Gombrowicz, con los pies descalzos, frente a la Historia

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Gombrowicz, con los pies descalzos, frente a la Historia

El año pasado se puso en escena Historia, una obra de Adrián Blanco y José Páez que adapta el manuscrito inconcluso que Gombrowicz empezó a escribir, todavía en Argentina, durante los años 1950. Por acá, Jorge Dubatti escribe sobre la puesta de Adrián Blanco y rescata el valor introductorio de la obra.

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Desde hace más de una década, como director y adaptador teatral, Adrián Blanco viene investigando escénicamente en la obra y el pensamiento del polaco Witold Gombrowicz (1904–1969), célebre escritor y dramaturgo que vivió en la Argentina entre 1939 y 1964, autor de Ferdydurke e Yvonne, princesa de Borgoña, al que entre el 7 y el 9 de agosto próximos la Biblioteca Nacional dedicará un congreso internacional.

Primero, Blanco dirigió la obra teatral de Gombrowicz Opereta (2004), luego adaptó su novela Trans-Atlántico (2009, y el espectáculo homónimo le valió en Polonia los premios de mejor director, obra y actor en el IX Festival Gombrowicz de Radom); actualmente presenta la imperdible Historia (los domingos, a las 19:30) en Hasta Trilce (Maza 177, hasta el domingo 3 de agosto).

El texto de Historia de Gombrowicz no es originalmente una pieza dramática, fue transformada en teatro por Blanco y José Páez: se trata de un borrador autobiográfico que Gombrowicz empezó a escribir en la Argentina en los años ’50 y que fue encontrado, fragmentario e inconcluso, tras su muerte. Publicado en polaco y francés, permanece inédito en castellano. Para trabajar sobre la adaptación, Blanco lo hizo traducir especialmente, pero además lo entretejió con muchos otros textos de la obra de Gombrowicz. Por ejemplo, en el original de Historia Gombrowicz sólo apunta que debe escribir un encuentro entre Hitler y Stalin, pero no llegó a concretarlo; Blanco y Páez despliegan ese encuentro a través de un montaje de pasajes de la pieza teatral El casamiento. Blanco y Páez parecen sostener que toda la obra de Gombrowicz es un único texto con variaciones en el que –como se dice en la pieza teatral– Gombrowicz «escribe sobre sí mismo».

Dubatti

En 1969, en Francia, poco antes de morir, mientras resuena en el televisor su propia voz en una entrevista, y mientras se apronta a ver la llegada del hombre a la Luna y es invitado por su joven esposa Rita a jugar al tenis, Gombrowicz, en soledad, se cruza consigo mismo, con Witold, adolescente. Blanco diseña un espacio expresionista, que objetiva en escena los contenidos de la conciencia del «viejo» Gombrowicz. Deliberadamente, no podremos saber si esas situaciones son producto de su ejercicio de la memoria, o del sueño, o de la imaginación, o de la escritura, o de un diálogo interno consigo mismo. Todo se da entretejido con todo. Así reflexiona el personaje de Gombrowicz en escena: «¿Estoy despierto?… puede que sí o puede que no… ¡Ah, la perfección artística del sueño!… ¡Cuántas lecciones nos ofrece este maestro nocturno… ¡Mi cabeza!… No hago más que hablarme a mí mismo todo el rato… Oscuro pasado y duro agobio. No, no hay nadie y yo estoy solo. Total y absolutamente solo.» Por momentos el punto de enunciación parece cambiar y sugiere que es el adolescente, con toda su potencia vital, el que está soñando, desde el pasado, al futuro Gombrowicz adulto.

Ante los ojos de Gombrowicz y ante los del espectador, van desfilando, en magnífica resolución teatral –mezcla de planos y tiempos, causalidad onírica y poética, máscaras superpuestas y personajes grupales, escenas musicales, reflexiones metaliterarias, y respetando a su manera la estructura del stationendrama (drama de estaciones) expresionista–, diferentes pruebas por las que pasa Witold hasta autoafirmarse como escritor en el exilio argentino, entre 1914 y 1939. Lo vemos primero resistir los embates normalizadores de su familia contra su «inmadurez», Gombrowicz encarnado en la hermosa metáfora del adolescente «descalzo», que devendrá el «dios descalzo», suerte de contra-imagen del Barón Rampante de Italo Calvino por su voluntad de volver al contacto corporal con la tierra. «¿Cómo se puede con el pie descalzo tocar el mundo?», pregunta la madre horrorizada. «Madre: (pegándole un sopapo) ¡Pulcritud!… ¡Pulcritud! ¡La pulcritud crea el esplendor! ¡La pulcritud es un modo de vida! Witold: ¡No la quiero! ¡No quiero abandonar mi propia suciedad por la pulcritud de ustedes!»

Lo vemos pasar luego por el «examen de madurez» y el «examen de reclutamiento», más tarde intentará mediar entre las potencias enfrentadas para evitar el estallido de la I Guerra Mundial, años después asistirá al beso entre Hitler y Stalin, y a la invasión de Polonia por los alemanes. «Mi pie desnudo… enfrentándose a la Historia.» Witold le aconseja al Emperador Nicolás que, para evitar la guerra, debe «dejar de ser el Emperador Nicolás. Liberarse. Dejar de ser ruso. Dejar de ser emperador. Dejar de ser padre y marido. Liberarse.» La fórmula vale también para el espectador: «Despojarse, alivianarse, desarmarse.» Re-hacerse inmaduro.

Uno de los procedimientos más originales y perturbadores del expresionismo de Historia reside en las mencionadas máscaras superpuestas del expresionismo: los miembros de la familia de Witold –Padre, Madre, los hermanos varones Januz y Jerzy, la hermana Rena– se van transformando en los profesores, los militares, los gobernantes…, pero siguen siendo la familia. Padre será Hitler y Madre será Stalin… El «viejo» Gombrowicz, el adolescente Witold y el espectador no sólo verán permanentemente a la familia transformarse y permanecer con su máscara inicial en la raíz de toda representación (como en la experiencia de los sueños, Stalin es Stalin pero también es la Madre…), sino que además esto desplegará un componente de teatralidad duplicada, de teatro dentro del teatro, que bellamente sintetiza el antiguo armario cuyas puertas –de las que salen y entran los personajes– son una segunda boca de escenario dentro del escenario de Hasta Trilce. Con otro signo, positivo, de encarnación de fuerza contrastante y dialéctica, también se transforman pero se mantienen como máscaras originarias la Criada y el Hijo del Portero. Justamente, el símbolo del pie descalzo se correlaciona y completa con los desnudos finales de estos personajes, por un lado víctimas de los soldados asesinos de Hitler y de Stalin, pero también, paradójicamente, despojados de todo formalismo, liberados, elevados a su esencia de inmadurez, como en el desnudo de Opereta. Mártires (no cristianos) que triunfan por la desnudez en la derrota de la Historia.

En términos de conocimiento de la obra gombrowicziana, el director Adrián Blanco despliega múltiples vías de acceso: Historia es al mismo tiempo una autobiografía de Gombrowicz entre su adolescencia y el comienzo de su exilio, una exposición de su pensamiento sobre la inmadurez, la literatura y los procesos de la historia, un contacto escénico con sus textos bajo la «puesta en teatro» de sus escritos no-teatrales. Excelente teatro que cumple, además, la función de mediador entre los espectadores y los libros de Gombrowicz, suerte de objetivo secundario de animación a la lectura.

Hay que celebrar los muy buenos trabajos del elenco: Ramiro Agüero, Manuel Bello, Estefanía D’Anna, Hugo Dezillio, Diego Echegoyen, Luis Escaño Manzano, Mario Frías, Yamila Gallione y Cecilia Tognola, así como la escenografía y vestuario de Liliana Robaina, y el espacio sonoro y canciones de José Páez. Entre lo mejor del circuito de teatro independiente.