La forma como condición humana

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La forma como condición humana

Desde el 19 de febrero hasta el 19 de marzo se puede ver en el Teatro Réplika de Madrid una nueva adaptación de El Casamiento dirigida por Jarolaw Bielski. Irène Sadowska reseña la obra para la revista Artezblai y hace hincapié en la perspectiva (pos)moderna de la puesta en escena.

Le Marriage WG

¿Quién soy? ¿Un fantasma, un personaje creado por los otros en un juego interhumano? Enrique, en El casamiento de Witold Gombrowicz, tiene algo del Hamlet shakespeariano y del Segismundo calderoniano. Duda de su realidad y de la de los otros. Su pregunta es: ¿son personajes de mi sueño?

Tanto la persona de Witold Gombrowicz (1904 – 1969) con su conducta, al igual que su obra, eminentemente teatral -en la cual él se proyecta- se presta a lecturas e interpretaciones diferentes y polémicas.

La problemática central de la obra de Witold Gombrowicz fue la lucha desesperada del individuo contra la forma que le define abordada desde el ángulo del existencialismo, del estructuralismo, del psicoanálisis (freudiana y lacaniana) o del teatro del absurdo y a veces asimilada con unos de estas corrientes. No cabe en ninguna de ellas y tampoco tiene que ver con el teatro definido como absurdo, el de la inquietud metafísica de Beckett o del absurdo de la vida, de la realidad social de Ionesco.

Se pueden encontrar proximidades entre el pensamiento de Schopenhauer (El mundo como representación) o el de Durkheim. Pero Gombrowicz, tanto en su vida como en su obra, se coloca fuera de todos los sistemas y teorías. Su camino, siempre personal, enfoca la construcción del individuo por él mismo y en su caso: de Gombrowicz por Gombrowicz.

El teatro es para él el terreno de experimentación por excelencia, de una auto creación en el proceso contradictorio de destrucción de la realidad aparente, establecida y de construcción de su propia realidad.

En El casamiento Witold Gombrowicz se proyecta en la persona de Enrique, quien convocando en el escenario los fantasmas de su pasado, intenta en el aquí y ahora ficcional, construir su realidad y su presente.

¿Cómo escaparse del pasado, de la forma que lo determina?

Tal un creador, director y protagonista de su propia obra, Enrique, creando su propia versión de la realidad, está trágicamente atrapado por la forma. La forma es decir las palabras, los gestos, las actitudes, las normas y los valores que nos definen y nos colocan en el ámbito social.

Conocedor del teatro de Witold Gombrowicz, Jaroslaw Bielski, entra en su visión escénica de El casamiento en el núcleo de la obra, la depura, captando su quintaescencia, la restituye con una lógica y coherencia teatral absoluta, demostrando así la modernidad y la increíble actualidad de esta obra visionaria escrita por Gombrowicz en español en 1948 en Argentina.

Witold Gombrowicz, luchando en su tiempo por su propia identidad, que ni la nacionalidad, ni los mitos patrióticos, ni las referencias históricas o culturales pueden determinar, no pudo imaginar cómo esa lucha para ser un individuo pensante y realizado por sí mismo sería más que nunca actual hoy en nuestro siglo XXI. El ser humano condicionado por el «lazo interhumano» producto de la tiranía de los medios de comunicación omnipresentes, de la confusión y de la equiparación a la baja de los valores (todo vale todo) se identifica con ideologías políticas, religiosas, comunitarias, exclusivas, opresivas.

«En eso percibo en El casamiento – dice Jaroslaw Bielski – una sorprendente presencia del pensamiento Postmodernista. El destino trágico del hombre posmoderno guiado por el hedonismo y la individualización, donde la realidad es solo un producto de nuestra imaginación. «

Witold Gombrowicz empieza a escribir El casamiento exiliado en Buenos Aires (Argentina) unos años después de la Segunda Guerra Mundial. Como Enrique, que regresa tras la guerra a su país y a su casa en ruinas, Gombrowicz en El casamiento, con la distancia, desde este lugar que define el como «entre», entre un pasado muerto y el futuro que no existe, revisita, sin ninguna nostalgia, su pasado, los valores fracasados, su identidad de antes, para construir su nueva realidad.

«Enrique impone su punto de vista individual de la realidad presente por encima de la opinión de los demás, estableciendo así una nueva realidad», explica Bielski.

En su versión concentrada quita ciertos personajes, los de borrachos que en la versión original de la obra corresponden a la vez a la referencia literaria (el pueblo rebelde en La vida es un sueño) y a las referencias políticas de la época de la escritura de la obra: la invasión de Polonia primero por el nazismo de Hitler y después por el sovietismo.

En esta versión condensada aparece con mucha más claridad el mecanismo de la creación de que el trámite de Enrique es la metáfora. Es el trámite del propio Gombrowicz creando su propia identidad y en el mismo tiempo el proceso de escritura de la obra.

Enrique, autor de su propia realidad, la crea con las palabras pronunciadas, pone en marcha una partitura vocal y gestual, coreografiada por él, un mecanismo de posturas, actitudes, relaciones ejecutadas por sus protagonistas, sus padres, su novia María y Pepe, su amigo.

Nosotros, encercando el escenario por tres lados, somos espectadores de este proceso de creación de su teatro mental.

Jaroslaw Bielski destaca en su espectáculo la lógica interna de la estructura musical y coreográfica de este teatro de la mente: las rupturas de ritmo de las frases, los cambios permanentes de tonos desde el confidencial, trivial, artificial, hasta solemne; y los cambios de registro de la actuación: del cómico, grotesco, irrisorio, ritual al trágico, onírico. Con un sentido admirable de la substancia física, activa del verbo gombrowicziano, de su potencia creativa, Bielski maneja perfectamente en su dramaturgia escénica las interferencias entre la ficción y la realidad y el proceso de la degradación, de la destrucción por el lenguaje de valores antiguos y de creación de valores nuevos.

El espectáculo empieza con Enrique que anda como un funámbulo sobre la línea que marca el espacio del teatro que él va a crear. Estoy solo, dice, pero siente unas presencias invisibles. Aparece Pepe, su amigo, su doble y poco a poco, en la oscuridad, al fondo del escenario se perciben unos vestigios del pasado destruido: trozos de la cruz de una iglesia, una pareja de ancianos y por un lado una mesa y sillas gastadas.

Todo tiene una apariencia fantasmagórica, irreal. Los ancianos parecidos a los padres de Enrique y la sirviente a su novia María. Parecidos pero con una realidad sospechosa, degradada, convertidos en los dueños de la taberna parecida a la antigua casa de Enrique pero degradada.

«Todo esto, dice Enrique, no puede ser otra cosa que un sueño.» Un sueño o un juego teatral que él va a manipular recuperando los antiguos valores, la dignidad, el respeto de las formas, otorgando a sus padres y a su novia envilecidos el rango de la nobleza para que su casamiento con María se celebre de forma digna, superior, como corresponde a la familia real.

En esta recuperación de formas del pasado, todo, las palabras, las actitudes, parecen falsas, artificiales y los protagonistas de Enrique semejantes a las marionetas o a las fantasmas. Los vemos en unas secuencias haciendo una ronda, bailando como autómatas, con una música mecánica.

La degradación, la falsificación, amenazan cada tentativa de Enrique de recuperar los valores, los principios, los rituales de antes que no corresponden a su realidad presente.

Todos los actores están justos y excelentes enfrentándose con valentía a esta obra tan difícil, con múltiples interpretaciones, particularmente el trío: los padres (Socorro Anadón, Manuel Tiedra) en el juego grotesco, subvirtiendo, degradando las formas superiores y Enrique (Raúl Chacón) manteniéndose en la cuerda floja entre lo grotesco y trágico, unas veces creador él mismo, otras veces creado por las fantasmas de su sueño.

La música original de Chema Pérez forma parte del lenguaje escénico, sugiere, evoca, crea imágenes, sin subrayar ni imponer su presencia.

Espero que esta aproximación inteligente, muy coherente de El casamiento facilite el acceso del gran público, no sólo al teatro, sino a la obra narrativa de Witold Gombrowicz.

Irène Sadowska Guillon

Obra: El casamiento –  Autor: Witold Gombrowicz – Versión y dirección: Jarolaw Bielski – Aspectos estéticos: Elizabeth Wittlin Lipton – Música original :Chema Pérez – Intérpretes: Enrique (Raúl Chacón), Padre (Manuel Tiedra), Madre (Socorro Anadón), Pepe (Juan Erro), Maria (Eeva Karoliina) – En el Teatro Replika de Madrid – Del 19 de febrero al 19 de marzo 2016