La enseñanza de la filosofía

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La enseñanza de la filosofía

Pan Rayado, el blog de Tomás Abraham, abrió hoy la entrada número cincuenta y seis de la sección La enseñanza de la filosofía. Y la entrada está dedicada casi por completo a Gombrowicz, sobre todo desde el Curso de filosofía en seis horas y cuarto, pero también con una mirada crítica -y ferdydurkista- sobre la cultura del arte.

https://tomabra.wordpress.com/2015/01/15/la-ensenanza-de-la-filosofia-56/

¿Qué sucede si dejamos afuera de nuestro bagaje una obra como “Ser y Tiempo”? ¿Qué le produce al aficionado a la filosofía abandonar un texto mayor? ¿Lo mismo que a un estudiante de una Yeshivá que ha perdido una letra de la Mishná?

No vamos a evitar la sensación de no cumplir con algo, de haber malogrado una oportunidad, de perder o de estar en falta. Pero no todo está perdido ya que hay textos a los que siempre volveremos. Quizás no para releerlos sino para volverlos a abandonar. Escritos fundacionales que nunca dejaremos de abrir, leer unas páginas, y dejarlos en la mesa, mirar la tapa un par de semanas, y reubicarlos en el estante del que provenían.

“Ser y tiempo” ya está cerrado, descansa sobre mi mesa de trabajo, no sé aun el día en que regresará a la biblioteca.

Aprovecho el paréntesis que se abre ante este renovado abandono de un libro, para anticipar mi plan inmediato. Tengo tres libros en mi mente y en la mano. Uno es el curso de filosofía de Witold Gombrowicz; otro es el que me llegó ayer, lo estoy devorando, el de Bernard Henry Lévy “De la guerre en philosohie”, y el reciente envío de Amazon: “Being in the world”, de Hubert Dreyfus. Le agrego un cuarto: las conversaciones entre el filósofo Guy Lardreau y el historiador Georges Duby que podrán ser útiles para discutir desde el punto de vista de la historia el problema de la erudición. Es tedioso.

Comenzamos por mi reencuentro con el maestro Witold Gombrowicz, mi maestro, otro más que no conocí personalmente ni me conoció. Sí he conocido a todo el grupo de sus discípulos argentinos y con uno de ellos, el más importante, soy amigo, y ha sido mi compañero de ruta durante los primeros años de mi labor pedagógica en todos los lugares por los que he deambulado.

Ahora recuerdo que con Juan Carlos Gomez, “Goma” sólo he intercambiado mails, pero tuve mis conversaciones con Dippy y Betelú, los dos fallecidos.

Si quieren saber algo de estos amigos vean la película de Alberto Fisherman, “Gombrowicz o la seducción”.

He hecho un mundo de mi interés por Gombrowicz. Hace más de treinta años viajé a París para hablar con Rita Labrosse, la esposa del escritor polaco, y gracias a ella pude tomar contacto con algunos de los polacos en el exilio que conocían a Witoldo, como Cot Jelenski. Pude conseguir, además, un escrito inhallable de Arthur Sanduer publicado hacía mucho tiempo por “Les temps modernes”.

Quería escribir sobre su obra y su legado, di varias vueltas hasta que lo pude hacer. Pasaron los años, escribí un texto breve “Gombrowicz y el aburrimiento” que publiqué en “Pensamiento rápido” y en el año 2004, dos décadas después de aquel primer viaje, hubo otros, incluí en “Fricciones”, un ensayo, “Los polacos”, en el que la figura de Gombrowicz danzaba en una especie de coreografía con Bruno Schulz, Ignace Wittkievicz, y los hermanos Singer.

Es uno de mis mejores escritos, nadie hizo tal recorrido sobre un escritor venerado en los círculos literarios argentinos, mostró los inconvenientes de ser gombrowiciano, la incubación de un virus de esterilidad para quien lo idolatra, ni analizó su obra en disonancia con la literatura idish. El libro no mereció el más mínimo comentario de la crítica, hasta hoy, y mañana.

Desde ese momento, han pasado diez años – me da un poco de pudor fechar cada paso sobre este asunto pero la vida junto a Witoldo ha sido larga – y este volver a vivir es especial.

Cuando reeleía “Ser y tiempo”, recordé el curso de iniciación de historia de la filosofía que Gombrowicz impartió en su casa de la ciudad del sur de Francia, Vence, a su esposa y al crítico literario Dominique de Roux.

Fue en el mes de mayo de 1969, dos meses después muere Witoldo. Parece una escena copiada del “Fedón” de Platón. Los discípulos que rodean y protegen al maestro que sabe que la muerte si no inmediata, le es cercana.

Gombrowicz padece un asma crónico, había tenido un problema cardiaco hacía poco tiempo, y debió mudarse a un sitio con un clima templado y seco para aliviar sus pulmones.

Ya premiado por su novela “Cosmos”, en esos días no escribe, pero por una ocurrencia de estos dos seres que lo acompañan, programa este “Curso de filosofía en 6hs 15 minutos”.
La enseñanza de la filosofía que por mi parte intento escribir en este espacio, es un ensayo de presentación de la filosofía de acuerdo a mi experiencia de aprendizaje, y mis lecturas. Gombrowicz es mi maestro, porque es a partir de su pensamiento que tuve la idea de “pensador bajo”, figura que me permitió titular y organizar mi primer libro.

También fue quien describió como pocos que la adquisición de conocimiento es la expresión de una voluntad de poder y se decide en un duelo. Por eso en mi trabajo recreó la escena de su combate con Bruno Schulz, el único en el que tuvo que retirarse sin gloria.
Es el pensador de la forma, y, en especial, de la lucha contra la deformidad. Y un crítico de la cultura y de sus protagonistas, habitantes de la bombonería que se hace llamar concierto, exposición, poesía, instalación, valores nacionales, crítica literaria y emoción estética, representados por su personaje Pimko.

En “Fricciones” escribí sobre la bombonería nacional, sobre Piglia y Aira, del modo en que dividían en lotes la afición nacional. El hombre que construye su carrera con esfuerzo, compromiso social y prensa, y otro superdotado que hace gala de un talento mayúsculo del que dice que le sale sin querer y sin pensar.

El trabajo sobre Artaud y su editor- que completaba el libro – me servía para mostrar en el surtido de confites de nuestra cultura, que tiene por relleno la idea de que el arte sale de las entrañas y que se mide por una intensidad máxima expresada por gritos, poner cara de malo o mala y tirarse al piso. O sea, la vanguardia.

No sé por qué nadie hizo siquiera una reseña de mi hermoso libro.

Del que hablaremos ahora es un curso “bajo” del escritor de la inmadurez. Nos mudaremos a Vence, una tarde de primavera, clima agradable, en el living comedor de la casa del escritor, con sus ventanas abiertas por las que entra la luz crema del “midi” francés.