El otro enfoque para la cultura, de Gombrowicz

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El otro enfoque para la cultura, de Gombrowicz

Enrique Ferrari Nieto escribió para la revista Barataria de Ciencias Sociales una reflexión sobre el rol del intelectual en la era digital, y en su artículo linkea directamente con Gombrowicz y sus teorías sobre la inmadurez y la cultura. El texto que reproducimos más abajo es un fragmento del artículo de Ferrari Nieto: Hacia un perfil del intelectual digital: la expresión recuperada de Gombrowicz, que pueden leer completo siguiendo el link:

http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=322127624008

Postman, convertido ya en clásico, recupera del Fedro de Platón la medicina para el recuerdo, no la memoria, la sabiduría no verdadera, hecha solo de información (Postman, 1994:14). Y González Quirós el asno de Buridán, que muere de vacilar entre el agua y la avena (González Quirós, 1998:64). Žižek habla de anorexia informativa como reacción al exceso de información (Žižek, 2006:254). Y Maldonado de una opulencia informativa con los mismos efectos para el usuario que la anterior indigencia (Maldonado, 1998:99-100). En frente, como contrapeso, del lado de las capacidades de la edición en red, me voy a ceñir a un solo ejemplo, a una reivindicación con casi cien años de historia: A comienzos del XX, en los arrabales de la vanguardia, Witold Gombrowicz publica Ferdydurke como respuesta a la reacción que en determinados ámbitos culturales polacos causa un libro suyo anterior, Memorias del tiempo de la inmadurez. Lo tachan, en un ejercicio de perspicacia, de inmaduro, y Gombrowicz, con su segundo intento, ajusta cuentas con la cultura que se arrogan estos popes: tan hermética, tan inflamada, tan venerable, y (sin la contradicción que podría parecer evidente) también tantas veces solo una excusa. Le hace una crítica por dentro y por fuera: con el análisis del mecanismo interno de la cultura y con la reflexión de su uso público, de su exhibición que hace el intelectual, ambos conectados.

Con Ferdydurke, para su primera crítica, opone lo inmaduro a la Forma en un movimiento dialéctico, pero de una dialéctica insegura, dubitativa, que quiere a un tiempo lo perfecto y lo imperfecto, la cultura y la vida, sin ser capaz de resolver la antítesis. En palabras de su autor: “Añadir a todos los altares oficiales otro más sobre el que se irguiese el dios joven de lo inferior, de lo peor, de lo sin-importancia, en todo su poder vinculado con lo bajo” (Gombrowicz, 2006:66). En síntesis, cree que los hombres se ven obligados a ocultar su inmadurez; que solo exteriorizan lo que está maduro en ellos. Pero esa madurez que muestran es solo una ficción que no se corresponde con lo que ellos son: inmaduros por su propia naturaleza. Y también por la cultura: “La cultura -escribe- infantiliza al hombre porque ella tiende a desarrollarse mecánicamente y, por lo tanto, le supera y se aleja de él” (Gombrowicz, 2010:17). Porque el hombre persigue todo el tiempo la Forma, pero nunca la logra. Como en el Ferdydurke, en el que es el anhelo de madurez lo que arrastra al hombre hacia esa inmadurez artificial; y ese anhelo deforma el que lo lleva a una forma mala: porque se precipita en su búsqueda, incapaz de vivir sin ella, y se equivoca, igual que el hombre vergonzoso que, al encontrarse desnudo, no acierta a coger ropa de su talla. Lo que quiere el protagonista es encontrar la forma para la Inmadurez. Imposible, porque no puede manifestar directamente su propia realidad inmadura. Con lo que lo único que puede hacer es tomar distancia frente a la forma para, al menos, dice, volver menos cargante la cultura: esa máscara que la convierte en un juego mecánico. Como advierte el propio Gombrowicz: “Si no lográis juntar de algún modo más estrecho esos dos mundos, la cultura será siempre para vosotros instrumento de engaño” (Gombrowicz, 2010:17).

En la segunda de sus críticas, con Trans-Atlántico, que escribe mucho después, lleva el conflicto al entorno de los intelectuales: de un lado los que buscan amarrarse a las referencias y las citas de los prohombres del pasado, porque entienden la cultura como la acumulación de datos; y, del otro, los que rechazan tantos andamios para expresar sus ideas, que quieren más próximas: Una primera demostración de independencia, digamos, interna, para el trabajo propiamente intelectual, teórico, que Gombrowicz también alienta en el plano político como la bisectriz que separa al intelectual cercano al poder del intelectual que decide romper amarras: en ambos casos una posición difícil. Escribe: “¡Cuán extraño, extrañísimo, aquel Caso! Sabía que eran unos comemierdas y que me consideraban como a un comemierda y todo aquello no era sino mierda, mierda, y lo único que deseaba era romperles la Cabeza a aquellos comemierdas. Sin embargo, no se trataba de un cualquiera, sino del Ministro Plenipotenciario, el Señor Ministro, y su Consejero… A eso se debía mi Timidez, mi temor ante Personas tan importantes que me distinguían y honraban… Así que cuando en aquel Salón el Ministro y el Consejero me asaltaron con Homenajes mientras corrían detrás de mí, yo, sabedor de la Alta Misión, de la dignidad e importancia de aquellos comemierdas, no podía rechazar ni librarme de aquel Homenaje.  ¡Vaya, había caído como una ciruela en medio de la mierda!” (Gombrowicz, 1986:25-26).

Desde aquí, con esta doble mirada, recuperado Gombrowicz en la era de Internet, su reflexión -compartida por otros, pero en su caso más visceral, más vivida- puede servir para buscarle esa otra perspectiva a la nueva figura de lo que he llamado el intelectual digital, en Internet. Porque junto a tantos ataques cabe también, desde el soporte conceptual que supone la noción de archivo que apunta Boris Groys, una legitimación de sus formas o al menos una valoración positiva de algunos de sus rasgos más destacados. La premisa es que con Internet y la tecnología digital, al multiplicarse casi ilimitadamente la capacidad de almacenaje de información, ya no se da, porque no se necesita, esa competición que ha existido hasta hace poco para imponer cada uno sus ideas. Antes, sin los mecanismos apropiados para acumular todas las propuestas, tenían que luchar entre ellas para imponerse en ese espacio mínimo que era la cultura o la alta cultura, para pervivir; y las opciones de cada una pasaban por alinearse con la cultura ya consagrada, como heredero legítimo. Pero hoy, con la cultura del pensamiento libre, con tantos teras para acumular datos, con los márgenes de lo tolerable mucho más amplios, la cosa ha cambiado, con la integración de otras tradiciones y otras propuestas. El libro de papel, que restringió tanto la autoría, está siendo sustituido por otros formatos informáticos, infinitamente más baratos, que hacen posible que cualquiera pueda divulgar sus ideas: que a cualquiera puedan leerlo en cualquier parte del mundo. Aunque a estos no se les reconozca mayoritariamente como intelectuales, aunque no gocen del mismo estatus, ni del mismo respeto. En principio porque no son ya minoría, y porque en este grupo tan heterogéneo los hay que no van más allá de copiar y pegar lo que han leído en otro sitio o porque los argumentos que plantean son irrelevantes o incoherentes, meras ocurrencias, sin una base sólida. Pero también -y esto no ha sido estudiado- porque la percepción inicial que se tuvo de Internet como otro mundo, como algo virtual, sin consecuencias, como si tuviera una entidad ontológica menor, condicionó una rebaja en la consideración de dichos autores y publicaciones, como una segunda división respecto al libro de papel.

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