EL ESCRITOR POLACO Y LA TRADICIÓN. GOMBROWICZ EN LA DISCUSIÓN SOBRE LENGUA Y NACIÓN, Martina Kaplan

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EL ESCRITOR POLACO Y LA TRADICIÓN. GOMBROWICZ EN LA DISCUSIÓN SOBRE LENGUA Y NACIÓN

Martina Kaplan

Introducción

Mariátegui opone la posibilidad de una literatura nacional a la existencia de una literatura colonizada. Borges sonríe ante la pelea por el título de idioma nacional entre arrabaleros y españolados. Arlt golpea contra la academia y todos sus muertos. Mientras estos debates tienen lugar, llega al país un literato polaco con la idea de visitar Argentina, donde termina viviendo veinticuatro años, y que no se mantendrá ajeno a estas discusiones. Qué tiene para decirnos Gombrowicz acerca de la relación entre literatura y nación, hombre y cultura y el vínculo entre las culturas dominantes y periféricas, es lo que abordaré en este ensayo.

¿Por qué introducir la obra de un escritor extranjero a una de las discusiones más fervientes de la cultura latinoamericana? Basta leer las primeras páginas de su Diario argentino para enterarse; el relato de Gombrowicz es una excelente fotografía sobre cuál era el estado de aquella vieja discusión en los años que transcurre su estadía, desde 1937 hasta 1964.

Además, un año antes de llegar a Argentina, Gombrowicz había publicado en su país Ferdydurke. Los conceptos centrales de esta novela −Inmadurez y Forma− le permiten realizar una lectura original sobre la relación entre la cultura de las periferias y la cultura hegemónica europea, con capital en París. Abordar la cuestión de la inmadurez en una nación cuyos esfuerzos estaban volcados a alcanzar la superioridad y la sobriedad que emanaba del epicentro europeo, le había costado el respeto de la intelectualidad polaca, aunque gozaba de cierto éxito entre los jóvenes.

No fue poca su sorpresa al darse cuenta de que estos conceptos eran aplicables también a lo que sucedía en estas latitudes, donde, en su opinión, podía sentir incluso con más fuerza la influencia de la cultura europea. Para Ricardo Piglia (2008: s/p), “la cultura argentina le sirve de laboratorio para probar su hipótesis”, que irá fortaleciendo al encontrarse con los miembros del “Parnaso” de las letras argentino, y también con aquellas figuras que abogaban por una cultura independiente del dominio imperialista y colonial.

Por último, el lugar de privilegio en que se encuentra Gombrowicz para pensar la literatura argentina lo señala él mismo:

… me encuentro en desventaja. Soy un forastero totalmente desconocido, carezco de autoridad y mi castellano es un niño de pocos años que apenas sabe hablar. No puedo hacer frases potentes, ni ágiles, ni distinguidas, ni finas, pero ¿quién sabe si esta dieta obligatoria no resultará buena para la salud? (…) Cuando uno carece de medios para realizar un estudio sutil, bien enlazado verbalmente, sobre, por ejemplo, las rutas de la poesía moderna, empieza a meditar acerca de esas cosas de modo más sencillo, casi elemental y, a lo mejor, demasiado elemental. (Gombrowicz, 2006a: 11)

 

El escritor polaco y la tradición

Para entender la postura gombrowicziana acerca de lo nacional, es necesario en principio repasar qué construcción hace sobre el hombre. Todas sus producciones tienen de fondo esta idea, que él resume de la siguiente manera:

  1. El hombre que creado por la forma, en el sentido más profundo, más amplio del término.
  2. El hombre creador de la forma, su infatigable productor.
  3. El hombre degradado por la forma, siempre incompleto (incompletamente culto, incompletamente maduro).
  4. El hombre enamorado de la inmadurez.
  5. El hombre creado por lo inferior y por la minoría de edad.
  6. El hombre sometido a lo interhumano, como fuerza superior, creadora, única divinidad que nos es accesible.
  7. El hombre para el hombre, ignorando toda instancia superior.
  8. El hombre dinamizado por los hombres, realzado, reforzado por ellos. (Gombrowicz, 2006b: 121)

A partir de Gombrowicz por el drama al que están sometidos los hombres, que solo pueden expresarse a través de formas que les vienen dadas y que los deforman. Como consecuencia, a lo largo de su vida, nunca dudó en rechazar toda forma de identidad preconcebida y anquilosada. Desde la heterosexualidad hasta el nacionalismo, todas estas cáscaras fueron dejadas de lado, no sin sufrimiento, por el hombre Gombrowicz. Saer describe este proceso magistralmente en su ensayo sobre este pensador:

Ser polaco. Ser francés. Ser argentino. Aparte de la elección del idioma, ¿en qué otro sentido se le puede pedir semejante autodefinición a un escritor? Ser comunista. Ser liberal. Ser individualista. Para el que escribe, asumir esas etiquetas, no es más esencial, en lo referente a lo específico de su trabajo, que hacerse socio de un club de fútbol o miembro de una asociación gastronómica (…) no se es nadie ni nada, se aborda el mundo a partir de cero, y la estrategia de que se dispone prescribe, justamente, que el artista

esta caracterización, podemos observar la fuerte preocupación de debe replantear día tras día su estrategia. Esta, y no el individualismo recalentado que se le atribuye, es la verdadera lección de Gombrowicz. (Saer, 1989: s/p)

No se es nada ni nadie; resuena en esta frase el principio de aquel poema borgeano de gran belleza y profundidad, “Nadie hubo en él” (Borges, 2005: 51); la búsqueda de Shakespeare por llenar aquel vacío resume la de la humanidad toda, que apela a un sinfín de máscaras para cumplir con la vieja obligación de ser alguien. Para Gombrowicz todos estos personajes que la imaginación social presta a los hombres no hacen más que degradarlos, pues son incapaces de decir su deseo. La única solución posible es traer a la conciencia aquellas formas para rechazarlas, en un esfuerzo titánico y cotidiano por ser uno mismo.

Entendemos ahora por qué cualquier versión del nacionalismo es rechazada por este escritor; la nacionalidad es solo una ficción más. Quizá ver cómo definía su propio origen deje el asunto más claro:

-¿Se siente usted un escritor polaco?
-Pues claro, incluso muy polaco. Solo que no hago ningún esfuerzo por serlo. Debe ser a pesar mío. Y como es a pesar mío, resulta auténticamente polaco. Si me esforzase en hacer el polaco, en jugar a serlo, todo se iría al demonio. Por ejemplo, toda la literatura latinoamericana, que se propone encontrar un tipo: ¿quiénes somos nosotros? Quiere definirse así. Naturalmente, eso no tiene ningún sentido”. (Gombrowicz, 2010: 55)

Se es a pesar de la forma; escribo como Gombrowicz, y de esa manera soy auténticamente polaco. Soy yo para ser nosotros, y no viceversa.
Borges planteó algo similar en “El escritor argentino y la tradición”:

Séame permitida aquí una confidencia, una mínima confidencia. Durante muchos años, en libros ahora felizmente olvidados, traté de redactar el sabor, la esencia de los barrios extremos de Buenos Aires; naturalmente abundé en palabras locales, no prescindí de palabras como cuchilleros, milongas, tapia, y otras, y escribí así aquellos olvidables y olvidados libros; luego, hará un año, escribí una historia que se llama “La muerte y la brújula” que es una suerte de pesadilla, una pesadilla en que figuran elementos de Buenos Aires deformados por el horror de la pesadilla; pienso allí en el Paseo Colón y lo llamo Rue de Toulon, pienso en las quintas de Adrogué y las llamo Triste-le-Roy; publicada esa historia, mis amigos me dijeron que al fin habían encontrado en lo que yo escribía el sabor de las afueras de Buenos Aires. Precisamente porque no me había propuesto encontrar ese sabor, porque me había abandonado al sueño, pude lograr, al cabo de tantos años, lo que antes busqué en vano. (Borges, 1994: 270-271)

Vemos así cómo ambos escritores rechazan la posibilidad de encasillarse en una tradición siguiendo una receta o programa. Mientras Borges desecha a los nostálgicos de la lengua española y a aquellos que buscan la nación en el habla de los sectores populares, Gombrowicz se ríe de aquellos que buscan en la corona o en el indio la solución al problema.

Como veremos a continuación, tampoco deja a Borges por fuera de esta ridiculización, mofándose de su relación con sus amigos del “Parnaso” y la literatura extranjera. En las páginas del Diario podemos leer:

El argentino medianamente culto sabe bien que en lo referente a la creación las cosas andan mal. No tenemos una gran literatura. ¿Por qué? (…) –y he ahí que las soluciones comienzan a multiplicarse–. Vivimos con una luz prestada de Europa, esa es la causa. Tenemos que romper con Europa, volver a encontrar al indio de hace cuatrocientos años que duerme en nuestro interior… ¡Ahí está nuestro origen! Pero la mera idea del nacionalismo produce náusea a otra facción. ¿Qué, el indio? ¡Jamás! ¡Nuestra impotencia proviene de habernos alejado demasiado de la Madre Patria España y de la Madre Iglesia Católica! Pero en este punto el ateísmo progresista- izquierdista sufre un ataque de fiebre: ¡España, clero, puf!, oscurantismo, oligarquía; estudia a Marx, ¡te volverás creador!… Mientras tanto un joven “fino” del centro de Buenos Aires regresa de un té en casa de Victoria Ocampo y lleva bajo el brazo una revue y un poema chino ilustrado con bellos grabados. (Gombrowicz, 2006b: 122)

Dejando esta pequeña diferencia de lado, para ambos escritores la nacionalidad es forma que nos crea, pero solo podemos expresarla cuando el esfuerzo se dirige a la expresión personal y no a una identidad sospechosa; “el argentino mientras se expresa en primera persona es un individuo nada tonto, abierto al mundo y consciente… yo aprendí poco a poco a quererlos y apreciarlos. Muchas veces no carecen de gracia, de elegancia, de estilo” (Gombrowicz, 2006b: 123-124). Este llamado es también el de Borges:

La esperanza es amiga nuestra y esa plena entonación argentina del castellano es una de las confirmaciones de que nos habla. Escriba cada uno su intimidad y ya la tendremos. Digan el pecho y la imaginación de lo que en ellos hay, que no otra astucia filológica se precisa. (Borges, 2008: 160-161)

Para concluir este apartado, quisiera traer a colación a uno de los escritores que dijo bien en argentino, esbozando una pequeña genealogía del llamado a la expresión personal:

Escribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que os antoje. Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero; bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesía, habrá defectos, habrá belleza. (Viñas, 1982: 18-19)

La conjunción de estos pensamientos podría entonces poner en jaque aquella frase con la que Viñas comienza su libro Literatura argentina y realidad política, justificando la existencia de una literatura argentina a partir de una voluntad nacional.

 

No hay nosotros

La imposibilidad de constituir una literatura nacional a partir de un programa, de una voluntad, pone a Gombrowicz y también a Borges en la vereda de enfrente respecto a las reflexiones de otro gran pensador, J. Carlos Mariátegui. En el último de sus Siete ensayos… este escritor plasma su preocupación por la ausencia de un corpus literario genuinamente peruano, debido a que el espíritu y los sentimientos de sus intelectuales continúan ligados a la Colonia. Esta dependencia espiritual se supera según Mariátegui a través del paso por dos etapas históricas: la cosmopolita, donde la cultura se abre a la influencia mundial, y la etapa nacional, que es la búsqueda del propio carácter. En el caso peruano, la literatura nacional debe identificarse con el indigenismo, largamente sepultado por una cultura colonizada.

El pensamiento mariateguiano ejerció una fuerte influencia en la intelectualidad latinoamericana de las siguientes generaciones. Gombrowicz da testimonio de ello a través de su encuentro con el joven Roby Santucho, a quien conoce en un viaje a Santiago del Estero. Las impresiones que deja este intercambio en Gombrowicz nos permite adivinar una respuesta directa a la tradición indigenista:

Estaba sentado con Santucho, que es fornido, con una cara terca y olivácea, apasionada, con una tensión hacia atrás, enraizada en el pasado. Me hablaba infatigablemente sobre las esencias indias de estas regiones.
“¿Quiénes somos? No lo sabemos. No nos conocemos. No somos europeos. El pensamiento europeo, el espíritu europeo, es lo ajeno que nos invade tal como antaño lo hicieron los españoles; nuestra desgracia es poseer la cultura de ese vuestro ‘mundo occidental’ con la que nos han saturado como si fuera una capa de pintura, y hoy tenemos que servirnos del pensamiento de Europa, del lenguaje de Europa, por falta de nuestras esencias, perdidas, indoamericanas. ¡Somos estériles porque incluso sobre nosotros mismos tenemos que pensar a la europea!…”. Escuchaba aquellos razonamientos, tal vez un tanto sospechosos, pero estaba contemplando a un “chango” sentado dos mesitas más allá con su muchacha; tomaban: él, vermut; ella, limonada

(…) de pronto ocurrió no sé cómo, algo como que entre ellos estaba contemplada la tensión más alta de la belleza de aquí, de Santiago… y tanto más probable me parecía ya que realmente el mero contorno de la pareja, tal como desde mi asiento la veía, era tan feliz cuanto lujoso. Allá, en aquella mesita está la Argentina que me fascina silenciosa y sin embargo con una resonancia de gran arte, no ésta, parlanchina, holgazana, politiquera. ¿Por qué no estoy allá, con ellos? ¡Aquel es mi lugar! ¡Junto a aquella muchacha como un ramo de temblores blanquinegros, junto a aquel joven semejante a Rodolfo Valentino!.. ¡Belleza! (Gombrowicz, 2006b: 166)

Gombrowicz busca lo propio de la Argentina, su belleza, y esta no tiene nada que ver con aquellas declamaciones parlanchinas. De nuevo el hombre atrapado por la forma; los sospechosos razonamientos que dicen buscar la verdadera argentina, la antigua esencia, son los que impiden ver lo que está apenas en la otra mesa, una sencilla pareja que dice sin decir, que es porque no intenta ser. De nuevo, la crítica a la infatigable búsqueda del “nosotros”.

Santucho y Gombrowicz vuelven a escribirse un tiempo después:

Witoldo: algo de lo que dices en la introducción a El Matrimonio me ha interesado… esas ideas sobre la inmadurez y la forma que parecen constituir la trama de tu obra y tienen relación con el problema de la creación. Claro está que no tuve paciencia para leer más de veinte páginas deEl Matrimonio… Luego me pide Ferdydurke y escribe: “Hablé con Negro (es su hermano, el librero) y veo que sigues atado a tu chauvinismo europeo; lo peor es que esa limitación no te permitirá lograr una profundización de este problema de la creación. No puedes comprender que lo más importante ‘actualmente’ es la situación de los países subdesarrollados. De saberlo podrías extraer elementos fundamentales para cualquier empresa”. (Gombrowicz, 2006b: 228)

La respuesta de Gombrowicz no se hace esperar:

ROBY S. TUCUMÁN –SUBDESARROLLADO NO HABLES TONTERÍAS FERDYDURKE NO LO PUEDO ENVIAR PROHIBICIÓN DE WASHINGTON LO VEDA A TRIBUS DE NATIVOS PARA IMPOSIBILITAR DESARROLLO, CONDENADOS A PERPETUA INFERIORIDAD– TOLDOGOM. (Gombrowicz, 2006b: 229)

De este intercambio podemos extraer algunas reflexiones. En primer lugar, Santucho, al igual que muchos intelectuales argentinos, ve en las categorías gombrowiczianas una herramienta importante para leer la situación que atraviesa la cultura latinoamericana. Sin embargo, desde su postura Gombrowicz no es más que un europeísta incapaz de entender los problemas del subdesarrollo.

Quisiera en este punto realizar una pequeña digresión que, creo, es bastante ilustrativa de este desencuentro. Se trata de una cuestión que Viñas señala como constitutiva de las culturas nacionales; estos son los viajes, más específicamente, el viaje de los intelectuales desde la periferia a Europa. Acerca de esto, Mariátegui, uno de los pensadores más importantes del latinoamericanismo, plantea:

… una vez europeizado, el criollo de hoy difícilmente deja de darse cuenta del drama del Perú. Es él precisamente el que, reconociéndose a sí mismo como un español bastardeado, siente que el indio debe ser el cimiento de la nacionalidad (…) Mientras el criollo puro conserva generalmente su espíritu colonial, el criollo europizado se rebela en nuestro tiempo, contra ese espíritu, aunque solo sea como protesta contra su limitación y arcaísmo. El pensador peruano retrata en su teoría su propia experiencia como viajero latinoamericano al viejo continente. Sin esta experiencia no habría tenido contacto con elementos clave de su pensamiento, como la lucha de los obreros italianos y la situación de los campesinos del sur, o la lectura de autores como Sorel y el contacto con las vanguardias artísticas sobre las que tanto escribió. (Martiátegui, 1928: 280)

Lo que Santucho ve como una limitación, Mariátegui lo señala como bisagra, como momento necesario para “el conocimiento de nosotros mismos”. Gombrowicz también realiza un viaje que atraviesa su concepción sobre la relación entre nación, literatura… y Europa. En este caso viaja desde su periferia, hasta las playas del sur del continente americano. Así relata esta experiencia:

Cómo habrá sido este asunto de partir… fue como si una gigantesca mano me hubiese tomado del cuello de la camisa para sacarme de Polonia y arrojarme en esta tierra perdida en el medio del océano (…) Si no hubiera dejado Europa hubiese vivido en París después de la guerra, casi con seguridad. Pero la mano no pareció quererlo así porque, a la larga, París me hubiese convertido en un parisino. Y sentía el deber de ser anti-parisino. Es que, por esos tiempos, no estaba lo suficientemente inmunizado. Mi destino era pasar muchos más, largos años en los bordes de Europa, lejos de sus capitales, y lejos de sus aparatos literarios, escribiendo, como dicen hoy en Polonia, para los cajones de escritorio. (Gombrowicz, 1968: s/p)

Vemos ahora en su totalidad el error en que incurre Roby al señalar a Gombrowicz como chovinista de Europa, cuando este escritor, al hacer una lectura retrospectiva de su vida, agradece a su suerte por no exponerlo a la cultura europea cuando no tenía aún una posición lo suficientemente madura que le permitiera resistirse a sus influencias. En cambio Mariátegui, referencia obligada de cualquier tradición que busque sus raíces indígenas, recomienda antes de sumergirse en esa ardua investigación, dar un paseo por los paisajes europeos.

Para finalizar este apartado quisiera traer una de las frases más potentes del ensayo sobre la tradición de Borges. “El culto argentino del color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo” (Borges, 1994: 270). Vemos por qué intercalar estos pensamientos, logra poner en movimiento una desgastada retórica, y buscar una nueva manera de resolver la cuestión. Si se lo enfoca pobremente, el nacionalismo es el que conduce al chovinismo europeo.

 

Búsquedas periféricas, Gomborges o Borgowicz

Para continuar, quisiera aclarar que el hecho de que estos autores aboguen por la palabra personal en contraposición a un nosotros, no les impide hacer una lectura de la cultura latinoamericana en su conjunto. La lectura peculiar que hicieron sobre esta, los obligó a dejar en claro sus diferencias con el indigenismo, gauchescas, lunfardismos y un largo etcétera. A continuación me introduciré en aquellos puntos en que estos autores más se acercaron.

Repasemos las fórmulas gombrowiczianas para entender al hombre. En ellas este autor describe al hombre degradado por la forma, incompleto, creado por su inferioridad e inmadurez. Para Gombrowicz, esto no es precisamente malo. En su opinión, en la inferioridad puede residir lo vital de una cultura.

Pero ¿inferior en relación con qué? Gombrowicz se está refiriendo a la especial relación que se teje entre la cultura europea, hegemónica, y la cultura de las periferias, donde ubica tanto a Polonia como a América Latina. Así lo explica este escritor con motivo de la aparición de Ferdydurke en castellano:

Me atrevo a creer que en todo caso la publicación de Ferdydurke en la América Latina tiene su razón de ser. Existen varias analogías entre la situación espiritual de Polonia y la de este continente. Aquí como allá el problema de la inmadurez cultural es palpitante. Aquí como allá el mayor esfuerzo de la literatura se pierde en imitar las “maduras” literaturas extranjeras. Aquí y allá los literatos se preocupan por todo menos por verificar sus derechos a escribir como escriben. En Polonia como en Sudamérica todos prefieren lamentarse de su condición inferior de menores y peores, en vez de aceptarla como un nuevo y fecundo punto de partida. Pero mientras en Polonia la formidable tensión de la vida echa por tierra toda esa “escuela literaria” (la palabra “escuela” está aquí plenamente justificada) la apacible existencia del feliz sudamericano le permite eludir la revisión básica de esas cuestiones, le induce a menudo al cultivo de cominerías estéticas e intelectuales y un estéril formalismo sofoca toda su expresión. Dudo mucho si mis razones serán compartidas por los maestros consagrados de ambas literaturas, pero fijo mis esperanzas en los maestros que están por nacer. (Gombrowicz, 2002: 21-11)

Resulta que esta opinión sí sería compartida por al menos un maestro consagrado de esta literatura. Así lo explica en el ensayo al que vengo haciendo referencia:

Llego a una tercera opinión que he leído hace poco sobre los escritores argentinos y la tradición, y que me ha asombrado mucho. Viene a decir que nosotros, los argentinos, estamos desvinculados del pasado; que ha habido como una solución de continuidad entre nosotros y Europa. Según este singular parecer, los argentinos estamos como en los primeros días de la creación; el hecho de buscar temas y procedimientos europeos es una ilusión, un error; debemos comprender que estamos esencialmente solos, y no podemos jugar a ser europeos (…) Creo que los argentinos, los sudamericanos en general (…) podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas. (Borges, 1994: 272-273)

Con estas observaciones respecto de la posibilidad de generar una potencialidad desde la inferioridad cultural, dejo de buscar la similitud entre los planteos borgeanos y los de Gombrowicz. Muchos se detuvieron en ellos, entre los que se encuentran escritores como Piglia y Saer. A continuación quisiera indagar en por qué esta asociación es al menos compleja. Creo que profundizar en los planteos que realizó el polaco sobre la relación entre la cultura y el hombre, podría ser el comienzo de una nueva discusión sobre estos paralelismos.

 

Borges y Gombrowicz. Voto no positivo

Sabemos que la forma que encontró Borges de ser irreverente con la cultura europea y toda la tradición occidental fue jugar con una falsa erudición tan bien lograda, que hasta hoy en día centenares de intelectuales estudian su obra tratando de distinguir aquello que era cierto de lo que es falso. Para Gombrowicz esta era solo otra manera de ser europeísta, fortaleciendo una cultura que se pretende superior al hombre, que se aleja de él. Esto se manifestaba en la relación que Borges y los artistas vinculados a Sur mantenían con su propio suelo, en especial con aquella fuente de vitalidad para la literatura gombrowicziana, la juventud.

… esta élite argentina hacía pensar más bien en una juventud mansa y estudiosa cuya única ambición consistía en aprender lo más rápidamente posible la madurez de los mayores. ¡Ah, no ser juventud! ¡Ah, tener una literatura madura! ¡Ah, igualar a Francia, a Inglaterra! ¡Ah, crecer, crecer rápidamente! Además, ¿cómo podrían ser jóvenes, si personalmente eran hombres ya de cierta edad, si su situación social no encajaba en aquella juventud del país entero, si el hecho de pertenecer a las altas clases sociales excluía una verdadera unión con lo bajo? Así, Borges, por ejemplo, advertía únicamente sus propios años y no, por decirlo así, la edad que le rodeaba; era un hombre maduro, un intelectual, un artista, perteneciente a la Internacional del Espíritu sin ninguna relación definida ni intensa con su propio suelo (…) No obstante, el ambiente del país era tal, que ese Borges europeizante no podía lograr ahí una vida verdadera. Era algo adicional, como pegado, un ornamento; y no era otra la suerte de toda esa literatura argentina, tanto la confeccionada a la francesa o a la inglesa como la que se esforzaba, según los esquemas consabidos, por exaltar lo propio, lo nacional, el folklore (haciéndolo exactamente igual que en otros países). (Gombrowicz, 2006b: 46-47)

Si trazáramos algo así como un mapa de la literatura argentina de aquella época, a la tan discutida ubicación de Borges y su círculo “superior” en Florida, y los buscadores de lo propio y popular en Boedo, deberíamos agregar los paseos de Gombrowicz por los alrededores de Retiro. Como él mismo lo explica, esta fue la manera que encontró de separarse de aquellos círculos que se debatían en un problema viejo, con palabras ajenas al hombre que él encontraba en esos parajes.

Me bastaba por un solo momento vincularme espiritualmente con Retiro para que el idioma de la cultura se convirtiera en mis oídos en un sonido vacío y falso (…) La pesada obra de los pesados, rígida creación de la rigidez… mientras allí en Retiro, toda esa cultura se diluía en cierta joven insuficiencia, en la joven inmadurez, se volvía peor y peor. (Gombrowicz, 2006b: 65)

Surgieron de en medio de la niebla de Retiro dos propósitos importantes: el primero, claro está: dotar de una importancia primordial a esta palabra secundaria “muchacho”, añadir a todos los altares oficiales otro más sobre el que se irguiese el dios joven de lo inferior, de lo peor, de lo-sin-importancia, en todo su poder vinculado con lo bajo. He aquí un ensanchamiento imprescindible de nuestra conciencia: introducir, en el arte, por lo menos, aquel otro polo del porvenir, dar nombre a la forma humana que nos une a través de la insuficiencia, obligar a que se le rinda culto. (Gombrowicz, 2006b: 66)

No es la erudición la que nos salva de perdernos en tradiciones ajenas; la única manera es buscar la manera de decir lo inmaduro, lo inacabado, adorar lo inútil, buscar lo bajo. Para concluir quisiera hacer referencia al idioma de Borges y al de Gombrowicz. Piglia, con su capacidad de producir grandes polémicas con pequeñas afirmaciones, decía que Borges escribe en inglés, mientras que Gombrowicz, que nunca escribió en castellano, fue el mejor escritor argentino del siglo XX. Quizá la manera en que mejor se justifique esta aseveración es observar el laboratorio que fue la traducción de Ferdydurke.

En ella no solo participó Gombrowicz con su torpe español, sino muchos representantes de las letras latinoamericanas que en aquel entonces eran jóvenes desconocidos. También se incluyeron propuestas de los parroquianos del Café Rex. La búsqueda y creación de una lengua que pueda expresar un singular pensamiento, entre jóvenes irreverentes capaces de inventar palabras como el cuculeo, no hace más que concretar aquella fórmula gombrowicziana de creación desde la inmadurez.

La oposición entre este tipo de escritura, y aquella que busca la superioridad, que deja de lado al hombre con todas las contradicciones que lo atraviesan para refugiarse en las alturas, no puede para Gombrowicz considerarse irreverente. Porque de esa manera la cultura cumple con aquella vieja y aun vigorosa frase gombrowicziana: “Cuanto más inteligente se es, más estúpido”.

Inteligente y estúpido, así es como nos sentimos frente a ese coloquio tan serio y tan docto que se realiza en nuestra presencia. Porque esa “estupidez” que constituye el reverso de nuestra sabiduría es creo yo uno de los grandes problemas del presente (…) Y como, de todas formas, cada uno oculta sus imperfecciones y se manifiesta en lo que tiene de más logrado, mientras la cultura entera sube a las alturas, nosotros nos quedamos debajo, con la nariz al aire. Y si ella está por encima, nosotros estamos debajo.

Nos expresamos, pues, en un idioma “superior” que no nos pertenece. ¿Es preciso en realidad demostrarles lo trágico de esta situación a todos los que, con el sudor de sus frentes, tratan de escribir o de leer nuestra literatura… o que desesperados, frecuentan los conciertos y exposiciones? Afirmo que se comprende poco, no se asimila lo suficiente y todo se vuelve cada día más hermético, más irreal. La situación, repito, es extremadamente seria. Un grito de alarma, aunque sea tan ingenuo como el mío, es preferible a un silencio cómplice. Este quid pro quo no se puede mantener si no queremos vernos abocados a una inmadurez específica, subproducto de un excesivo refinamiento intelectual imposible de digerir. (Gombrowicz, 2010: 32-33)

 

Bibliografía

Borges, Jorge Luis (1994). “El escritor argentino y la tradición”, en Obras completas. Buenos Aires: Emecé.

—– (2005). El hacedor. Buenos Aires: La Nación.

Gombrowicz, Witold (1968). Testamento. Publicado en Página 12 (12/7/99), Buenos Aires.

—– (2002). “Prólogo a la edición castellana”, Ferdydurke. Madrid: Editorial Nacional.

—– (2006a). Contra los poetas. Madrid: Sequitur.

—– (2006b). Diario argentino. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

—– (2010). Autobiografía sucinta. Correspondencia. Buenos Aires: Anagrama – Página 12.

Mariátegui, José Carlos (1928). Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Biblioteca Ayacucho online. goo.gl/oIa48a

Piglia, Ricardo (2008). “La lengua de los desposeídos”, en La Nación (19/4/08). goo.gl/vBjqvY

Saer, Juan José (1989). “La perspectiva exterior: Gombrowicz en la Argentina”. goo.gl/ZHfVz4

Viñas, David (1982). Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires: CEAL.

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.