Gombrowicz: el viejo inmaduro

  • Categoría de la entrada:Blogrowicz

Gombrowicz: el viejo inmaduro

En este cuento de Hernán Ronsino, dos borrachos de pueblo conversan sobre Gombrowicz, la forma y la inmadurez. El cuento está publicado en el sitio Enfocarte; pueden leerlo completo por acá:

 

– Todo polaco es periférico -me sopla Pajarito Lernú, en la mesa del bar La Perla. Estamos sentados en la vereda, con los pies libres, con el viento, que viene de las huertas y las quintas, pegándonos en la cara. La plaza principal enfrente es una macha verde.
Sentada en el monumento a los fundadores hay una chica de 12 años. Pajarito la descubre, y no le saca los ojos de encima. Se lleva los maníes salados a la boca, y me dice, guturalmente:
– Ahí tenés un ejemplo, Bicho.
Yo la miro, es una chica rubia, hermosísima, el sol le pega en la nuca, y la hace mágica. Después, cuando se mueve y se mete bajo la sombra de los plátanos, advierto que es la hija de la farmacéutica, y exclamó:
-¡Es la hija de Berson!
Pajarito Lernú pone cara seria. Es la mañana, apenas las diez, y estamos tomando cerveza desde las ocho. Somos los parásitos del pueblo, dicen. Cuando la vida empieza, la vida de todos ellos, nosotros descansamos. Somos de la noche, la noche nos puede. Y terminamos nuestro día, cuando es la mañana de ellos, tomando cerveza, observándolos de qué manera incomprensible nos miran.
– La chica que está bajo la luz del sol, la chica rubia, la belleza ésa -dice Pajarito-, que puede matar a cualquiera, mirale los ojos de sacada que tiene, ésa es para Gombrowicz la inmadurez. Ahora, la hija de la farmacéutica Berson, que es esa rubia, que tiene un guardapolvo blanco, y podemos deducir con eso que se escapó del colegio y que está triste -no sabemos la causa-, pero sí sabemos, porque es la hija de la farmacéutica Berson y porque está triste, que es incapaz de matar a alguien, ésa, mi querido amigo, es la Forma. La Forma es tu exclamación: ¡si es la hija de Berson!
– Entonces la inmadurez es genérica -le digo enojado, por el tono prepotente que usa.
– No caigas en el error típico. Forma e Inmadurez son categorías analíticas que hablan de algo más, claro que son genéricas, pero actúan en la vida, en los cuerpos, en las mentes, en los destinos, y lo peor, si es que hay algo peor que eso, en los deseos de los sujetos sociales, y disculpame que te lo diga en esos términos tan académicos, Bicho, pero es así hermano.
Pasa, en ese momento, el auto de los Samudio, haciendo publicidad a través de los altoparlantes. Hasta que el rumor molesto no se aleja, no hablamos.
– Lo inmaduro es lo bajo, lo inacabado, lo imperfecto, tengo entendido -digo- y esa belleza no tiene nada que ver con lo que dice el polaco éste.
-Pará un cacho, a ver si nos entendemos. Está muy bien. Polonia y Argentina son dos países inacabados. Inmaduros. Y la Forma vendría a ser lo que entorpece la creación. Lo fósil. Lo joven es lo inmaduro. Pero eso quiere decir que lo joven está lleno de vida. Gombrowicz escribe en una cultura periférica. Gombrowicz traduce Ferdydurke al castellano en el café Rex, en grupo, con cubanos y argentinos. Dicen que esa traducción de Ferdydurke es justamente la manifestación literaria de un lenguaje inacabado. Un cocoliche fantástico. El rumor de todas esas voces, y de las palabras inventadas por el mismo Gombrowicz…
-Te vas por las ramas.
-Mirá, discutir sobre las nociones de Forma y de Inmadurez, en la obra de Gombrowicz, hablar también de la vida de Gombrowicz, es como Mentir -dice Pajarito, un poco desorientado, sin tener muy en claro lo que quiere decir-. Eso es parte de la lógica de la inmadurez, le dije un día a un cronista, hablando, precisamente, de Witold -dice Witold con una soltura, es entonces cuando me dan ganas de pegarle en la cara-. Te cuento algo, le dije a un joven cronista del diario La Verdad, en la inauguración de una muestra del artista Frey, hace seis o siete años. Witold apareció una tarde en el pueblo. Parece que se había perdido. Iba a Tandil, y apareció, solo, un día de otoño, a principios de la década del sesenta, en este pueblo roñoso. Entonces se hospedó en el hotel Alsina, que es lo que hacen todos los piojosos cuando llegan. Esa noche cenó, leyó el diario en la recepción y salió a caminar por el pueblo. Esto lo contó Witold Gombrowicz, le dije al joven cronista del diario La Verdad, en su Diario, por eso lo sé. Witold Gombrowicz caminaba por un pueblo equivocado, pero había algo que lo hacía sentir como si estuviera caminando por Tandil. Esa sensación de desfasaje hace a la Forma, le dije por decir. Antes de entrar al Club Social, el mismísimo Witold Gombrowicz se para en la puerta, huele, recorre con la mirada las caras de los aristócratas rurales, y se va. Cruza la plaza. Pero parece que un muchacho lo empieza a seguir. Le pasa de cerca dos o tres veces con un auto último modelo. A la cuarta vez, pongamos, el muchacho le para al lado y le abre la puerta. Gombrowicz sube. Esa noche, lejos del pueblo, desde un lugar oscuro y frío, dentro de un auto empañado – le cuento al joven cronista de La Verdad -, Witod Gombrowicz tiene sexo con el muchacho Bunge. El joven cronista del diario La Verdad, abre los ojos entusiasmadísimo, siente que le estoy contando una noticia espectacular. Y la publica. El joven cronista del diario La Verdad es despedido al día siguiente de publicada la nota, porque no sabe que el dueño del diario La Verdad es el ahora señor Bunge. En realidad la nota, si uno la analiza pasado el tiempo, está centrada en la enigmática figura del «conocido empresario» que se encamó con Gombrowicz en un otoño de la década del sesenta. Si uno lee esa nota – y además está al tanto de las consecuencias que generó – puede descubrir cuáles son y cómo funcionan los mecanismos de la Forma – me dice Pajarito Lernú, mientras yo dudo, no sé si todo eso lo acaba de inventar o es verdad. Pero después, hundido en medio de un silencio, siento que no importa si lo acaba de inventar o no, porque descubro en carne y hueso cómo aprietan los mecanismos de la Forma. Mi duda y mi ignorancia son los que alimentan a esos mecanismos que aprietan como tenazas.
– En Ferdydurke – le digo- …
– Piglia dice que Gombrowicz es el mejor escritor argentino del siglo XX. Los inmaduros de Gombrowicz no son inocentes, son capaces de matar, no hay culpa. No están atravesados por la culpa, gran represora, gran representante de la Forma. Eso lo demuestra en La Seducción. Pero antes en La Virginidad, un relato que aparece en Bakakai.
– Ese lo leí -le digo-. Es lo único que leí de este polaco. ¿Así que estuvo parando en el hotel Alsina?
– Hacé este ejercicio mental, Bicho. Fijá la mirada en un lugar, puede ser objeto o sujeto cualquiera: para ser más claros, fijá la mirada en el cartel de enfrente. Qué dice: Despensa Los Tres Hermanos. Ahora olvidate de Los tres Hermanos, y detenete en la palabra Despensa. Mirala mucho, repetila, al mismo tiempo, en voz baja, mucho: despensa, despensa, despensa, despensa, despensa… va a llegar un momento en que eso que es una palabra se va a ir convirtiendo en un sonido incomprensible, cada vez más en un dibujito, y después en un montón de rayas, en garabatos. ¿Qué le pasa a la palabra despensa? A la palabra despensa no le pasa nada, a nosotros nos pasa. El sentido parecería que se diluye, la cáscara que envuelve a la palabra, una determinada forma de ser, se desgarra, y entonces es cuando la palabra despensa parece que se nos hunde, que se vuelve un montón de garabatos.
-No sé qué me querés decir con todo esto. Yo creo – le digo – que muchos hablan de Forma y de Inmadurez sin saber con claridad de qué carajo hablan.
Pajarito me mira enojado.
– No, pero no lo digo por vos. Ni por el ejemplo que acabás de dar.
«Sí que lo digo por vos. Ahí está la Forma, las maneras de quedar bien, pienso, pero cómo hago. No hay qué hacer».
– No hay qué hacer -le digo.
– ¿Qué?
– Que no hay qué hacer. Es y punto. Hay que aceptarla.
– De qué hablás.
– De la forma, te aplasta, te dobla, hace con vos lo que quiere; creés que te da libertad, te hace sentir libre, hasta te da un espacio para que juegues y para que inventes un término: inmadurez; y después se te caga de risa en la cara.
– ¡Bien, Bicho, por fin entendiste! -dice soberbio Pajarito Lernú, mientras se acomoda el bigote (que se está dejando crecer ) con una mano grasosa, y de verdad me hace sentir un pelotudo.
– Te leo textual: «Siento casi vergüenza. ¿ Adónde me han conducido mis atentados contra la forma? A la forma precisamente. La he quebrantado tanto, que sin remedio me he convertido en este escritor cuyo tema es la forma. He aquí mi forma, y mi definición. Y hoy, yo, individuo vivo, soy servidor de ese Gombrowicz oficial, que he fabricado con mis manos». Mis manos son mi verdadera cárcel, mi propia prisión.
– ¿No seremos muy extremistas? -digo.
– Objetivistas le llaman quienes no entienden nada. Estoy diciendo, yo, individuo vivo, con mis propias manos levanto una cárcel, que será mi cárcel.
La chica ahora nos descubre, no deja de mirarnos. Yo me incomodo, porque la conozco. Ella me vio una vez en su casa, cuando le fui a pedir a la Berson unos remedios, ella fue quien me atendió y me hizo esperar en el living de su casa, ella me dio un vasito de agua mientras esperaba a la farmacéutica; trato de recordar el momento, supongo que ella también lo recuerda y sabe quién soy: «Yo soy Bicho Souza, nena». Pero no puedo hacerme el fuerte.
– Ché, nos mira -le digo a Pajarito.
Ella empieza a caminar sacándose el guardapolvo. Después se agacha y, gateando, como una beba, empieza a matar hormigas con los zapatos.
– ¿Vos te la cogerías? – tuerce la boca, hay restos de sonrisa, de maníes y de excitación en sus labios.
Yo no respondo. No puedo negar que la chica me excita. Pero voy a cumplir sesenta años.
¿Te acordás de Lolita? – dice ahora desde el nacimiento de una carcajada que va siendo alimentada por las posibles caras de los señores de la moral y el respeto, por la reacción imaginaria, inclusive, de la farmacéutica Berson.
No comprendo su festejo. Me incomoda.
Impulsivamente la chica sale corriendo y grita cuando ve a una moto pasando delante de la iglesia. La moto larga un estruendo ronco que se pierde cuando dobla en la esquina de la librería Quesada. Ella un rato después también desaparece en esa esquina. No la vemos más.
La luz del día, lechosa y asesina, nos ahoga. Lernú sigue comiendo maníes, no sé dónde los mete. Se supone que debo ser yo quien tiene que seguir comiendo, y no él que es más flaco que un perro viejo.
-Un día de estos -dice- me compro un cuaderno y una lapicera, y me pongo a levantar una cárcel que me libere.
El pueblo, a esta hora, tiene el sabor y la consistencia de la mierda.
Son casi las doce.
– Son casi las doce – digo, por decir algo.

 
hernán ronsino