GOMBROWICZ Y LA RELIGIÓN O UN ATEO EN EL MONTE CALVARIO, de Łukasz Tischner

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GOMBROWICZ Y LA RELIGIÓN O UN ATEO EN EL MONTE CALVARIO

Łukasz Tischner

Traducción: Carolina Quintana

En mi ponencia, basada en mi último libro (El silencio de Gombrowicz sobre Dios), me gustaría demostrar la esencia de la singularidad de Gombrowicz, así como también la paradoja de su actitud con respecto a la religión. El tema nos interesa, en tanto que el escritor a menudo lo ignoraba, aunque fue crucial para su visión del mundo.

No hay duda de que Gombrowicz se consideraba a sí mismo un ateo, y que tenía una actitud condescendiente hacia el catolicismo, en particular hacia el catolicismo tradicional y ritual. Sin embargo es significativo que también haya criticado al “secularismo demasiado unidimensional” y al ateísmo militante.

Algunas paradojas

Para destacar la ambigüedad del enfoque de Gombrowicz con respecto a la religión, comparemos algunas citas. Primero, recordemos una cita de Testamento, que se considera la prueba suprema de su indiferencia hacia la religión:

Separarse de Dios es un asunto de gravedad importante, pues abre tu mente al mundo entero. Me ocurrió de manera gradual, imperceptiblemente, no lo sé, solo sucedió que cuando tenía catorce o quince años de edad dejé de preocuparme por Dios. Pero quizás tampoco me había preocupado antes, de todas formas. (W. Gombrowicz, 1973: s/p)

Y ahora, dos fragmentos de cartas de Gombrowicz a su hermana mayor, Irena1, que era una católica profundamente devota:

El catolicismo no puede dividirnos. Yo mismo no estoy tan lejos de esos asuntos, y, además, creo que estás en lo correcto al ser católica, y cuanto más profundamente te conviertes en una, mejor. Y aquí estoy pensando en tu propiedad subjetiva, la lógica interna de tu existencia, tu “significado” básico. Hasta podría decirte que cuando pienso en tu vida y en tu personalidad, cómo se han desarrollado, yo mismo me dejo llevar hacia categorías de fe, y esto sucede porque reconozco la necesidad que la fe crea, la necesidad que es su base, su raíz. (W. Gombrowicz, 2004: 120)

Y:

Reconozco todos los tipos de fe, hasta el fanatismo, y siento que puedo alcanzar una comprensión con un Claudel o un Leon Bloy, esto es, que podemos coexistir. Esta aventura terrenal nuestra es tan sorprendentemente fantástica que todas las soluciones son posibles, y solo aquellos que carecen de imaginación o inteligencia podrían sentirse satisfechos con el “racionalizar” cosas (…) Te felicito sinceramente por tu fe, y te aconsejo preservarla y nutrirla con el mayor fervor, porque ésta también es una fe en una ley humana (espiritual), y en su superioridad sobre la ley de la naturaleza. Esta es también tu superioridad sobre la mediocridad vacía y trivial. (2004: 214)

Por supuesto, las cartas de Gombrowicz a su hermana no son una prueba de su catolicismo secreto, pero contrastan con la declaración oculta de Testamento y, claramente, Gombrowicz no había dejado de estar “preocupado” por Dios.
La mejor percepción de lo que Gombrowicz pensaba sobre sí mismo y sobre el mundo se encuentra en su Diario, aunque con el tiempo su aspecto de autocreación se fue transformando en algo intolerable para el escritor. Sus fragmentos más confidenciales provienen de su período en la Argentina. Leamos su Diario para ver cómo las declaraciones religiosas y ateas de Gombrowicz aplican a su vida diaria.

Resulta que dos fragmentos tienen que ver con las celebraciones cristianas más importantes. El primero es una entrada del primer volumen del Diario (capítulo XVIII), de la nochebuena de 1955 (cfr. R. Gombrowicz, 2004: 174) que pasó en Mar del Plata, cuando Gombrowicz, al igual que Próspero o Jesús en el Mar de Galilea, pudo parar la poderosa tormenta. El segundo fragmento, menos analizado, pero quizás más importante para las preguntas religiosas del escritor, fue probablemente escrito junto al misterio de la Semana Santa. Aquí tengo presente la entrada del segundo volumen del Diario relacionada con el viaje al Monte Calvario en Tandil. Gracias a la publicación del “diario secreto”, Kronos, se demostró que Gombrowicz escribió esto en 1957, después de su estadía en Tandil durante el mes de octubre (W. Gombrowicz, 2013: 217-218), pero puso esta entrada en 1958, fusionándola (¿o confundiéndola intencionalmente?) con su tercer viaje a Tandil, del 12 de febrero al 21 de abril de 1958; el domingo de Pascua fue el 6 de abril (cfr. R. Gombrowicz, 2004: 175). Las entradas que describen el viaje pertenecen al viernes, al sábado y al domingo. Todos sus comentarios parecerían demostrar que el escritor percibió estos tres días, cuando escribió sus comentarios sobre la cruz del Monte Calvario, como un intento personal de lidiar con el Misterio Pascual.

Para que mi argumento sea más conciso, dejaré de lado el relato de Gombrowicz sobre la Navidad de 1955 y me enfocaré en el relato acerca del Monte Calvario.

 

Subiendo al Gólgota

El viaje al Monte Calvario en Tandil sucedió en un momento en el que la salud del escritor había comenzado a flaquear mucho, y empezó a pensar obsesivamente en el dolor (algunos meses más tarde mencionó: “El dolor se convierte para mí en el punto de partida de la existencia, la experiencia esencial a partir de la cual todo se inicia, y a la cual todo tiende”) (W. Gombrowicz, 1989: 28). Los pensamientos de dolor y sufrimiento se unen en la contemplación de Dios y de la naturaleza:

Privado de Dios, ¿estoy más cerca o más lejos de la naturaleza como resultado de ello? Respuesta: estoy más lejos. Y esta oposición entre la naturaleza y yo se convierte, sin Él, en algo imposible de solucionar, aquí no hay apelación a un alto tribunal.

Pero aun si creyera en Dios, la visión católica de la naturaleza sería imposible para mí, en contradicción con toda mi conciencia, contradiciendo mi sensibilidad, y esto como resultado del problema del dolor. El catolicismo ha tratado a toda la creación con desdén, exceptuando al ser humano. Es difícil imaginar una indiferencia más olímpica a “su” dolor, el “suyo”, el dolor de las plantas o de los animales. El dolor del hombre tiene libre albedrío, y, por lo tanto, es castigo para los pecados, y su vida futura lo resarcirá con justicia por las injusticias de su mundo. ¿Pero el caballo? ¿El gusano? (…) Su sufrimiento está privado de justicia, solo los hechos abriéndose con absoluta desesperanza. (1989: 26)

Gombrowicz está cada vez más atormentado por el pensamiento de “dolor diabólico”, sufrimiento sin sentido como el verdadero eje del cosmos. Si no fuera por su falta de fe, podríamos llamarlo maniqueo. Describe su viaje a Tandil como tedioso, pero sorprendente. Hay una intensificación del principio mágico que se verbaliza poco después de que abandona esta ciudad provinciana:

Hace mucho tiempo que noto una cierta lógica en la acumulación de argumentos. Si un determinado pensamiento se vuelve dominante, los hechos externos que lo fortalecen comienzan a multiplicarse, entonces pareciera que una realidad externa comenzara a cooperar con la realidad interna. (1989: 76)

Enfrentando el cosmos maliciosamente eterno, Gombrowicz desea el autocontrol:

Deseo encerrarme en mi círculo y no llegar más lejos de lo que me permite mi vista. Destrozar esa maldita “universalidad” que me ata más que la más estrecha de las cárceles y salir a la libertad de lo limitado. (1989: 66)

Del caos de hechos surge una disputa sobre la relación con el principio del dolor. Sus participantes son un marxista y un católico. Es en este contexto que encontramos entradas diarias sobre el viaje al Monte Calvario. Como he mencionado, hablan sobre los tres días del fin de semana de Pascua, que seguramente evocan el simbolismo cristiano de la Pasión.

Estas entradas son precedidas directamente por la entrada del miércoles, que quiere señalizar la próxima epifanía (“Media luz, cortinas, oscuridad, humo, timidez, como en la iglesia, como ante el altar de un misterio creciente…”) (1989: 70) y por la entrada del Jueves Santo, que habla de la santidad en “nuestra preponderancia más común”. Vale la pena citar de forma completa la entrada del viernes:

No soy el primero en buscar lo divino en lo que no puedo soportar… porque no puedo soportarlo…
En una de las colinas, al fondo de la avenida España, se levanta una cruz enorme, que domina la ciudad, y por esta razón se convierte en una especie de liturgia que se vuelve perezosa, holgazaneando burlonamente, descarada Mediocridad, satisfecha consigo misma y riendo con su mano sobre la boca… algo parecido a la parodia y la basura, un misterio bajo y tonto, pero no menos santo (a su modo) que su versión más elevada. (1989: 71)

El comienzo es intrigante. Lo Divino es lo que no se puede soportar. Esta explicación deja en claro que concierne a lo que es bajo en el sentido literal, a saber, lo que es barato y vulgar. El contraste entre la cruz y la ciudad evoca la diferencia que hay entre lo que no puede soportarse por ser absoluto, y lo que no puede soportarse por ser mediocre. Supuestamente, la caminata fue el sábado, en compañía de un marxista local2:

Cortés y yo caminamos por el sendero. Los grupos esculpidos en mármol ofrecen el relato del Gólgota, toda la ladera está dedicada al Gólgota y se llama Calvario. Cristo cayendo bajo el peso de la cruz, Cristo azotado, Cristo y Verónica… toda la sepultura está llena de ese cuerpo atormentado. (1989: 71)

Sin perturbarse por la visión de las Estaciones de la Cruz, Cortés comienza a elogiar “una  santidad diferente”, en las palabras de Gombrowicz. Habla de la lucha del comunismo para humanizar el mundo, que es, en esencia, hostil hacia el hombre. Agrega que, aunque la lucha fuera en vano, sería la única garantía para la dignidad humana. Observando la cruz que se eleva sobre él, el narrador escribe que “este Dios y este ateo están diciendo exactamente la misma cosa…” (1989: 72). Las partes más convincentes tienen que ver con la tortura de Jesús:

De mala gana evoco la completa rigidez de la madera del crucifijo, que es incapaz de ceder ante la carne retorcida ni por un milímetro, y no puede horrorizarse ante el sufrimiento, aunque éste exceda todos los límites y se convierta en algo imposible, este jueguito entre la indiferencia absoluta de la madera torturante y la presión sin límites del cuerpo, este desencuentro mutuo y eterno entre la madera y el cuerpo me demuestra, casi de un destello, la abyección de nuestro dilema: el mundo comienza en el cuerpo y en la cruz. (1989: 72)

Esta triste conclusión comunica ansiedad ante la Idea universal y despierta nuevamente un deseo de retirarse, esta vez a la ciudad más abajo: “¡Ah, escapar de este lugar alto a aquel, más bajo! Me falta el oxígeno aquí en la cumbre, entre Cortés y la cruz” (1989: 72). De este modo, habiendo caído en la trampa del dolor, tiene una visión de una “nueva religión”: “Súbitamente me doy cuenta de que alguien ha escrito en la pierna izquierda de Cristo: ‘Delia y Quique, verano 1957’” (1989: 72). Esta inscripción casual, probablemente conmemorando la primera cita de Delia y Quique, es una epifanía del cuerpo joven, que no ha sufrido las torturas de Jesús y de Cortés, y que es, a la vez, inferior: barato e inocente. El aspecto “sacro” de esta señal se indica con las palabras de la entrada del miércoles, que se repiten, coronando los pensamientos del sábado: “oscuridad”, “velo”, “humo”.

La entrada del domingo lleva la marca de la “nueva religión”, aunque es difícil considerarla clara y exhaustiva. Gombrowicz continúa su conversación con Cortés y el universalismo ateo, sosteniendo que todos los días se crean dioses y semidioses entre las personas, que desmienten las utopías de igualdad. ¿Por qué dioses o semidioses? Porque crean su principio inamovible de Inferioridad y Superioridad, como una Fuerza predominante, sin la cual la humanidad sería informe. El narrador suspira:

¡Oh, si consiguiera por fin, personalmente, ahuecar el ala, escapar a la Idea, establecerme para siempre en esa otra iglesia, hecha de hombres! Si pudiera imponerme el reconocimiento de semejante divinidad y no preocuparme más por los absolutos, sino sentir por encima de mí, no muy alto, apenas un metro por encima de mi cabeza, ese juego de fuerzas creativas engendradas por nosotros como el único Olimpo accesible… y adorarlo (…) Y sin embargo nunca he logrado postrarme; siempre, entre el Dios interhumano y yo surgía algo grotesco en lugar de una oración… ¡Lástima! Porque solo Él, un semidiós así, nacido de los hombres, “superior” a mí, aunque solo por una pulgada, como el primer estadio de una iniciación, tan imperfecto, un Dios, en una palabra, a la medida de mi limitación, podría sacarme del maldito universalismo que me supera, y devolverme a lo concreto y salvador. ¡Ah, encontrar mis límites! ¡Limitarme! ¡Tener un Dios limitado!

Lo escribo con amargura…, porque no creo que alguna vez se produzca en mí ese salto a la limitación. El cosmos continuará absorbiéndome. (1989: 74-75)

Pareciera que esta larga cita concluye las reflexiones de Pascua sobre Dios y la divinidad. Como tres años atrás en Mar del Plata la confrontación con lo definitivo termina en una retirada. ¿Qué causa la huida, no solo del Dios absoluto, pero también del Dios interhumano? El escepticismo sobrio, sobre todo, que prohíbe la idolatría de la idea o del hombre abstractos. Pero también una ansiedad supersticiosa ante la fuerza predominante que divide al mundo en inferior y superior. La fuerza del impulso natural, que tiene el sello de la maldad.

Pero ¿adónde busca huir Gombrowicz? Como en la nochebuena mencionada anteriormente, hacia la inmadurez (“Delia y Quique”), que promete trascender la letal dicotomía Limitada/Sin límites, y restaurar “la inocencia del devenir” (Nietzsche). ¿Pero puede un adulto, cargado con el recuerdo de la perversidad del dolor, alcanzar este estado? ¿Puede cegarse ante la dimensión de la existencia, que es la Pasión? No, la repetición de “inmadurez” es un proyecto imposible, tan impracticable como devolverle a Molly su virginidad en “El casamiento”.

 

Conclusión

Como podemos ver, Gombrowicz no dice nada sobre Dios, aunque imaginar una fuerza todopoderosa escondida controlándolo y controlando al mundo le provoca ansiedad. No dice nada sobre algo que lo aflige y lo oprime, pero su silencio es una forma de controlar, de investigar la causa misma. Podríamos decir que esta clase de silencio es dejar cosas sin decir, aunque nunca hallamos rastros de seguridad de que un poder “dictatorial” dominante realmente exista. Podemos asumir que su existencia es meramente una hipótesis, y buscar sus orígenes en el inconsciente, permitiéndonos aprehender la idea de un poder omnipotente en términos freudianos, como una ilusión (o un “engaño”), un producto de una neurosis de la niñez. Sin embargo, Gombrowicz no aceptará este concepto reduccionista. En la idea de “Dios” sobre la que reflexiona no hay una genealogía abiertamente neurótica. El cosmos lo aterra y lo absorbe incesantemente.

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Yo sugeriría que Gombrowicz es más agnóstico que ateo. Por supuesto, no parece creer en un Dios trascendental y benevolente, pero está abierto a esta parte de la experiencia religiosa que Rudolf Otto llamó mysterium tremendum. El miedo y el temblor de Gombrowicz nos dan una idea de su sensibilidad religiosa maniquea.

 

Citas

1 Irena era matemática. Gombrowicz admiraba su mente brillante y su honestidad de pensamiento. Ella era su confidente más cercana. Desgraciadamente, ella ordenó que las cartas de su hermano fueran destruidas, y solo unas pocas sobrevivieron.

2 Debemos aclarar que Cortés es un seudónimo. El nombre real del tandilense de izquierda era Juan Antonio Salceda. Podemos dudar sobre si Gombrowicz caminó verdaderamente con él al Calvario. Es más probable que solo haya imaginado su caminata, para poder forcejear intelectualmente con el universalismo marxista y cristiano.

Bibliografía

Gombrowicz, Rita (2004). Gombrowicz en Argentina. Cracovia: Wydawnictwo Literackie. Gombrowicz, Witold (1973). Testamento. Londres: Calder and Boyards.
—– (1989). Diario. Volumen II: 1957-1962. Evanston: Northwestern University Press. —– (2004). Cartas a la familia. Cracovia: J. Margański.

—– (2013). Kronos. Cracovia: Wydawnictwo Literackie.

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.