La balada del viejo príncipe descalzo

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La balada del viejo príncipe descalzo

A partir del ciclo Tres miradas sobre Gombrowicz, Néstor Tirri escribe sobre una de las obras teatrales de Gombro: Historia, obra autobiográfica que emprendió en Argentina en 1951 y que quedó inconclusa. El texto de Tirri hace una breve historia de la vida y la obra gombrowiczianas, dos elementos que, como se ve en Historia, son muchas veces difíciles de disociar.

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«Encuentro en usted ese espíritu aristocrático que es tan característico de los artistas e intelectuales franceses, que sobrevuela demasiado cómodamente las necesidades más elementales de la vida. Mi estimado artista: la lógica, la policía, el orden social, los valores, la cultura, en fin, son cosas imprescindibles y que usted confirma todos los días mediante su comportamiento. Nada me parece menos convincente que la anarquía.»

Arranco con este pasaje de una prolongada correspondencia que Witold Gombrowicz mantuvo en son de polémica con Jean Dubuffet un año antes de su muerte (el escritor murió en Vence, Alpes Marítimos franceses, el 24 de julio de 1969; la carta es del 28 de julio del año anterior), porque allí hay un rechazo de toda anarquía, algo curioso en un escritor calificado por la intelectualidad francesa como «anarcoexistencialista».

¿Es que le sobrevino la «madurez» sobre el final de la vida, o será que no hay que confundir a un anarquista con cualquiera que actúe de modo caótico o anárquico? De hecho, no le interesaba el anarquismo político (ese mismo año de 1968 se pronunció en contra del movimiento del Mayo francés), pero tuvo su sesgo anarquista en materia de ideas, de fórmulas, de cultura cosificada.

Pero, sobre todo, el párrafo de pronto actualiza su interés porque allí el escritor desliza una referencia al carácter aristocratizante de los artistas e intelectuales franceses con un aire de desafío crítico. También suena raro en un artista que tuvo gestos airados, displicentes, casi principescos.

Ese desdén por la aristocracia ahora resultará elocuente (y más entendible) cuando nos asomemos a una pieza autobiográfica de Gombrowicz tardíamente exhumada de los despojos de su obra, monumental aunque breve y por sobre todo singular, una producción que dejó marcas en el arte y el pensamiento europeos del siglo XX. Se trata de «Historia», un texto teatral rescatado de entre sus manuscritos en 1975, seis años después de que el polaco, el genial loco Witoldo, que movilizó a los intelectuales de diverso origen y nacionalidad, se había ido de este mundo.

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«Historia» no es una pieza capital en la producción de W. G., pero aclara ciertas dudas. Esta obra fue puesta en acción hace poco más de un año por un enfant terrible del teatro polaco, el régisseur Grzegorz Jarzyna, pero no sobre un escenario sino en ese dominio que en Polonia se conoce como «teatro de la TV», esto es, un film que no renuncia a las reglas de lo cinematográfico, pero que reconoce su origen teatral. Una compatriota de W. G. y de Jarzyna, Klementyna Suchanow, trajo el film a la Argentina (la otra patria de Gombrowicz) y será conocido en estos días en un ciclo de la Cinemateca Argentina, en la Sala Lugones.

HUELLAS EN LA ARGENTINA

Los créditos de esta primera versión escénico-fílmica de «Historia» registran el nombre de otro director: Horst Leszczuk, pero la joven Suchanow (que trabaja en Buenos Aires desde hace ocho meses en una tesis doctoral sobre Gombrowicz) revela que se trata del mismo Grzegorz Jarzyna que, en una voltereta descolocante (muy polaca, casi gombrowicziana), adopta diversos nombres, según el montaje que encara: no menos de cinco seudónimos, incluido uno de mujer, Sylvia Torch. Pero, para poner en antecedentes al público joven (el más inmaculadamente «inmaduro», diría Gombrowicz), no está de más repasar la historia tantas veces contada.

En 1939, una compañía naviera invita a personalidades polacas a integrar el viaje inaugural del transatlántico Chrobry (se pronuncia «jrobri»), que parte para América del Sur. Entre los pasajeros figura el joven escritor Witold Gombrowicz, que para entonces ya goza de notoriedad por algunas de sus creaciones (las «Memorias del tiempo de la inmadurez», la pieza teatral «Yvonne, princesa de Borgoña» y la novela «Ferdydurke»). La nave iba a permanecer dos semanas en Buenos Aires antes de regresar, pero en el ínterin las tropas de la Alemania nazi invaden Polonia. La mayoría de los polacos regresa a Europa y se refugia en un exilio londinense. Por misteriosas razones, W. G. decide quedarse en Buenos Aires. Atravesará privaciones y sufrirá penurias, decididamente rechazado por la «intelligentzia» argentina, liderada en los años cuarenta por el grupo Sur.

Sin embargo, merced al tesón de un pequeño círculo de amigos que entrevén su talento inusual, aquí se publica una versión castellana de «Ferdydurke», emprendida por un entusiasta comité de traducción encabezado por el escritor cubano Virgilio Piñera (también exiliado) y asesorado por el propio autor.

En la Argentina, el polaco compone «El casamiento» (1944/45), «Transatlántico», «La pornografía» (publicado por Seix Barral de España como «La seducción»), una primera versión de «Opereta» (fue durante una de sus permanencias en Tandil, en 1958) y «Cosmos». En 1963, después de permanecer 24 años en este país, W. G. parte a Alemania con un subsidio de la Fundación Ford y ya no regresa a la Argentina. En Europa se produce un redescubrimiento del genio errante: se estrena «El casamiento», en Francia, con dirección del argentino Jorge Lavelli y las editoriales francesas comienzan a publicar la totalidad de sus obras. Poco después es traducido a múltiples lenguas, incluido el japonés.

Pero cuando, en 1975, su amigo Konstanty Jelenski descubre el manuscrito de «Historia» comprueba que está fechado en 1951, es decir, es otra de las producciones de W. G. en territorio argentino. Que ahora, en versión fílmica, esta especie de alucinada reconstrucción autobiográfica en clave simbólica sea exhibida en Buenos Aires parece un justo regreso a las fuentes.

UNA FAMILIA MUY FORMAL

¿Cuál es la trama de «Historia»? En muchos sentidos y en otro registro, es una peripecia que revisita algunas de las obsesiones gombrowiczianas («witoldianas», decíamos con más familiaridad y sencillez en otra época) de sus principales obras: la inmadurez, el padre, las jerarquías, «lo alto» versus «la bajeza», y las implicancias simbólicas de las jerarquías familiares en términos de relación. En su investigación universitaria, Klementyna Suchanowa considera esta pieza -con sensibles diferencias- como un borrador de lujo de «Opereta», y esto se verifica al leer el texto que ella misma tradujo al castellano para el subtitulado del film que veremos, en colaboración con Liliana Robaina y Alejandro Russovich, quien fue el compañero de W. G. en la legendaria pensión de la calle Venezuela, en los años cuarenta, y que tradujo originalmente «El casamiento», junto con el autor, para la edición de 1948.

Las escenas iniciales muestran un cuadro hogareño de principios de siglo, donde el propio Gombrowicz transformado en personaje que se narra a sí mismo -o medita sobre sí mismo- refiere la situación de su familia en la Polonia de entonces, y aquí retomamos la cita inicial de la carta: se trata de una familia de la nobleza, pero los avatares políticos parecen haberla «degradado» (ahí reside uno de los núcleos de significación más frecuentes en las piezas de W. G.); son nobles sin poder, no pertenecen a la aristocracia: ahora se entiende mejor el desdén manifestado a Dubuffet con relación a la intelectualidad francesa.

La misma situación de Gombrowicz en una tierra extraña donde nadie lo reconoce en su «nobleza» estética remite a esa categoría de degradación, de príncipe despojado y convertido en mendigo. En «Historia» Witold es una especie de oveja negra que anda descalzo y debe afrontar los exámenes de madurez; su escandalizada familia, convertida en tribunal examinador, termina por otorgarle la graduación, pero, socarronamente, en la materia «inmadurez».

Hay que pensar que en 1951, cuando W. G. concibe estas situaciones autobiográficas con padres que asumirán luego roles simbólicos, está lejos de imaginar cómo puede resultar eso mismo en acción, mimado, recitado: años después, cuando en 1964 Jorge Lavelli lo ve llegar a Francia después de su estada en Alemania y se entrevista con él para el montaje de «El casamiento», Gombrowicz le confiesa su virginidad en materia teatral: nunca ha visto representaciones (salvo un par de montajes escolares de Shakespeare). No sabe qué es eso, ignora las «reglas» y las «unidades» dramáticas.

EL WITOLDO PERDIDO

Siguiendo la ruta de su ilustre compatriota, Klementyna Suchanow dejó Polonia y se instaló en Buenos Aires en marzo de este año. No vino en ningún transatlántico y, después de su llegada, en su país no sólo no estalló ninguna guerra sino que, según la visitante, «allá se ha verificado un sensible crecimiento económico». Ya graduada en la Universidad de Wroclaw (bajo dominio alemán esa ciudad era Breslau), Klementyna informa que Gombrowicz figura en los planes de la escuela secundaria, en cuarto año, «pero yo ya sentía inclinación hacia su obra desde primer año», confiesa.

La inclusión del iconoclasta narrador en los programas oficiales es reciente; ocurrió en 1989, después de la caída del bloque socialista. Entonces se reeditó «Ferdydurke», en Varsovia, y sobrevino el boom. Ya en los años cincuenta había comenzado a circular, pero sólo en ciertos ámbitos (con excepción de 1956, año del denominado «deshielo», en el que su producción teatral fue puesta en escena en varias ciudades); para la kulturpolitik oficial siguió siendo un autor muy mal visto hasta hace una década. «Hoy es un clásico contemporáneo, un equivalente de Borges en la Argentina», puntualiza la investigadora polaca. «Cuando yo aún estaba en la secundaria -recuerda-, mis compañeros y yo, movidos por esa rebeldía de la edad, lo tomábamos como una bandera, un catalizador de la protesta y de un modo de sentir el mundo. Pero no todos lo entendían: leer a Gombrowicz es bastante difícil por el lenguaje, claro, pero también por el contenido filosófico.»

Habría que ver qué cosas nuevas encontró la joven Suchanow en esta peregrinación al santuario del exilio gombrowicziano, entre revistas, opúsculos y recuerdos de sobrevivientes que trataron al maestro. «El había publicado en su idioma algunos textos que no se conocen -informa-; son como retratos de los argentinos y las relaciones entre éstos y los polacos, esto es, cómo ven unos a otros y viceversa. Aparecían en boletines del Banco Polaco cuando él trabajaba allí y circulaban entre los ahorristas del banco y la colectividad polaca. Hay allí apuntes interesantes sobre el ser argentino; claro que desde la muerte de W. G. (1969) todo ha cambiado, no es el mismo país. Pero sus observaciones me parecen muy acertadas, ahora que conozco a los argentinos en su propio medio: los modos de pensar y de vivir… Me sorprende la precisión con que describe lo que resumía el carácter a veces inapresable de este país.»

Es probable que la Argentina haya seducido a Gombrowicz como un reino soñado, un «territorio de inmadurez». Klementyna señala que el aspecto climático de aquí también influyó, porque hace que todo sea más fluido: «En Polonia el frío nos hace rígidos, aunque no somos tan cerrados como los alemanes, pero hay una familiaridad en el comportamiento que me sorprende. Witoldo se sentía bien con esa familiaridad con que lo trataba un mozo y hasta un mendigo, a través de un tuteo directo. En Polonia, en cambio, a mí, que tengo 26 años, me tratan de señora y no me tutean».

La versión fílmica que veremos de «Historia» concluye con la decisión de Witold, el protagonista, de abandonar Europa: después de pasar la Primera Guerra como emisario del zar Nicolás ante el emperador Guillermo II de Alemania y, luego, como intermediario de un mariscal polaco ante Hitler para pedirle que los deje tranquilos, este curioso noble que nunca cesa de andar descalzo renuncia a conciliar a una Europa revuelta: «Me voy; en la Argentina se puede caminar descalzo».

«Este final no está en la pieza original -aclara Klementyna-; concluye en la escena de Witold y el mariscal Pilsudski, un personaje histórico que logró la independencia polaca al fin de la Primera Guerra, en 1918, y murió en los años veinte.»

Fue el director Jarzyna (o, como figura en el film, Horst Leszczuk) quien decidió cerrar así esta pieza inconclusa. Así, en el desenlace, un documental de archivo muestra a un barco similar al Chrobry que emprende el viaje y luego un mapa visualiza América del Sur, con un punto titilante que es Buenos Aires: la que todavía era la Reina del Plata estaba en el destino de ese polaco itinerante, de ese príncipe que encontró en estas márgenes la posibilidad de andar descalzo.