor, imaginación, seriedad y ligereza a la vez. Había elegido la Biblioteca Beinecke, en Estados Unidos, para depositar sus archivos con el fin de que estuvieran a resguardo de los azares de la política polaca. Le pedí a Wojciech Karpiński, mi amigo polaco y mi consejero en los asuntos de Gombrowicz, que me ayudara a preparar el depósito del manuscrito de Kronos. Pero, precisamente, “el viento de la Historia” (como dice Gombrowicz en Opereta) soplaba sobre Polonia, que entraba en la Unión Europea. Para esta juventud polaca que lo celebraba calurosamente, él, el europeo, representaba una nueva generación en una Polonia no solo libre, sino europea. Pensé entonces que, como el corazón de Chopin, el lugar del manuscrito estaba en Polonia. Era su país, pero sobre todo era la lengua en la que él había escrito toda su obra.

El centenario aceleró y amplificó la difusión de su obra. En Polonia se publicaron el Diario completo, los inéditos y dos libros de correspondencia. La edición crítica había comenzado. En el extranjero, varios países le tradujeron por primera vez, entre ellos China y Corea. Editores en España, Estados Unidos o Noruega se comprometían a publicar el Diario en un solo volumen. Mi obsesión era evitar que Kronos fuera pervertido o deformado por razones políticas o de otro tipo. Quería que fuera útil en primer lugar a Gombrowicz, que encontrara su sitio en el seno de su obra de una manera natural y serena, sin escándalo innecesario. La espera del momento justo había sido mi norma de conducta. En ese momento, en cambio, con internet y la globalización, nuestra manera de pensar cambiaba rápidamente. Creía que el momento esperado había llegado. Además, la consulta de Kronos sería necesaria para continuar la edición crítica de Transatlántico y del Diario. Así, quería participar en la edición mientras estuviera viva para aportar todo el trabajo ya hecho que tenía.

Sin embargo, se tratara de Polonia o de la Biblioteca Beinecke, surgía la misma pregunta: ¿había que consultar y publicar el manuscrito íntegro en ese momento o esperar a mi desaparición para publicar los últimos años en Vence, que hacían referencia a mi vida íntima? ¿Había que fijar una fecha? ¿Omitir los pasajes demasiado privados marcándolos con corchetes? Dudaba, porque eso me recordaba la siniestra época de la censura. Si optaba por una de esas soluciones, como era mi derecho, la vida de Gombrowicz quedaría incompleta. Por otro lado, Kronos era de una exposición tal para mí que me resistía a hacerlo público. Me sentía un objeto de estudio. Me sentía incómoda frente a esa reducción de nuestra vida a hechos o estados de ánimo. ¿Dónde estaban nuestros juegos y nuestras aventuras? ¿Dónde estaba su mirada de poeta? Sabía que había muchos testimonios que lo hacían revivir. Era libre, también, de escribir mi propia verdad. Comprendí que, simplemente, estaba en la línea de mira de su estudio sobre sí mismo. Formaba parte, como muchas otras antes que yo en la historia de la literatura, de los daños colaterales de la vida de un escritor. Sus pequeños zarpazos de fiera me obligaron a superar mis susceptibilidades, a evolucionar, a crecer. Comprendí que, muerta o viva, sus palabras no cambiarían jamás, estaban escritas en piedra. Era mejor explicar todo lo que pudiera mientras estuviera viva. Consulté a algunos amigos, trataba de tomar distancia. Pensaba en sus lectores. Después de una lucha conmigo misma, llegué a la conclusión de que tenía que publicarlo todo.

Kronos es la búsqueda obstinada de la armadura de su ser. Llevó lo más lejos que pudo los límites de su memoria para encontrar su pasado. Iba tras el conocimiento de sí mismo para utilizarlo en su Diario público. Me sorprendió la manera en que se trataba, como en su vida, con distancia y objetividad. Reencontré su voluntad y su disciplina para atenerse a los hechos, nada más que a los hechos. Ni más ni menos. Trataba de estar lo más cerca de la realidad sin embellecerla. Se tenía bien sujeto, bajo control. No se mentía a sí mismo ni a los demás. Era honesto. Su pasado era tal como me lo había contado y tal como lo descubrí haciendo mis libros. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que Kronos es una serie de referencias estrictamente personales que no dan una idea exacta del papel que desempeñaron en su vida determinadas personas. Kronos despertó también algunas ambigüedades sobre su sexualidad, que es muy importante en una obra tan existencial como la suya. Su estricta vigilancia de los pequeños campesinos de su infancia y los sirvientes de su juventud ayudan a comprender su bisexualidad, cuyo denominador común es una juventud anónima de “pies descalzos”. Se entiende que pudiera escribir que no creía en una filosofía no erótica. Su amor de juventud es el punto de partida de la reflexión para la concepción del hombre ferdydurkiano. Su completo escrutinio de los años de la guerra me recordaba a veces a Job. Es la grandeza de haberse mostrado en toda su humanidad, en sus pasiones y en sus miserias.