GOMBROWICZ EN UN POLIGONAL LATINOAMERICANO, de José Luis Martínez Amaro

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GOMBROWICZ EN UN POLIGONAL LATINOAMERICANO

José Luis Martínez Amaro

Propongo leer la obra de Gombrowicz dentro de una red de literatura latinoamericana. Tomemos por ejemplo Cosmos y pongámoslo a trabajar junto con textos de Borges o de Lezama, dejemos que resuenen como mar de fondo los de Sarmiento, los de Estrada. Lo que me permite colocarlo es la notación de Macedonio. Gombrowicz ve Macedonio (el pase es de Piglia) y como tantos otros, lo legibiliza. Es a partir del efecto contrario de este movimiento, del rebote, que actúo aquí con una serie de dibujos conceptuales, sobreimpresiones y marcas que dejan los rastros de lectura. Podríamos postular que discursivizar la literatura y la crítica, sacarlas del ámbito de la elocución y centrarlas en la invención, tiene entre otras consecuencias un efecto sofístico.

A partir de la lectura de El Aleph, Cosmos, La expresión americana y El pabellón del vacío me interesa detenerme en cómo esta sofística de la literatura la retoriza y la desmarca de las poéticas románticas. Hay una retorización de lo literario en Gombrowicz que lo conecta a Macedonio y a Borges, una caída en el discurso, en la declamación que tiene como efecto la diferencia, ya que en Gombrowicz el yo es un teatro del yo, en Macedonio por las variaciones y repeticiones de la figura del lector y en Borges la sintaxis genera una memoria de diferencias. Podríamos decir que en estas poéticas hay una tendencia a ontologizar, ya que el uso de las series de un solo término pone en cortocircuito la percepción de la metáfora, ahora tenemos la metáfora de un solo término, ocupada por el muchacho del palo, pasando por el palito, la piola, el gorrión, términos que actúan como dobles de sí mismos, produciendo un vacío donde antes había representación.

La expresión americana

Había una vez una cultura latinoamericana que organizada tendría una expresión. El orden de los factores no alteraría el producto, ya que siempre estaríamos dando vueltas alrededor de América. Veamos las cosas desde afuera, ya que desde dentro nos quedaríamos repitiendo el recorrido propuesto por el texto, de las partes a un todo. Extendiendo un poco los postulados de Hayden White, pensemos sobre esta tríada de ensayos: La expresión americana, Facundo, Radiografía de la pampa. Facundo es épico, Radiografía es trágico, La expresión es alegórica. Cada uno cuenta su historia de acuerdo a su decoro. Tenemos entonces que una tópica América, llena o vacía, desierta o abigarrada (o barroca), genera todo tipo de afectos, de acuerdo con las premisas que autores y lectores pueden colocar en un tiempo que siempre es empírico, histórico. Aquí trato de no ser moderno ni posmoderno para poder leer simétricamente al vacío sarmientino, el lleno de Lezama, y en ese desplazamiento observar el corrimiento de lo que llega a ser país, cuyo mapa moderno, estético, es, obviamente, su expresión (típica, tópica). Observamos que en el desplazamiento temporal, la tópica cambia de forma. La extensión del continente americano es un problema épico para Sarmiento. Consciente de que no sirve de nada escribir en el desierto, escribe su famosa negación que se dio vuelta y se tornó macabra, el efecto de la proyección de un vacío “exterior” que debe ser llenado, en una lucha por el logos. La pampa está para Sarmiento, así como el sertão es o mar sem vaga nem praia, para Euclides da Cunha (ambos autores perciben el espacio americano como una verticalidad intransponible). Es que la idea de naturaleza como separada de la esfera cultural fue uno de los momentos del proyecto positivo decimonónico que le permitía pensar un vacío positivamente. Tal vez haya que esperar los textos de Martínez Estrada donde despoblación y desierto son correlativos, ya que hay un superávit de planeta. El veredicto es que hay menos cultura que territorio, por lo que los intersticios vacíos son ignorancia y miseria, zoología y botánica. El mal de estas naciones es la vastedad de la tierra, la superficie inculta es astro.

Tal vez lo que interesa de este conjunto de ensayos no es la verdad inactual de un americanismo, dada la exclusiva posibilidad que anuncian los indicadores de mercado, movimiento que está antes y después de cualquier hecho cultural. Interesa la contradicción con la cronología que postula un “barroco” americano, dentro de lo que podría ser una “historia del arte latinoamericano”, construyendo una argumentación que encuentra anclaje en el proceso de autocomprensión del arte teorizado por Hegel. Y, al mismo tiempo, cierta marginalidad en la que Hegel coloca América en su historia de la filosofía. Lezama postula una América elevada, cercana a lo sublime; Hegel, una América infantil, mediocre, humilde. Polarización que pasa entre otros por la obra de Gombrowicz. Este también siente los terrores pascalianos en la pampa.

Exploremos las posibilidades del personaje conceptual llamado de señor barroco. En una primera instancia, veamos la facticidad de la ecuación Sr. barroco = un arte americano = lleno. Lleno, leído como el par simétrico del vacío, supone el efecto contrario que teme Sarmiento para nuestra América. Un vacío no soberano, donde no es posible mandar a nadie, no se puede hacer país, no se puede hacer patria en el vacío. En esta perspectiva, tanto la pampa como la selva, el llano y el sertão son lugares límites y no se ofrecen fácilmente a ser encerrados en mapas. Del perpetuo atraso de una masa blanda que hay que colonizar, a una América llena de una cultura y un control propios, encontramos cosas comunes en las soluciones que proponen tanto Lezama como Gombrowicz, el par simétrico se mantiene afirmando los contrarios.

Intento delimitar la ambigüedad moderna y no moderna que atraviesan proyectos divergentes. Por un lado vemos cómo el romanticismo recicla las dicotomías heredadas (lleno-vacío, materia-espacio, ser-no ser), de las cuales la disolución del canon moderno sería un momento de ese movimiento. Contemporáneas y divergentes, simétricas, a estas dualidades podemos agregarle las de Gombrowicz. En los años en los que Lezama hace sus apuntes para dictar las conferencias de La expresión americana, en la Habana, desde Buenos Aires Gombrowicz publica en el (diario) Kultura su antropología americana. Sabemos que Lezama ha publicado textos de Gombrowicz en Orígenes. Queda claro, luego de pasar por la obra americana de Gombrowicz, que América es una “masa blanda” sin cocinar aún. En sus términos, predomina la América inmadura que padece una suerte de insuficiencia cultural (lo que lo pondría rápidamente a la par de Hegel) en la alta cultura, ya que sería una cultura de imitación. La vuelta de tuerca gombrowicziana hace pasar la fuerza de la cultura americana por sus sectores incultos (los bajos muchachos de Retiro, mirados desde los sublimes paisajes de la sierra edípica y la pampa maestra).

 

Borgowicz

También podemos explorar la perspectiva exterior de Gombrowicz para leer El Aleph, donde aparece un Borges inepto por su propia inteligencia, cuya breve lucidez estaría en señalar que desde los márgenes del canon literario occidental solo la bufonería o desfachatez es posible. Tanto la perpleja sintaxis del narrador de El Aleph como la serie que junta el pájaro al palito refieren un mundo donde la literatura muestra cómo debe borrarse. Recordemos que para Gombrowicz, Borges podría haber nacido en Montparnasse.

Es evidente que Gombrowicz no se refiere a su literatura, sino a una proyección de sus categorías estéticas. Ve a Borges como un formalista, lejos de la vida baja (porque no lo ha leído). El tiempo los pone en caminos invertidos, simétricos (como a ese Picasso y ese Cezanne que Lezama hace salir de un mismo árbol, en direcciones opuestas), uno del arrabal al centro, el otro del centro al arrabal. Ambos padecen efectos diferentes de la vida baja, mal de las orillas. Y es que el Cosmos de Gombrowicz atraviesa con las series una sintaxis que postula una suerte de imposibilidad de escribir un mundo: cosmos=caos, según la fórmula de Deleuze.

La palabra se vuelve consigna, oscuro precursor, diferencia de la diferencia que hace resonar las series, relacionándolas, denunciando que pasa por señalar esa imposibilidad de narración de lo aleatorio, convertida en narración. Ir de un extremo a otro de un concepto no es superarlo. Ocurre que aquí no se trata de ver quién escruta un sentido más “profundo”. Es el imperio de lo que Saer llama de una eficacia disonante, y es en estos extremos donde el proyecto moderno se tensiona, y surge un mundo fuera de órbita. Una sintaxis que, leída con los ojos de El Aleph, cobra otro sentido. La más parcial de las series (la de un solo término) toma fuerza de “sujeto” y “libera” un “sentido”.
Así, el pájaro ahorcado, el hilo y el palito aparecen como átomos descentrados de un falso Demócrito, capaz de dirigir una isotopía anárquica. Tanto Cosmos como El Aleph operan las series literales, de un contexto sobredeterminado de referencias para dar un grado cero de efectos literarios. Si nos acercamos a estos textos con algo próximo a los quevedos de Berkeley, donde ser es ser notado, en un mundo que no tiene precedente (toda una teoría jíbara), la figura funciona, es dispositivo que hace pasar las series. La serie impide que haya progresión causal. No hay, no puede haber fin, ya que las cosas solo pasan, transversalmente. Todo diverge (difiere) y todo coexiste. La palabra repitiéndose en el sentido a sí misma. Lo paratáctico opera efectos de sintaxis, donde el sí y el no son operadores (como el uno y el cero y el mundo pasa literalmente lo que hay en las palabras). El significante (Aleph, tokonoma, cosmos) aparece ya como un tercero, que sostiene una relación con un segundo, de rebotes, sin jerarquía (es que la figura se ha vuelto efecto y condición y posibilidad de los fenómenos). Aquí aparece la distinción entre ser y haber. Tardíamente se pasa no por lo que es, sino por los efectos (lo que hay es lo que queda).
Recordemos las preguntas que se hace el narrador de Cosmos: ¿cómo relatar algo si no a posteriori? ¿Es que realmente no se puede expresar nada en el momento de su nacimiento, cuando se trata aún de algo anónimo? Parecida a: ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph que mi temerosa memoria apenas abarca? La respuesta moderna para estas preguntas literarias pasa por conceder una inmanencia al lenguaje capaz de motivarse a sí mismo, desde su propio eco. Hay un mundo del lenguaje nada racional, o que posee una racionalidad desconocida, indecible. En el otro extremo, si no es posible decirlo todo, porque no habría boca ni oído capaz de soportarlo, es posible, por lo menos, calmar las fantasías a través de la palabra (un Freud seco y mojado: Fala). A esta deriva moderna es posible oponerle una sofística de la literatura que la vuelve discursiva, reorganizando un campo que ya no pasa la idea de lo nacional sino por el género epidíctico, donde Borges se encuentra con Bernhard, y Gombrowicz con Macedonio. Una literatura que puede discurrir sobre la imposiblidad de la totalidad en la literatura, donde lo menor sea lo mayor. Gorgias con Gombrowicz: Gombrowicz; Borges con Gorgias: Borgias.

Bibliografía

Borges, Jorge Luis (1990). El Aleph. Buenos Aires: Emecé.
Deleuze, Gilles (1992). Diferencia y repetición. Buenos Aires: Amorrortu. Fernández, Macedonio (1997). Museo de la novela eterna. Rio de Janeiro: Ed. Archivos.
Gombrowicz, Witold (1982). Cosmos. Barcelona: Seix Barral.
—— (2005). Diarios. Barcelona: Seix Barral.
Gorgias (2002). Sobre lo que no es o sobre la naturaleza. Madrid: Gredos.
Latour, Bruno (2007). Nunca fuimos modernos. Buenos Aires: Siglo XXI.
Lezama Lima, José (1988). La expresión americana. La Habana: Letras Cubanas.

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.