El año nuevo según Gombrowicz

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El año nuevo según Gombrowicz

Se termina el año nomás, y para empezar a festejar compartimos con ustedes la primera entrada de 1958 del Diario, una reflexión witoldiana sobre el año nuevo y el paso del tiempo, y en el que se puede leer un rastro de Kronos, el diario íntimo de Gombrowicz que se publicó en Polonia el año pasado.

 

Martes

El año nuevo venido del este con la velocidad de una revolución terrestre me ha alcanzado y envuelto en La Cabaña, la casa de Duś, sentado en el sofá con una copa de champán en la mano. Duś también está sentado en un sillón bajo la lámpara. Marisa junto a la radio. Andrea sobre el brazo de otro sillón. Nadie más.

Frente a Duś, piezas de ajedrez esparcidas.

Un momento dramático. ¿Qué ocurrirá? ¿Qué engendrará el futuro que acaba de hacer su irrupción? «Sólo con que no tuviera malos sueños…» Tal vez evitemos una catástrofe. La llegada del año nuevo es una carrera, una terrible carrera del tiempo, de la humanidad, del mundo; todo se precipita como en un arrebato de la locura hacia el futuro, y la magnitud de esta carrera cósmica corta la respiración. Yo también corro con todo lo demás, mi destino rueda con estrépito de un año a otro, y en este minuto, en este segundo algo ha pasado aunque no ha pasado nada. Ha comenzado otro año.

Mi creciente sensibilidad al calendario. Fechas. Aniversarios. Períodos. Con qué diligencia me dedico ahora a contabilizar las fechas. Sí, sí… ¿por qué no he anotado cada uno de mis días desde el momento en que aprendí a escribir? Hoy tendría muchos volúmenes llenos de estas anotaciones y sabría lo que hice hace veintisiete años a la misma hora. ¿Para qué? La vida se escurre a través de las fechas igual que el agua a través de los dedos. Pero al menos quedaría algo…, un rastro…

Mi historia, que está llegando a su fin, empieza a producirme un placer casi sensual. Me sumerjo en él como en un río insólito que tiende a esclarecerse. Poco a poco todo se va completando. Todo se cierra. Empiezo ya a descifrarme a mí mismo, aunque con dificultad y como a través de unas gafas opacas. Qué extraño: por fin, por fin empiezo a ver mi propia cara que emerge del Tiempo. Lo cual va acompañado del presagio del fin irrevocable. Patético.